martes, 28 de agosto de 2007

Colgado del Perchero

A todos los que estamos en este metier de la prostitución nos ha sucedido alguna vez y por lo general nuestras reacciones son más o menos las mismas. ¿Cómo es posible que chicos tan lindos y bien puestos, flacos que podrían cogerse a quien quisieran sin tener que esforzarse demasiado, pagaran por sexo? Al principio es intrigante y parece algo reñido con la lógica. Sin embargo, el tiempo y la experiencia van aclarando el horizonte y uno llega a darse cuenta de que las razones pueden ser diversas y por demás válidas.

Sin ir más lejos, este fin de semana me llamó JM, uno de mis primeros clientes que todavía no cumplió los veinticinco y está para partirlo al medio. Curiosamente, me habló de este asunto sin que yo le insinuara nada:

- Yo te llamo a vos y te pago, primero y principal, porque tengo la guita (no sos nada barato, mi amor). Segundo, porque estás buenísimo y valés cada centavo. ¡De eso ni hablar! Además, con vos es todo más sencillo: te llamo, nos encontramos, cogemos como conejos y después cada uno para su casita sin rollos ni falsas espectativas. Nada de historias ni de reclamos telefónicos de "nunca me llamaste" ni "yo quisiera ver si hay onda para algo más". Por otra parte, también sé que con vos no me voy a pescar ninguna peste. Nos conocemos hace años y lo sé muy bien. Imaginate el garrón para mi carrera si me llego a pescar el bicho por andar putañeando por ahí con cualquiera.


JM es modelo publicitario y habla hasta por los codos. Yo no sé a ustedes, pero a mí eso me calienta más que su belleza. Cuando estamos cogiendo, su boca se transforma en una cloaca capaz de proferir las guarradas más procaces que puedan imaginar. La única manera de callarlo es la de calzarle una pija entre los labios. Aunque si de calzar se trata, siempre prefiero que sea él el que me calza la verga en el culo. Tiene muy buen armamento y lo sabe usar con pericia. En honor a sus talentos y a todos los billetes que me ha prodigado en tantos años, él y Elías son los únicos clientes que atiendo en mi propia casa.

El viernes por la tarde me llama:

- Acabo de llegar de Europa y hace más de una semana que no curto. ¿Estás ocupado el fin de semana?

- ¿Todo el fin de semana? ¡Juas! ¿Tanta leche acumulada tenés?

- No sabés, boló. No puedo ni dormir. Se me para con el solo roce de las sábanas. Decime, por favor, que no tenés planes...

- Estás de suerte, bombón. Te hago la fiestita cuando quieras.

- No sabés el favor que me estás haciendo...

- ¿Favor? ¿Qué es eso? juajuajuajua...

- No seas pelotudo. Ya sé cuál es el trato. Ya sabés que para mí no sos un gasto.

- Soy la mejor de tus inversiones... por supuesto.

- Claro, bebé. Sos el único que quita todas las tensiones... Pero esta vez vas a necesitar ayuda. ¿Estaré libre tu amiguito? El de la gorra...

- ¿Quién? ¿Sebita?

- Sí. Creo que es él. El pendejo aquel que estaba en el McDonald's.

Era Sebitas sin dudas. Lo habíamos encontrado una tarde después de salir de un telo y JM, por lo visto, le había echado el ojo.

- Si querés, le llamo y le pregunto. ¿Hacemos la tripleta? juas.

- ¿Él querrá?

- ¿Cómo no va a querer? Ese, si es por guita, se la chupa hasta un muerto. ¡Es amigo mío!

Cuento corto: quedamos para esa misma noche, llamé a Sebas y ya tenía apalabrado a un viejo, cliente de los buenos al que no podía dejar plantado, pero prometió que se nos juntaba de madrugada, cuando terminara con el jovato.

Como un detalle, preparé una modesta cena para agazajar a JM: terrine de vegetales con salsa bechamel, vino blanco y, de postre (como no podía ser de otro modo) bananas glaceadas con crema chantilly y jarabe de frambuesas.

Pero el trabajo fue casi en vano.

