miércoles, 20 de junio de 2007

8 x 8

Ya sé que es una boludez, pero una boludez entretenida. Lucho me eligió y yo acepto el reto. El juego es así:

1. Cada jugador cuenta 8 cosas de sí mismo
2. Además de las 8 cosas tiene que escribir en su blog las reglas.
3. Por último tiene que seleccionar a otras 8 personas y escribir sus nombres/blog.
4. Por supuesto, no hay que olvidar dejarles un comentario que han sido seleccionadas para este juego.

Y acá las ocho cosas y algunas fotos para que no se pierda el espíritu cachondo de este blog.


1) Son extremadamente obsesivo con mi aseo personal. Puedo llegar a ducharme cuatro o cinco veces al día y jamás salgo sin mi kit de limpieza. Soy una cenicienta de mi cuerpo, juas.


2) No es para hacerme falsa publicidad, pero soy de los que pueden hacerse una autofelación. Más que nada por la fexibilidad que me ha dado el "ejercicio".


3) Este ya lo sabrán los que han leído atentamente mis relatos (no como Quino, que no se había enterado de mi profesión, juas): me fascinan las bananas! Puedo comerlas en cualquier modo. Solas, con crema, con dulce de leche, fritas... como sea!!!!


4) Me gustan casi todas las posiciones sexuales, pero debo confesar que me fascina coger o que me cojan de parado.


5) Otra de las prácticas que me pueden es la felación. Creo que no podría vivir si no me pudiera chupar una pija.


6) ¡Detesto las aglomeraciones! (salvo que sea en una orgía, juas).


7) De todos los lugares del mundo que he visitado, ninguno me gusta más que mi departamento en Buenos Aires.


8) Disfruto mucho de estar desnudo al aire libre. ¿Exhibicionista?.

Bien. Hasta aquí mi parte.

Los seleccionados para seguir el juego son:

1-
Quino

2-
Trevor

3-
Don Arturo

4-
pe-jota

5-
Thiago

6-
Gordi Gay

7-
Paulus Cerberus

8-
El Guz

Había otros candidatos, pero este jueguito se ha hecho tan popu que ya lo habían seleccionado antes que yo.

Nos vemos

martes, 12 de junio de 2007

Lomo con apología


Días atrás, Sebita estuvo en casa. El negocio no le está funcionando y necesitaba algo de efectivo. Me llamó por teléfono y yo aproveché para invitarlo a cenar. Hacía mucho que no nos encontrábamos y el cuerpo ya me estaba reclamando su contacto.

Es que con Sebis tenemos un pacto tácito que nunca hemos quebrantado: en nuestros encuentros no existen los formalismos y siempre (pero siempre, siempre) tenemos sexo. Sin más ni más. Tenemos una química inmejorable y lo supimos desde el instante mismo en que nos conocimos. Pero esa será historia para otra oportunidad.

Cuando llamó al portero eléctrico, yo acababa de ducharme y estaba en la cocina comiendo una banana. Había estado toda la tarde con un cliente y me había dado mucho hambre. Cuando oí el timbre, salí corriendo hacia el dormitorio y no tuve tiempo de buscar algo especial para lucirle. Me puse lo primero que encontré a mano y fui a abrir la puerta.

Él sí había tenido tiempo para preparar su vestuario. Llevaba una remera blanca sin mangas que lucía muy bien su musculatura; unos jeans oscuros que le ajustaban inevitablemente los glúteos; zapatillas blancas de marca y ¡la infaltable gorra verde con la visera hacia atrás que yo tanto detestaba! Al abrir la puerta del ascensor, lo primero fue un fortísimo abrazo, luego un beso en los labios y los cálidos saludos de siempre:

- ¡Qué fuerte que estás, guacho puto! -él.

- ¡Guacho será tu hoyo, cabrón culo roto! -yo.

Obvio que le ofrecí una banana (en mi casa es un rito sagrado) y él aceptó con gusto. Se la pelé y se la di en la boca.

- ¿Hace cuánto que no comía tu banana? -preguntó con picardía y la boca llena.

