A todos los que estamos en este metier de la prostitución nos ha sucedido alguna vez y por lo general nuestras reacciones son más o menos las mismas. ¿Cómo es posible que chicos tan lindos y bien puestos, flacos que podrían cogerse a quien quisieran sin tener que esforzarse demasiado, pagaran por sexo? Al principio es intrigante y parece algo reñido con la lógica. Sin embargo, el tiempo y la experiencia van aclarando el horizonte y uno llega a darse cuenta de que las razones pueden ser diversas y por demás válidas.
Sin ir más lejos, este fin de semana me llamó JM, uno de mis primeros clientes que todavía no cumplió los veinticinco y está para partirlo al medio. Curiosamente, me habló de este asunto sin que yo le insinuara nada:
- Yo te llamo a vos y te pago, primero y principal, porque tengo la guita (no sos nada barato, mi amor). Segundo, porque estás buenísimo y valés cada centavo. ¡De eso ni hablar! Además, con vos es todo más sencillo: te llamo, nos encontramos, cogemos como conejos y después cada uno para su casita sin rollos ni falsas espectativas. Nada de historias ni de reclamos telefónicos de "nunca me llamaste" ni "yo quisiera ver si hay onda para algo más". Por otra parte, también sé que con vos no me voy a pescar ninguna peste. Nos conocemos hace años y lo sé muy bien. Imaginate el garrón para mi carrera si me llego a pescar el bicho por andar putañeando por ahí con cualquiera.
JM es modelo publicitario y habla hasta por los codos. Yo no sé a ustedes, pero a mí eso me calienta más que su belleza. Cuando estamos cogiendo, su boca se transforma en una cloaca capaz de proferir las guarradas más procaces que puedan imaginar. La única manera de callarlo es la de calzarle una pija entre los labios. Aunque si de calzar se trata, siempre prefiero que sea él el que me calza la verga en el culo. Tiene muy buen armamento y lo sabe usar con pericia. En honor a sus talentos y a todos los billetes que me ha prodigado en tantos años, él y Elías son los únicos clientes que atiendo en mi propia casa.
El viernes por la tarde me llama:
- Acabo de llegar de Europa y hace más de una semana que no curto. ¿Estás ocupado el fin de semana?
- ¿Todo el fin de semana? ¡Juas! ¿Tanta leche acumulada tenés?
- No sabés, boló. No puedo ni dormir. Se me para con el solo roce de las sábanas. Decime, por favor, que no tenés planes...
- Estás de suerte, bombón. Te hago la fiestita cuando quieras.
- No sabés el favor que me estás haciendo...
- ¿Favor? ¿Qué es eso? juajuajuajua...
- No seas pelotudo. Ya sé cuál es el trato. Ya sabés que para mí no sos un gasto.
- Soy la mejor de tus inversiones... por supuesto.
- Claro, bebé. Sos el único que quita todas las tensiones... Pero esta vez vas a necesitar ayuda. ¿Estaré libre tu amiguito? El de la gorra...
- ¿Quién? ¿Sebita?
- Sí. Creo que es él. El pendejo aquel que estaba en el McDonald's.
Era Sebitas sin dudas. Lo habíamos encontrado una tarde después de salir de un telo y JM, por lo visto, le había echado el ojo.
- Si querés, le llamo y le pregunto. ¿Hacemos la tripleta? juas.
- ¿Él querrá?
- ¿Cómo no va a querer? Ese, si es por guita, se la chupa hasta un muerto. ¡Es amigo mío!
Cuento corto: quedamos para esa misma noche, llamé a Sebas y ya tenía apalabrado a un viejo, cliente de los buenos al que no podía dejar plantado, pero prometió que se nos juntaba de madrugada, cuando terminara con el jovato.
Como un detalle, preparé una modesta cena para agazajar a JM: terrine de vegetales con salsa bechamel, vino blanco y, de postre (como no podía ser de otro modo) bananas glaceadas con crema chantilly y jarabe de frambuesas.
Pero el trabajo fue casi en vano.