JM llegó casi media hora ¡antes! de la cita y, por cierto, estaba muy poco interesado en cuestiones gastronómicas. Al menos no tomando el concepto en su acepción más estricta. Digamos que ardía en ansias de comer, pero no a la comida sino al cocinero.

Cuando sonó el timbre, yo llevaba puesto solo una tanga blanca (de esas que por detrás solo tienen un hilo dental) y el delantal de cocina.

- Llegaste trampa, bombón. Llegaste antes.

- Perdón... ¡pero estoy desesperado! -y a juzgar por su voz, no mentía- ¡Cojamos! Ya o me ahogo en leche.

Sin decir "agua va" me rodeó con ambas manos, las que fueron finalmente a parar a mis glúteos, y me besó con un ardor poco frecuente en él, que de por sí es um amante fogoso. Su furor era tal que me empalmé al instante. Palpé su bulto entre beso y beso y lo sentí tan tieso que le bajé el cierre del pantalón y lo busqué a tientas hasta que pude liberarlo. Una vez fuera, quise agacharme para darle una merecida mamada pero JM me lo impidió. Con delicadeza pero firme, me hio girar sobre mis talones y me aprisionó contra la pared. Mis piernas se separaron automáticamente y su verga se coló entre mis nalgas. Mientras me besaba y me mordisqueaba el cuello y los hombros y mientras su falo se regodeaba entre mis carnes, JM sacó un preservativo del bolsillo y me lo entregó para que yo lo abriera. Ya sé que no es la manera correcta, pero ante la excitación y la urgencia lo abrí con los dientes. Con la cara cotra el muro y la lengua de JM recorriendo mi espalda, a tientas logré colocarle el condón y, antes de que pudiera acomodarme para la penetración, la pija ya estaba adentro. Debo confesar que me dolió. ¡A mí!!!! que me vanaglorio de soportar los calibres más extremos. Pero el tipo me la había ensartado casi en seco. A pesar del dolor (ya se sabe que esas cosas pasan pronto) me calenté todavía más.

De haber estado frente a un espejo hubiera podido disfrutar del rítmico temblor de mis nalgas al compás de sus movimientos pélvicos. Realmente estábamos gozando. Se notaba su esfuerzo y concentración para no acabar y prolongar ese placer que (pruebas al canto) había esperado durante tantos días. Su respiración se había transformado en un bufido como de toro de lidia y sus manos eran garras que se agerraban a mis caderas como temiendo que me desmaterializara de un momento a otro y lo dejara allí, suspendido en un mar de frustrado semen. Por momentos, yo levantaba una pierna y apoyaba la rodilla contra el muro para que la pija me entrara más a fondo. Pero en verdad era una posición por demás incómoda. Por suerte, pude estirar un brazo y alcanzar el perchero de pie que siempre está junto a la puerta. Girando un poco el cuerpo pude colgarme de él y formar con el torso y las piernas un ángulo más o menos recto, ideal para que JM me cogiera en profundidad y a su antojo.

Suelo preferir que me enculen con más ternura pero, dadas las circunstancias, hice una excepsión y disfruté a tope de la violencia.

Si lo pienso bien, aquello no duró mucho. Apenas un par de minutos. Pero fue tan intenso que a cualquier otro que no fuera yo podría haberlo dejado satisfecho durante días o semanas. JM se inclinó sobre mi espalda y volvió a asirme con fuerza. Dentro del culo pude sentir cómo se le hinchaba aun más la verga al momento de la descarga, una especie de pulsación frenética que mi esfinter se esforzaba por estrangular. Los vecinos tienen que haber escuchado sus gritos de placer. Aun con la excelente aislación sonora de la que gozan estas paredes, tienen que haberlo escuchado acabar dentro de mí.


Con la pija todavía en mi interior, no fue necesario que me masturbara demasiado para acabar yo también, manchando (una vez más) el lustre de los pisos de madera, el pie del perchero e incluso la parte inferior de la puerta de entrada.

Luego de un rato, ya más serenos, nos abrazamos y nos besamos con mayor atención. Le quité la ropa y lo guié hasta la ducha, donde me cogió otra vez, pero con la ternura que a mí me gusta. Luego cenamos en la cama, charlamos sobre su vida y chichoneamos un poco mientras llegaba Sebas. Está muy claro que fue una noche larga y caliente.