- Mucho más de lo que quisiéramos...

Y allí se acabaron las palabras. Nuestros cuerpos necesitaban reconocerse después de tanto tiempo. Sebis se me colgó del cuello y me comió los labios. Pero con tanta pasión y ternura que al instante tuve una erección. Compartimos nuestras bananas entre saliva y lengüetazos y, como siempre, nuestras pieles en contacto generaron una estática cachonda que al irradiarse en derredor calentaba hasta las paredes. Poco a poco, fuimos recordando los añorados sabores del otro. Y entretanto, Sebis me fue desnudando con la pericia que le ha dado la profesión. Quitarme la remera fue un juego de niños. El pantalón fue un desafío. En el apuro, cuando llegó había tomado uno viejo que casi no me iba. Tan endiabladamente ajustado lo llevaba que tuvo que romper la magia del beso y arrodillarse frente a mí para bajar el pantalón con fuerza (momento en que aproveché para quitarle la remera y dejar al descubierto ese torso torneado que tanto me calienta). Allí descubrió que no había tenido tiempo de ponerme boxer y mi verga quedó frente a su nariz, turgente y poderosa. Sebis se quedó un instante con la mirada fija, sin decidir si le daba más gusto contemplarla o saborearla. Claro que no tardó mucho en decidirse y se la tragó con presteza.




Debo confesarlo: no suele gustarme que me hagan sexo oral, pero Sebastián tiene el don de hacerme perder el control cuando lo hace. ¡Al punto de no poder evitar la eyaculación! Por fortuna, no fue este el caso. Antes de que fuera demasiado tarde, saqué la verga de entre sus labios y lo invité a intercambiar roles. Al cabo, yo también ardía en deseos de chupársela. Tiene una pija acorde al resto de su cuerpo: tersa, suave, pero fibrosa y de grandes proporciones. Él jamás lo confesará, pero yo sé que está muy orgulloso de lo que lleva entre las piernas. Alguna vez lo sorprendí, sin que él lo notara, jugando con su poronga frente al espejo. Fue muy gracioso, además de excitante. Como un niño que descubre sus potencialidades y no se anima a hacer alardes frente al público pero, en privado, sueña con ser un superhéroe.

- ¡Hey! ¿No me la vas a mamar?

Me había quedado tildado con los recuerdos. Pero cuando regresé a la realidad, con su verga a flor de labios, me puse de pie y le dije que no. Tenía toda la noche para eso.


- Primero hay que preparar la cena.

El menú de aquella noche era lomo al champignon con papas a la crema, una de mis especialidades culinarias. Me puse mi delantal preferido (tiene la silueta de un negrazo musculoso y un agujero a la altura de la entrepierna para pasar pasar el pene), me lavé las manos, serví dos copas de vino y me puse a trabajar. El lomo ya estaba fileteado y, en tanto Sebita se entretenía con mis nalgas, charlábamos de bueyes perdidos y yo doraba la carne y los champignones en manteca. Pelé las papas, las corté en rodajas, las puse a hervir, piqué cebollas y las rehogué también... Yo le hablaba de mi cliente de aquella tarde. Sebis trataba de distraerme besuqueándome la nuca y la espalda, frotándome la verga entre las piernas o pajeándome lisa y llanamente (un asistente de cocina muy peculiar, como podrán imaginarse) pero yo seguí fiel a mi tarea.

- El tipo quiere un trío para la semana que viene. Te prendés ¿no?

- Claro, boludo. Necesito plata. El geriátrico de mi vieja me está comiendo los riñones y los clientes andan bastante cortos últimamente.

- No te calentés por eso. Sabés que yo te puedo ayudar. Lo de este tipo es buena guita y él está bastabte pasable.

- No importa, loco. Yo ya estoy jugado. Con tal que garpe, me da lo mismo si es un pedazo de bofe.

En qué momento se había terminado el cachondeo no lo sé. Pero traté de que la conversación no se desbarrancara hacia el pesimismo y la depresión.

- No hables así. Ya vas a ver que todo se va a mejorar...