JM llegó casi media hora ¡antes! de la cita y, por cierto, estaba muy poco interesado en cuestiones gastronómicas. Al menos no tomando el concepto en su acepción más estricta. Digamos que ardía en ansias de comer, pero no a la comida sino al cocinero.
Cuando sonó el timbre, yo llevaba puesto solo una tanga blanca (de esas que por detrás solo tienen un hilo dental) y el delantal de cocina.
- Llegaste trampa, bombón. Llegaste antes.
- Perdón... ¡pero estoy desesperado! -y a juzgar por su voz, no mentía- ¡Cojamos! Ya o me ahogo en leche.
Sin decir "agua va" me rodeó con ambas manos, las que fueron finalmente a parar a mis glúteos, y me besó con un ardor poco frecuente en él, que de por sí es um amante fogoso. Su furor era tal que me empalmé al instante. Palpé su bulto entre beso y beso y lo sentí tan tieso que le bajé el cierre del pantalón y lo busqué a tientas hasta que pude liberarlo. Una vez fuera, quise agacharme para darle una merecida mamada pero JM me lo impidió. Con delicadeza pero firme, me hio girar sobre mis talones y me aprisionó contra la pared. Mis piernas se separaron automáticamente y su verga se coló entre mis nalgas. Mientras me besaba y me mordisqueaba el cuello y los hombros y mientras su falo se regodeaba entre mis carnes, JM sacó un preservativo del bolsillo y me lo entregó para que yo lo abriera. Ya sé que no es la manera correcta, pero ante la excitación y la urgencia lo abrí con los dientes. Con la cara cotra el muro y la lengua de JM recorriendo mi espalda, a tientas logré colocarle el condón y, antes de que pudiera acomodarme para la penetración, la pija ya estaba adentro. Debo confesar que me dolió. ¡A mí!!!! que me vanaglorio de soportar los calibres más extremos. Pero el tipo me la había ensartado casi en seco. A pesar del dolor (ya se sabe que esas cosas pasan pronto) me calenté todavía más.
De haber estado frente a un espejo hubiera podido disfrutar del rítmico temblor de mis nalgas al compás de sus movimientos pélvicos. Realmente estábamos gozando. Se notaba su esfuerzo y concentración para no acabar y prolongar ese placer que (pruebas al canto) había esperado durante tantos días. Su respiración se había transformado en un bufido como de toro de lidia y sus manos eran garras que se agerraban a mis caderas como temiendo que me desmaterializara de un momento a otro y lo dejara allí, suspendido en un mar de frustrado semen. Por momentos, yo levantaba una pierna y apoyaba la rodilla contra el muro para que la pija me entrara más a fondo. Pero en verdad era una posición por demás incómoda. Por suerte, pude estirar un brazo y alcanzar el perchero de pie que siempre está junto a la puerta. Girando un poco el cuerpo pude colgarme de él y formar con el torso y las piernas un ángulo más o menos recto, ideal para que JM me cogiera en profundidad y a su antojo.
Suelo preferir que me enculen con más ternura pero, dadas las circunstancias, hice una excepsión y disfruté a tope de la violencia.
Si lo pienso bien, aquello no duró mucho. Apenas un par de minutos. Pero fue tan intenso que a cualquier otro que no fuera yo podría haberlo dejado satisfecho durante días o semanas. JM se inclinó sobre mi espalda y volvió a asirme con fuerza. Dentro del culo pude sentir cómo se le hinchaba aun más la verga al momento de la descarga, una especie de pulsación frenética que mi esfinter se esforzaba por estrangular. Los vecinos tienen que haber escuchado sus gritos de placer. Aun con la excelente aislación sonora de la que gozan estas paredes, tienen que haberlo escuchado acabar dentro de mí.
Con la pija todavía en mi interior, no fue necesario que me masturbara demasiado para acabar yo también, manchando (una vez más) el lustre de los pisos de madera, el pie del perchero e incluso la parte inferior de la puerta de entrada.
Luego de un rato, ya más serenos, nos abrazamos y nos besamos con mayor atención. Le quité la ropa y lo guié hasta la ducha, donde me cogió otra vez, pero con la ternura que a mí me gusta. Luego cenamos en la cama, charlamos sobre su vida y chichoneamos un poco mientras llegaba Sebas. Está muy claro que fue una noche larga y caliente.