Pero eso lo cuento en otra oportunidad. Si tengo ganas, en el próximo posteo.

domingo, 26 de agosto de 2007

Resultados de la primera encuesta

La verdad que los resultados de la primer encuesta me han sorprendido. Helos aquí:

¿Cuál es tu orientación sexual?
- No soporto a los putos: 6 votos (10%).
- Machote (pero curioso): 20 votos (36%).
- Me cojo hasta las sillas: 17 votos (30%).
- Eso a una señora no se le pregunta: 12 votos (21%).

Votaron en total 55 personas, lo cual me crea otras sorpresas. En la última semana, según el contador, han entrado en mi blog más de 5.000 personas. ¿Y sólo 55 votaron???? ¿Qué les anda pasando muchachos?

Resulta gracioso que 6 de esos votos pertenezcan a quienes declaran no soportar a los putos. Bueno... si lo pienso mejor, yo tampoco soporto a muchos putos que conozco, juas.

Los 20 machotes curiosos... ¿serán de esos que se la comen doblada pero van por la vida jurando y requetejurando que son hetreosexuales?

Los 17 que se cogen hasta a las sillas me dejan con la boca abierta: ¿también cogen mujeres? HORRRRRROOOOOOORRRRRRRR!!!!!!!!!!!

Finalmente, celebro los 12 votos de las únicas maricas sinceras que han pasado por aquí. Se ve que en ellas está depositado el tesoro moral de la república.

Esta semana, voy a ser un poco más serio para ver si ustedes son un poco más sinceros. No me van a decir que pasa tan poca loca por acá. ¿O es que no vota para poder pajearse a gusto?

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Bueno, acá les dejo un trailer de una nueva serie gay que apareció en Internet. Parece que va a estar buenísima. Prestren atención y aprendan de los errores ajenos. Por una parte, prueben el nuevo consolador cuando estén seguros de que no va a venir nadie a casa y, si se les da por el cine porno, asegúrense de que vuestro hermanito no ande por ahí chupando pijas.


http://www.letitbi.net/



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Otras de las cosas increíbles de esta semana es el intento de evangelización que he recibido en el posteo de
Fragile.

NO LO PUEDO CRE-ERRRRRRR.

Para que escuchen algo bueno, ahora les dejo un temita de la más grande.

sábado, 18 de agosto de 2007

Gollum Gay

Me cagué de la risa con este video!!!!!! juas juas juas

Placer en negro y blanco

Despertar junto a Joao es un placer en sí mismo. Abro los ojos y apenas puedo conectarme con la realidad pero, en esta penumbra que deja ver el polvillo que flota en los tímidos rayos de luz que se filtran a través de la persiana baja, percibo el exótico perfume de su piel negra. Esa piel tensa y brillante que me tuvo durante toda la noche en vilo, con su calor adosado a mi cuerpo. Increíble noche.

Con solo girar la cabeza puedo ver la curva de su espalda, la hondonada en su cintura y el sorprendente médano de sus nalgas. Duerme profundamente y quien lo conoce sabe que eso es una prueba cabal de su confianza. No puedo ver su rostro. Tan solo sus motas renegridas. Pero puedo imaginar la serena sonrisa, las facciones distendidas, el suave movimiento de los ojos detrás de los párpados cerrados... Y el solo imaginarlo también es un placer.

Lo conocí en el verano pasado. Yo acababa de salir de la casa de un cliente después de una sesión para el olvido: el tipo no sabía lo que quería. Primero quiso que lo cogiera pero estaba más cerrado que culo de muñeca y no hubo manera de que se aflojara. Yo le dije que fuéramos más despacio, que se la chupaba, le daba unos masajes, después (si él quería) me la chupaba a mí y así la íbamos llevando hasta que se sintiera cómodo. Pero lo que tienen muchos tipos es que son testarudos y no aceptan consejos de los que algo sabemos del tema. Se empecinan en dirigir y las cosas salen como salen. De chuparla, ni hablar. Masajes tampoco. Me quiso coger él a mí pero la pija nunca se le puso lo suficientemente dura. Una pálida total. Terminó llorando y yo consolándolo. En este laburo uno también tiene que hacer la veces de sicólogo más de una vez. "Hay cosas para las que no estoy preparado" gemía. Y yo con que no se hiciera problema, que tenía que tomárselo con calma, que se estaba exigiendo demasiado... Al fin y al cabo, uno es un profesional y el tipo agradeció mi consideración educada y generosamente. Eso sí: nunca me volvió a llamar.