- ¿Mejorar? -me soltó la verga y se bajó la copa de vino de un solo trago- Este laburo es una mierda.

Se avecinaba el desastre, pero hice lo posible por evitarlo.

- No digas eso: es un laburo como cualquier otro...

- ¡Sí! ¡Seguro! -gritó- Como si uno pudiera ir por la vida levantando la banderita de taxi libre.

Los que me conocen saben que decir algo así en mi presencia es como escupirme un ojo. No obstante, como lo quiero mucho y sabía que estaba pasando por un mal momento, traté de remarla.

- No es tan así... Yo me siento muy orgulloso de lo que hago...

- ¿Orgulloso? ¿Tanto?

- ¡Por supuesto que sí! ¿Por qué te asombra? Esto ya lo hemos discutido infinidad de veces. -por más que deseaba evitarlo, el temperamento me iba ganando- Yo no engaño, no robo, no obligo, respeto al cliente... soy honesto y profesional... y como profesional cobro por lo que hago. Y me pagan porque mi trabajo vale.

- Mirá... Está bien que te forren de billetes, pero de ahí a sentirte orgulloso por vender el culo...

Y ahí sí que me enojé.

Deploro esos argumentos patéticamente moralistas.

En principio, yo no "vendo" mi cuerpo. Mi cuerpo es siempre mío. Me pertenece y lo cuido con esmero porque me gusta verme bien y, de paso, satisface a los clientes. Un servicio más. Pero de calidad. ¿Acaso no se venden los alimentos? ¿Acaso no se trafica lícitamente con la salud? ¿Acaso la indumentaria y la vivienda escapan a las reglas del mercado? Si las necesidades básicas del ser humano han sido mercantilizadas desde que el mundo es mundo en pro de una mejor calidad del producto y una mejor calidad de vida, ¿por qué tiene que ser distinto con el placer y el sexo, necesidades tan básicas y honorables como las anteriores? ¡No me jodan! Mi trabajo es tan digno y necesario como el de una costurera o el de un panadero.

- Sí, sí. Todas las vacas son tuyas. Pero yo cojo por plata para no cagarme de hambre y no le doy tantas vueltas al asunto.

- ¡Y ahí está tu error! Porque, más allá de lo que puedas cobrar o no, te gusta coger.

- ¿Y con eso?

- Si vas a cobrar por hacer lo que te gusta, hacelo bien y sacale provecho. ¡Y olvidate de las pelotudeces occidentales y cristianas!

- ¿De qué me estás hablando?

- Vos sos un tipo capaz y, como yo, tuviste la ventaja de una buena educación. No sos como Pascual, que dejó el cole en tercer grado. Eso, más que un privilegio, te genera una responsabilidad...

- ¡Ah, claro! ¡Ahora me vas a echar la culpa de la prostitución en el mundo!

Odio que los chavones inteligentes se nieguen a razonar. Lo que yo quería hacerle entender era otra cosa muy diferente. La palabra "culpa" no figura en mi diccionario. Para eso ya está mi vieja (que tendría mucha mierda para lanzar en este tema).

Es cierto que no todos mis colegas (mujeres, varones y un larguísimo etcétera) han tenido la inquietud, la oportunidad o la capacidad de reflexionar sobre este asunto. Concedo que la gran mayoría asume esta profesión impelidos por la miseria, la ignorancia, el abuso o la ausencia de valores. Algunos pocos la consideran solo un medio para ganar dinero fácil y son menos aun los que se llenan los bolsillos de oro con ella (hablo de los que la ejercen y no de los que la explotan). Sin embargo, los detractores de la prostitución suelen limitarse exclusivamente a lo empírico, a lo que es, a lo que ven día a día en las calles, sin ahondar demasiado en la esencia y en las potencialidades de una actividad que (si fuera despojada de moralinas y correctamente regulada en términos sanitarios) podría ser de gran utilidad en esta sociedad de mal cogidos...


Sebis había vuelto a abrazarme.

- Cómo me calienta que hables en difícil...

Tenía la pija muerta aunque el tono de su voz y el sudor de sus manos daban pruebas de lo que estaba diciendo. Pero lo ignoré de una y seguí con el discurso.