Pero eso lo cuento en otra oportunidad. Si tengo ganas, en el próximo posteo.
Sin ir más lejos, este fin de semana me llamó JM, uno de mis primeros clientes que todavía no cumplió los veinticinco y está para partirlo al medio. Curiosamente, me habló de este asunto sin que yo le insinuara nada:
- Yo te llamo a vos y te pago, primero y principal, porque tengo la guita (no sos nada barato, mi amor). Segundo, porque estás buenísimo y valés cada centavo. ¡De eso ni hablar! Además, con vos es todo más sencillo: te llamo, nos encontramos, cogemos como conejos y después cada uno para su casita sin rollos ni falsas espectativas. Nada de historias ni de reclamos telefónicos de "nunca me llamaste" ni "yo quisiera ver si hay onda para algo más". Por otra parte, también sé que con vos no me voy a pescar ninguna peste. Nos conocemos hace años y lo sé muy bien. Imaginate el garrón para mi carrera si me llego a pescar el bicho por andar putañeando por ahí con cualquiera.
JM es modelo publicitario y habla hasta por los codos. Yo no sé a ustedes, pero a mí eso me calienta más que su belleza. Cuando estamos cogiendo, su boca se transforma en una cloaca capaz de proferir las guarradas más procaces que puedan imaginar. La única manera de callarlo es la de calzarle una pija entre los labios. Aunque si de calzar se trata, siempre prefiero que sea él el que me calza la verga en el culo. Tiene muy buen armamento y lo sabe usar con pericia. En honor a sus talentos y a todos los billetes que me ha prodigado en tantos años, él y Elías son los únicos clientes que atiendo en mi propia casa.
El viernes por la tarde me llama:
- Acabo de llegar de Europa y hace más de una semana que no curto. ¿Estás ocupado el fin de semana?
- ¿Todo el fin de semana? ¡Juas! ¿Tanta leche acumulada tenés?
- No sabés, boló. No puedo ni dormir. Se me para con el solo roce de las sábanas. Decime, por favor, que no tenés planes...
- Estás de suerte, bombón. Te hago la fiestita cuando quieras.
- No sabés el favor que me estás haciendo...
- ¿Favor? ¿Qué es eso? juajuajuajua...
- No seas pelotudo. Ya sé cuál es el trato. Ya sabés que para mí no sos un gasto.
- Soy la mejor de tus inversiones... por supuesto.
- Claro, bebé. Sos el único que quita todas las tensiones... Pero esta vez vas a necesitar ayuda. ¿Estaré libre tu amiguito? El de la gorra...
- ¿Quién? ¿Sebita?
- Sí. Creo que es él. El pendejo aquel que estaba en el McDonald's.
Era Sebitas sin dudas. Lo habíamos encontrado una tarde después de salir de un telo y JM, por lo visto, le había echado el ojo.
- Si querés, le llamo y le pregunto. ¿Hacemos la tripleta? juas.
- ¿Él querrá?
- ¿Cómo no va a querer? Ese, si es por guita, se la chupa hasta un muerto. ¡Es amigo mío!
Cuento corto: quedamos para esa misma noche, llamé a Sebas y ya tenía apalabrado a un viejo, cliente de los buenos al que no podía dejar plantado, pero prometió que se nos juntaba de madrugada, cuando terminara con el jovato.
Como un detalle, preparé una modesta cena para agazajar a JM: terrine de vegetales con salsa bechamel, vino blanco y, de postre (como no podía ser de otro modo) bananas glaceadas con crema chantilly y jarabe de frambuesas.
Pero el trabajo fue casi en vano.
JM llegó casi media hora ¡antes! de la cita y, por cierto, estaba muy poco interesado en cuestiones gastronómicas. Al menos no tomando el concepto en su acepción más estricta. Digamos que ardía en ansias de comer, pero no a la comida sino al cocinero.