Cuando por fin salí de su casa, eran las dos de la madrugada y me sentía ahogado. Gajes del oficio. Me subí al auto y manejé sin rumbo fijo. Media hora después, estaba circulando por Marcelo T, la calle del Barrio Norte de Buenos Aires donde más de uno de mis amigos y conocidos se gana la vida con el sudor de sus nalgas. Todavía no me había dado cuenta, pero necesitaba coger.

A pesar del calor, no había mucha gente y la mayoría de los chicos buenos ya estaba trabajando. Aun así, las frustraciones suelen agudizar mis pretenciones y no tenía la menor intención de levantarme a cualquiera que estuviera en oferta. Ninguno de los que yiraban me convencía: todos bien formados, provocativos. onda chongo... pero no eran lo que yo buscaba. Observaban con avidez el desfile de autos tratando de encontrar al cliente que les salvara la noche o (en el mejor de los casos) la semana.

Llegué al final del recorrido y nada. Pensé en regresar a casa y llamar a algún colega por teléfono. Pero eran todos conocidos y esa noche yo necesitaba un poco de aventura. Valía la pena un nuevo intento.

Tomé por Pueyrredón y luego Santa Fe hasta Callao y, pocos metros antes de retomar Marcelo T, lo vi bajar de un auto.

Me estacioné sin detener el motor y lo observé durante unos minutos. Joao se detuvo junto a un poste de luz, encendió un cigarrillo y se abrió la camisa para mostrarse. Era un negrazo imponente, veinteañero, metro ochenta, bulto notorio, torso delineado, labios generosos y una carita de nene que me deschavetó. Solo una vez había estado con un negro, pero era cliente y no tenía ni punto de comparación con ése. Adelanté el auto y me detuve a su lado.

- ¿Cuánto? -pregunté simplemente.

Él se acercó al coche sin apuro, se asomó por la ventanilla, me estudión en profundidad con solo una mirada y respondió burocráticamente con acento carioca.

- Cincuenta el oral y cien el completo. Jueguitos extra, cincuenta más.

- Y ¿qué hacés?

- Lo que quieras.

- ¿La tenés grande?

Joao no dijo nada. Allí mismo, se desabotonó la bragueta, recostó su cuerpo sobre el coche y me mostró la verga sin pudores. Era grande. Una verdadera obra de arte enmarcada por la ventanilla del auto. En segundos, hice cuentas, le ofrecí trescientos por toda la noche y cerramos trato. Aun pagando el telo (jamás llevo desconocidos a mi departamento), con lo que me había pagado el cliente por consolarle las cuitas, yo salía ganando. Él se subió al vehículo y enfilé hacia el río.

La noche tiene sus protocolos y en esas circunstancias solo cabe decir boludeces. O mantenerse en silencio. O darle rienda suelta al morbo con todas las armas que se tengan a mano.

- Sacudítela un poco mientras andamos. -le propuse- Te la quiero ver parada.

No tuvo problemas. Con su hermosa sonrisa, volvió a pelar la pija y no necesitó sobarla demasiado para que se irguiera en toda su majestad. Imposible quitarle los ojos de encima. Era una columna perfecta, oscura y suave, cruzada de venas y coronado por un lustroso glande rosado que invitaba a saborearlo cuanto antes, no fuera cosa que se rompiera el ensueño y uno despertara sudado y al palo, solo en su habitación. En un extraño rapto de lucidez, temí por nuestras vidas y detuve el coche. No podía dejar de mirarla.

- Podría chupártela hasta que se me partan los labios...