Por supuesto que la realidad de casi todos los que ejercen la prostitución poco ayuda a la hora de las reivindicaciones. La gran mayoría apenas puede comer y sobrevivir en un submundo que más se parece a un matadero que a un sindicato. Este es un problema social, una papa caliente que todos prefieren ignorar y, en vez de buscarle una solución, se nos estigmatiza y se nos criminaliza. Y tanto es así que nosotros mismos terminamos por creernos el cuento, en vez de valorar y jerarquizar nuestro trabajo. En ese aspecto, el laburo de la calle también es como cualquier otro: corrupción, desidia y falta de compromiso acosan a todas las áreas de lo laboral. El buen servicio, el prestado honestamente con profesionalismo y orientado hacia la plena satisfacción del cliente, es una especie en extinción. ¡Cuánto más en una actividad que se ejerce comúnmente desde las catacumbas de lo "inmoral" y lo "pecaminoso"!


Decía esto último justo en el momento en que agregaba la crema de leche y tapaba la cazuela para el hervor final.

Aprovechando la pausa, Sebis se colgó otra vez de mi cuello y me besó con tanta behemencia que las ideas se me borraron al instante. La verga se le había vuelto a parar y todo su cuerpo ardía. Mágicamente, me quitó el delantal, me alzó en brazos y me llevó a la habitación. La gorra verde desapareció en el trayecto. Me dejó caer sobre la cama y se echó sobre mí en una soberbia confusión de formas y sudores. No sé cómo ni cuándo se colocó el preservativo. De espaldas a él, alcé las caderas y me abrí las nalgas para que pudiera hacer lo suyo. El guacho es un maestro con la lengua. Nadie me calienta como él cuando me lame el culo. Sabe muy bien lo que me gusta y disfruta haciéndome gozar. Minutos después, calzó mis pantorrillas sobre sus hombros y me penetró con ganas.






Muchos podrán decir que, siendo un profesional del sexo, estas cosas ya no me deslumbran. Pero una poronga como la de Sebastián se disfruta sin miramientos y no hay deformación profesional que valga. El tipo coge sin sutilezas. La mete y la saca con convicción. Desde la punta hasta el fondo. Todos los músculos se le tensan y le dan un aspecto perverso que no tiene par. Es uno de los pocos que conozco que sonríen mientras lo hacen y que se mantienen atentos a su propio placer y al de su compañero. Siempre vale la pena dedicarle una movida al hermoso Sebita.

Obvio que, ensartado como estaba, yo también la tenía dura y tanto era el goce que dejé de pajearme para no acabar antes de tiempo. Una cogida semejante merece ser gozada hasta el final. Su carita de ángel se había demonizado y sus manos me aferraban con furia en cada empellón. Yo acariciaba su vientre, plano y marcado, y pellizcaba sus pezoncitos duros y puntiagudos. Nuestros gemidos y jadeos eran la música incidental perfecta para esa superproducción del orgasmo.

Sentí que ya no podría aguantar mucho más. Entonces estiré los brazos, amasé sus nalgas y, mientras él seguía penetrándome con violencia, le metí un dedo en el culo. Es algo que no puede superar. Sépanlo: en mi amigo Sebastián, un dedo en el hoyo desata inevitablemente la catarata de leche. Con un grito ahogado, empujó por última vez su verga dentro de mí y acabó segundos antes de que la mía estallara sin necesidad de tocarla.





Durante unos instantes la vida se detuvo. El tiempo nos dio una pausa para que pudiéramos aprovechar a pleno esos últimos estertores de placer. Luego, Sebis se desplomó a mi lado y yo lo estreché con fuerza... y cariño.

La cena ya estaba lista. Una duchita rápida y después a seguir disfrutando.

- ¿Qué hago? -me preguntó. Sin esperar un nuevo sermón pero conciente de cuál sería mi respuesta.

- Algo sencillo pero no fácil: creer más en vos mismo.

Serví más vino y continué:

- Tenés un lomo espectacular y un talento especial para el sexo. Te falta explotarlos en tu beneficio. Yo creo que deberías jerarquizar tu trabajo y mejorar la clientela...