Cuando sonó el timbre, yo llevaba puesto solo una tanga blanca (de esas que por detrás solo tienen un hilo dental) y el delantal de cocina.
- Llegaste trampa, bombón. Llegaste antes.
- Perdón... ¡pero estoy desesperado! -y a juzgar por su voz, no mentía- ¡Cojamos! Ya o me ahogo en leche.
Sin decir "agua va" me rodeó con ambas manos, las que fueron finalmente a parar a mis glúteos, y me besó con un ardor poco frecuente en él, que de por sí es um amante fogoso. Su furor era tal que me empalmé al instante. Palpé su bulto entre beso y beso y lo sentí tan tieso que le bajé el cierre del pantalón y lo busqué a tientas hasta que pude liberarlo. Una vez fuera, quise agacharme para darle una merecida mamada pero JM me lo impidió. Con delicadeza pero firme, me hio girar sobre mis talones y me aprisionó contra la pared. Mis piernas se separaron automáticamente y su verga se coló entre mis nalgas. Mientras me besaba y me mordisqueaba el cuello y los hombros y mientras su falo se regodeaba entre mis carnes, JM sacó un preservativo del bolsillo y me lo entregó para que yo lo abriera. Ya sé que no es la manera correcta, pero ante la excitación y la urgencia lo abrí con los dientes. Con la cara cotra el muro y la lengua de JM recorriendo mi espalda, a tientas logré colocarle el condón y, antes de que pudiera acomodarme para la penetración, la pija ya estaba adentro. Debo confesar que me dolió. ¡A mí!!!! que me vanaglorio de soportar los calibres más extremos. Pero el tipo me la había ensartado casi en seco. A pesar del dolor (ya se sabe que esas cosas pasan pronto) me calenté todavía más.
De haber estado frente a un espejo hubiera podido disfrutar del rítmico temblor de mis nalgas al compás de sus movimientos pélvicos. Realmente estábamos gozando. Se notaba su esfuerzo y concentración para no acabar y prolongar ese placer que (pruebas al canto) había esperado durante tantos días. Su respiración se había transformado en un bufido como de toro de lidia y sus manos eran garras que se agerraban a mis caderas como temiendo que me desmaterializara de un momento a otro y lo dejara allí, suspendido en un mar de frustrado semen. Por momentos, yo levantaba una pierna y apoyaba la rodilla contra el muro para que la pija me entrara más a fondo. Pero en verdad era una posición por demás incómoda. Por suerte, pude estirar un brazo y alcanzar el perchero de pie que siempre está junto a la puerta. Girando un poco el cuerpo pude colgarme de él y formar con el torso y las piernas un ángulo más o menos recto, ideal para que JM me cogiera en profundidad y a su antojo.
Suelo preferir que me enculen con más ternura pero, dadas las circunstancias, hice una excepsión y disfruté a tope de la violencia.
Si lo pienso bien, aquello no duró mucho. Apenas un par de minutos. Pero fue tan intenso que a cualquier otro que no fuera yo podría haberlo dejado satisfecho durante días o semanas. JM se inclinó sobre mi espalda y volvió a asirme con fuerza. Dentro del culo pude sentir cómo se le hinchaba aun más la verga al momento de la descarga, una especie de pulsación frenética que mi esfinter se esforzaba por estrangular. Los vecinos tienen que haber escuchado sus gritos de placer. Aun con la excelente aislación sonora de la que gozan estas paredes, tienen que haberlo escuchado acabar dentro de mí.
Con la pija todavía en mi interior, no fue necesario que me masturbara demasiado para acabar yo también, manchando (una vez más) el lustre de los pisos de madera, el pie del perchero e incluso la parte inferior de la puerta de entrada.
Luego de un rato, ya más serenos, nos abrazamos y nos besamos con mayor atención. Le quité la ropa y lo guié hasta la ducha, donde me cogió otra vez, pero con la ternura que a mí me gusta. Luego cenamos en la cama, charlamos sobre su vida y chichoneamos un poco mientras llegaba Sebas. Está muy claro que fue una noche larga y caliente.
Pero eso lo cuento en otra oportunidad. Si tengo ganas, en el próximo posteo.