Joao solo sonrió. En la oscuridad de la noche, apenas si se distinguía algo más que su sonrisa. Cuando me incliné sobre su entrepierna, hizo algún comentario jocoso en portugués que no comprendí (ni me interesó comprender) y se entregó de inmediato al cachondeo. No sé cómo (nunca soy conciente de esas cosas, juas) a los pocos minutos ya estábamos los dos desnudos y la belleza de su cuerpo me dejó estupefacto. En ese momento pensé que la calentura me hacía ver maravillas que no eran tales, pero nuestros encuentros posteriores justificaron mi admiración de entonces. Él aprovechó mi deslumbramiento para pasarse al asiento de atrás, donde podríamos estar más cómodos. Lo hizo con tanta plasticidad que apenas pude ver su culo encumbrado entre los asientos. Obvio que lo seguí. De un modo menos elástico pero lo seguí. Y en el asiento de atrás ¡nos matamos! Nos besamos, nos manoseamos, nos chupamos, nos lamimos, nos saboreamos, nos mordimos... Y cuando le ofrecí el culo, me sorprendió con un pedido inesperado:

- Cogeme vos primero.

No sé si fue la sonrisa, o el acento brasilero, o la extrema excitación que (con tal de que fuera sexo) me daba para cualquier cosa; a pesar de mis ansias por sentir aquella verga en carne propia, me dejé convencer sin oponer resistencia. Después comprendería que aquella entrega era una demostración de la inmediata conexión que hubo entre los dos. Su amigo Miguel me diría tiempo después:

- Está claro que le gustaste mucho de entrada porque, cuando Joao trabaja, no usa más que la poronga.

El caso fue que, de espaldas sobre el asiento, rodeó mi cintura con sus piernas (músculos en su justa medida) y, sin que yo supiera de dónde lo había sacado, me colocó un condón. Sentí la fuerza de sus pantorrillas empujándome hacia adelante. El aroma de su piel era como un narcótico. Lo penetré con suavidad y sentí que su culo me absorbía. Me incliné hacia adelante y nos besamos como si de ello dependiera nuestro destino. Aun hoy no logro comprender las controsiones de las que fuimos capaces en aquel reducido universo donde gozamos tanto, en aquella escueta eternidad de semen y sudores.

Fue una verdadera primera vez, pesar de que ninguno de los dos fuera ya virgen. Y la repetimos una y otra vez en la espaciosa habitación del hotel del Pasaje Tres Sargentos, donde sí pude disfrutarlo dentro de mí.

Ahora está dormido a mi lado. Anoche trabajamos juntos por primera vez y luego nos vinimos a casa para celebrarlo del único modo que nos apetece: cogiendo. Me basta estirar la mano para acariciarle el culo. Con un simple y mínimo desplazamiento le beso la espalda, la nuca, los hombros. Él tan solo suspira entre sueños. Mis labios descienden muy lentamente, serpenteando a lo largo de su columna vertebral y cuando llego casi a la cadera Joao se da vuelta con pereza y mi boca se topa con su verga dormida. El instinto me gobierna. Le paso la lengua. Le chupo los huevos lánguidos y reposados. Le acaricio las piernas y lo franeleo con mi propio miembro entre las rodillas. Ambos penes se despiertan finalmente. Me trago lentamente el suyo. Hasta donde puedo. Sus dedos de pronto se humden en mi cabello y amodorrados gemidos improvisan una música de fondo. Sin abandonar su entrepierna, giro mi cuerpo sobre el suyo e iniciamos un sesenta y nueve que promete ser memorable. Joao escabulle un dedo entre mis nalgas buscando un hueco cálido. Lo encuentra y aumenta mi placer. Seguramente el tiempo no se ha detenido pero no es algo que nos importe. Los dedos en mi culo ya son dos y el deseo de que me penetre empieza a imprimirse en mi piel erizada. Joao es conciente de mi necesidad, me aparta con delicadeza, se acomoda a mis espaldas y hunde su rostro en mi trasero. Su lengua me explora, me acaricia, me apuñala. Yo trato de masturbarme con cuidado: no es cuestión de acabar antes de tiempo. Ahora soy yo el que jadea. Finalmente, la lengua de Joao se desplaza hacia arriba y la sigue su pecho fregándose sobre mis nalgas hasta que la ansiada pija, enorme y ya forrada en látex, se acomoda presta a penetrar. Mi ano dilatado la reclama y, al primer contacto, se la traga goloso. Los brazos de Joao se cierran alrededor de mi torso y sus labios calientes me devoran el cuello. Todo mi cuerpo se sacude al ritmo de sus caderas. Hemos perdido la compostura y el descontrol de deseo nos acerca y nos aleja, nos une y nos desune con el solo propósito de dar rienda suelta al animal que cada uno lleva dentro. Las manos de Joao se aferran a mis muslos y me duele. Pero no quiero que se detenga. Su negrura contrasta sobre mi palidez y me erotiza aun más imaginar su falo negro entrando y saliendo de mi culo blanco. Una cogida a lo Benetton. La idea me entusiasma tanto que estoy a punto de acabar. Joao se detiene de golpe y me doy cuenta de que intenta evitar la eyaculación. Pero ya es tarde. Con un gruñido libre y sonoro, se derrama dentro de mí. Siento el bombeo de sus venas y los estertores finales de su verga en mi interior. Sin retirarse, toma mi pija entre sus manos y me pajea con habilidad. ¡Quisiera que este instante se eternizara! Todavía tengo su verga dura en el trasero y sus dedos y sus palmas continúan el placer por delante. ¿Qué más puedo pedir? Pero ya todos sabemos que estas escenas solo pueden tener un final. Un fuerte chorro de semen sale disparado de entre mis piernas y luego otro y otro más, cada vez con menos fuerza y con más relajo.