- ¿Y por dónde empiezo?

Hice una breve pausa para tragar el bocado de carne y, de paso, pensar en la respuesta.

- Mmmmm... Aprender inglés no te vendría mal... dejar la calle... un poco de publicidad... ¡y quemar esa gorra!

viernes, 1 de junio de 2007

Polvo en la penumbra


Al final no pude con mi genio y le entregué el culo tres veces más durante la noche.

Recapitulemos: estábamos en la madrugada del 21 de diciembre de 2001, Marcos y yo cogiendo como conejos mientras el país se incendiaba a cacerolazos y mi vieja pasaba la noche en casa de una amiga. La primera vez me había dolido horrores y, en consecuencia, juré que en lo sucesivo el pasivo sería Marcos.

Pero el deseo y la compasión pudieron más. Llegado el momento de la verdad, Marquitos estaba más cerrado que culo de muñeca.

- Me da miedo -confesó con carita de bebé (semejante vergudo de patas peludas). Y no hubo caso: por más que lo estimulara con los dedos y la lengua (tal como lo indicaba la enciclopedia de mi padrino), en vez de relajarse fruncía más el ojete. A su pesar y al mío. Así que, como yo me moría por seguir cogiendo, terminé por darme vuelta y romper mi juramento.


Y no estuvo nada mal. Lo mejor fue descubrir que, a mí, lo de la relajación me salía mucho mejor que a él y que sentir una pija en el orto era algo que me gustaba más aun de lo que hubiera supuesto. Además, ya no dolía tanto y la verdad que valía la pena. Marquitos se sintió muy aliviado y, después de cuatro polvos y varias bananas para reponer fuerzas, se quedó profundamente dormido.

Fue algo curioso. Mucho. Era la primera vez que tenía un hombre (¿?) durmiendo culo para arriba en mi cama y, aun hoy, puedo recordar lo lindo que se sentía estirar la mano y acariciar esas nalgas y esa espalda, suvecitas y cálidas. Era agradable y me daba cierta sensación de seguridad. Seguridad en mí mismo. Había deseado aquello durante mucho tiempo y lo había conseguido. ¿Acaso significaba que podría lograr todo lo que me propusiera? El ver y acariciar aquel cuerpo me hacía sentir poderoso. Una especie de superhéroe de quince años. Algo dentro de mí había crecido (y no hablo solo del muñeco que dormía en mi entrepierna). Lo tocaba y me tocaba cuando yo también me rendí al llamado del agotamiento.

Cuando desperté ya era de día. El teléfono sonaba y un sol asesino se filtraba entre las rendijas de la persiana. El tiempo parecía ralentado, los sonidos tenían un eco sospechoso en la penumbra y las partículas de polvo flotaban en los rayos de luz como un ejército de pequeños insectos que hubieran perdido el rumbo.


Sin demasiada conciencia de lo que hacía, me incorporé, levanté el tubo y, desde el otro extremo de la línea, me llegó la voz chillona de mi madre. Qué espantosa manera de despertar.

Quería saber si estaba en casa, si había comido, si iba a comer... Me pedía que no saliera, que en las calles continuaban los líos, que ordenara mi habitación, que pusiera ropa a lavar... hasta que dejé de escuchar...

Ante mis ojos tenía el cuerpo desnudo de Marcos, todavía dormido como tronco, y nada podía ser más importante. Mientras mi vieja seguía con sus recomendaciones y se despedía con un reproche (quién sabe por qué causa), me empecé a masturbar y la pija me respondió sin dilaciones.

Colgué el tubo sin quitarle los ojos de encima al culo de Marcos. ME acomodé entre sus piernas y le empecé a besar las nalgas, amasándolas con delicadeza. No pensaba en nada. Mi mente estaba libre de toda especulación. Mis labios y mi lengua intrusa trabajaban como si tuvieran experiencia. Recordé el gusto que me había dado que Marcos me hiciera lo mismo la noche anterior y me excité más todavía. Su piel tenía un gusto y un aroma idescriptibles, amén de la carga erótica que involucraba el contacto estrecho entre mi boca y su trasero.