Pasado el éxtasis, nos abrazamos y nos besamos. Minutos eternos de placer más distendido. Un dulce remoloneo nos permite reacomodar el aliento y después nos levantamos. Ya es el mediodía. Nos damos una ducha y jugueteamos un poco más bajo el agua. Hasta que a Joao lo asalta el hambre.

- ¿Hay bananas en la cocina?

Yo no le contesto. Solo lo miro y le sonrío. En mi casa, eso no se pregunta.

viernes, 17 de agosto de 2007

Fragile - Sting & The Police

Se puso de moda poner música ¿no?


¡Mañana actualizo!
Hoy solo hubo cambio de look
porque el otro no me gustaba del todo

viernes, 3 de agosto de 2007

Juaco

En realidad se llama Juan Conrado, pero podrán imaginarse que ha preferido buscarse un seudónimo más amigable. Todos dan por sentado que se trata de una deformación simpática de Joaquín y, en general, él no hace nada para sacarlos del error. Yo me enteré por casualidad una madrugada en la que la confianza que infunden el sexo y el acohol lo impulsó a confesarme la verdad.

Nacido y criado en un prostíbulo salteño, su propia madre era prostituta y lo inició en la profesión cuando apenas tenía siete años. Era una mujer bastante tosca cuya mayor virtud era la de delegar sus responsabilidades cuando ella misma no estaba dispuesta a asumirlas. Juaco nunca pasó hambre ni le faltó ropa pero nunca recibió un beso o una caricia de su madre. Ese rol lo desempeñaron varias de las otras chicas de la casa, que lo mimaban, lo educaban y compartían sus juegos. De ese modo, se crió libre y sin prejuicios.

Como podrán imaginar, las cuestiones del sexo para Juaco nunca fueron un secreto y mucho menos un tabú. De pequeño, si al cliente no le molestaba, solía incluso jugar en la misma habitación donde trabajaba su madre y, antes de alcanzar la edad escolar, ya había visto más pijas duras de las que cualquier mujer corriente llega a ver a lo largo de toda su vida.

Según cuentan, es hijo de un investigador sueco que pasó una temporada en Salta durante el 86 y se había empecinado (ya que no enamorado) particularmente con la madre de Juaco. Siendo ella una típica belleza norteña de pelo renegrido y rasgos aindiados, era la única explicación para el cabello rubio del chico y sus brillantes ojitos verdes.

Tal vez fuera por la excesiva intimidad que compartía con las chicas de la casa (quienes incluso solían vestirlo de nena porque "le sentaba mejor a su carita de ángel"), el caso fue que desde siempre sintió una fuerte atracción por los hombres. Mientras cualquier chico pasaba las horas frente al televisor aprendiéndose de memoria los capítulos de los Power Rangers, Juaco se extasiaba ante el goce de los clientes en la cama de su madre. Sin que nadie se preocupara por ello, escuchaba con atención los comentarios y las bromas de las chicas y sabía perfectamente cuál era la mejor técnica para un buen pete.


Una tarde, después del colegio, su madre lo dejó a solas con un caballero muy elegante y le prometió un lindo regalo si hacía todo lo que el señor le pidiera. Lejos de lo que cualquiera supondría, Juaco no se amilanó ni experimentó temor alguno. Más bien lo asumió como una aventura, como un juego largamente esperado. El tipo fue muy amable y delicado; incluso podría decirse que cariñoso. No era feo ni muy viejo y olía muy bien. El nene se comportó como un verdadero profesional.

Obvio que el tipo volvió una y otra vez durante años. Se sumaron también otros clientes. Todos lo trataban muy bien. No puede quejarse. Siempre le hacían regalos y jamás le hicieron daño. Con decir que, por más que Juaco les ofreció reiteradamente el culo a muchos de ellos (se moría de ganas por probar), ninguno quiso penetrarlo. Tuvo que esperar hasta los doce. "Fue el mismo de la primera vez" me contaba. "Se llamaba Pedro y siempre me pedía que me pusiera el delantal. Un pesado el negro, pero buen tipo". El hombre se sentó en una silla y lo tomó de las manos. Luego comenzó a besarlo con extrema suavidad, en las mejillas, en los ojos, en la frente. Juaco se sorprendió de que comenzara a jadear tan rápido y algo le dijo que aquel servicio sería diferente. Cuando Pedro se abrió la bragueta, la verga le saltó como una caja de sorpresas. Como era la costumbre y con toda naturalidad, el pendejo se inclinó sobre la pija humeante, la lamió, la besó, la acarició, la apretó entre sus dedos, la mordisqueó, la chupó; todo con una maestría que solía enloquecer a quien lo probara. El olor del sexo, así, tan de cerca, despertaba siempre en Juaco la conciencia de que allí estaba su vida, su futuro. El cliente estaba tan caliente que lo abrazó con fuerza y lo besó en los labios.

Muy gatunamente y, haciendo gala de un talento innato para la provocación y la manipulación, el pendejo se desprendió del pantalón y lo dejó caer de modo que su tierno culito quedara apenas cubierto por el blanco delantal. El hombre sonrió con lujuria y empezó a magrearle las nalguitas mientras se pajeaba. Entonces Juaco tomó por primera vez la iniciativa: se dio vuelta y no solo le ofreció el culo como tantas veces había hecho, sino que se escupió la mano y se la pasó por la raja. Acto seguido, se sentó sobre la verga de Pedro y él mismo se ensartó, sin esperar órdenes ni reclamos. El dolor fue intenso pero se lo bancó como un duque. Las chicas ya lo habían advertido sobre eso y le indicaron que lo que había que hacer era aguantarlo unos instantes y empezar a moverse cuando el músculo se acostumbrara. Así lo hizo y así conoció el placer de ser penetrado. Lamentablemente, al poco rato, en medio de gritos ahogados, el tipo descargó su leche y se desinfló sobre la silla. Evidentemente, había sido demasiado para él y no pudo aguantar. Juaco se había quedado con ganas de más pero igual se contentó, por ser la primera vez. Apoyó entonces su carita en uno de los muslos del cliente y se quedó así, quietito, hasta que el hombre reaccionó.

Hoy ya tiene veinte años y la misma carita de nene. Hace cuatro que se vino a Buenos Aires y está para comérselo. Su vieja siguió trabajando en Salta hasta que se murió hace unos meses. Nunca se escribieron. Juaco labura exclusivamente en casas de escorts y está juntando plata para poner su propio negocio. Sólo coge gratis con sus amigos; para el resto de los mortales no hay rebajas ni contemplaciones. Jamás cogió con una mina ni lo piensa hacer (salvo que haya mucha guita de por medio, opino yo). Para él sólo los hombres tienen sexo y, si le dan a elegir, prefiere entregar el culo: le da mucho más placer y le permite hacer más servicios. Tiene un orto de oro. Se ha llegado a despachar a más de quince tipos en una noche y él como si nada. Me consta porque lo vi con mis propios ojos; nadie me lo contó. Es más: yo fui uno de los quince, juas!