Marcos comenzó a despertar lentamente. Primero un incomprensible murmullo. Luego un remoloneo, traducido en una pierna que se estira, un leve movimiento de caderas y una mano que sugestivamente se acercaba a la entrepierna. Yo seguía con mi labor.

Entonces, como quien no quiere la cosa, mis besos y lamidas se encaminaron espaldas arriba, hasta llegar al cuello. No fue difícil estraerle gemidos y jadeos inéditos hasta el momento. Tal vez fuera porque todo mi cuerpo lo cubrió y lo protegió en la penumbra. O quizás porque mi verga dura se había instalado entre sus nalgas, justo a las puertas del paraíso que me hubiera negado el día anterior. Y estando ante las puertas, no había más que entrar.


Lo penetré despacio, mordisqueándole el cuello y los hombros y sujetándole las manos con firmeza. Le dolió, sí, pero no me rechazó ni dijo nada. Su esfínter se apretó alrededor de mi falo y casi muero de gusto. Comencé a moverme al ritmo de sus quejidos (más de placer que de dolor), acariciándole las piernas con mis piernas, disfrutando el roce de sus vellos,el calor de su espalda contra mi pecho, el sudor de su nuca y, por supuesto, la esponjosa voracidad de su retaceado tesoro. Pero como suele suceder en estos casos, uno empieza con prudencia, hasta que las mismas urgencias de la naturaleza se hacen cargo de los hechos y todo empieza a tornarse más confuso e imperante. Por miedo a perder definitivamente el control, me detuve abruptamente y se la saqué justo a tiempo para no acabar. Ni una sola palabra. MArcos tampoco dijo nada. Solo se limitó a levantar la cadera para poder masturbarse con mayor facilidad. La verga me latía como el corazón delator. La sola idea de un roce me ponía al borde del orgasmo. Entonces descubrí algo que me distrajo y, en otras circunstancias, me hubiera dado mucho asco: mierda.

Les habrá pasado a todos: tenía la pija cagada. No mucho, pero la mancha era notoria. Y el olor también. Pero lejos de acobardarme y superada la primera impresión, aquel descubrimiento incentivó mi morbo. Marcos empezó a menearse de adelante hacia atrás, reclamando mi atención, y yo me hundí en él una vez más. Entré y salí... entré y salí... entré y salí... Marcos gemía sin reparos y los testículos se me apiñaban como nueces. Mi entrepierna era un volván a punto de erupción pero nada me importaba: solo quería cogerlo hasta no dar más. Instintivamente le agarré la verga y comprobé que él también estaba a punto de caramelo. La tenía durísima y mojada, hinchada de venas, arqueada hacia el vientre... ¡y lamenté no poder llevármela a la boca!


Un grito ahogado anunció el desborde de leche entre mis dedos. Lo clavé bien a fondo, una y otra vez, una y otra vez, hasta que por fin me vacié dentro de él, con el corazón desbocado y sin aliento. Fue sublime y atroz al mismo tiempo. El pecho me dolía y me faltaba el aire. Acababa de traspasar un límite: el límite de lo que creía posible hasta el momento. Y desde ese momento supe que ya no habría límites para el goce.

Me desplomé sobre su espalda y quedé inconciente durante una largo rato.

- ¿Te sentís bien? -preguntófinalmente Marcos, entre sonriente y desconcertado.

"Mejor que nunca" debió haber sido la respuesta. Pero solo pude entrecerrar los ojos y mover la cabeza a modo de asentimiento. Él me aferró la mano y me dio un besito en los labios, con esa ternura que ya no cunde en la vida real.

Quedamos allí tendidos en silencio. Yo, vació de pensamientos. Él, feliz de haber vencido los temores y el pudor. Ya era el mediodía y la penumbra del cuarto agonizaba. Los estómagos se quejaron casi al unísono y otra vez fue Marcos el que rompió el silencio:

- ¿Nos comimos todas las bananas?

- Tenemos una para cada uno...