martes, 19 de mayo de 2009

Reencuentro (2da parte)

Después de semejante relato, el ambiente había quedado más que caldeado. A pesar de que el aire acondicionado mantuviera una temperatura constante de 22ºC, ya todos estábamos con el torso desnudo. Incluso Joao había quedado con solo un escueto boxer de lycra, que le marcaba la verga semierecta y echada hacia la izquierda. Si se miraba con atención, se podían percibir hasta las gruesas venas, cargadas de pura energía. En más de una ocasión, mientras Sebys y Leandro relataban su historia de las lamparitas, Joao se había manoteado el bulto sin ningún disimulo (no tenía caso guardar esos reparos entre nosotros) y también Federico colaboró con la tarea. La pija del curitibeño se hinchaba y se imponía testaruda a la ajustada tenacidad de la tela. El negro sonreía entonces con una doble satisfacción: la propia de su notable pene erecto y la del orgullo de saber que no pasaba desapercibido para ninguno de los presentes y despertaba el deseo en todos nosotros, por más que fuera un "viejo conocido".

Todos estábamos calientes y me preocupaba que todavía no hubiéramos comido el postre. Me había llevado mucho tiempo prepararlo. Primero, salteé unas rodajas de banana con una copita de mistela. Luego batí unas yemas y preparé un exquisito sambayón con el que hice un leve colchón en el fondo de cada copa. Sobre él, coloqué las rodajas de banana, en posición vertical y formando un círculo en forma de rayos. Copa por copa. En el medio, una frutilla sazonada en mistela, y finalmente el resto del sambayón hasta el tope de la copa. Para decorar y antes de enviarlas a la heladera, cuatro triángulos de kiwi y dos puñados de arándanos frescos entre ellos. Demasiado trabajo para que mis hermosos orangutanes terminaran utilizando mi creación como lubricante anal.

- ¡Bueno, bueno! ¿Quién me ayuda a servir el postre? -vociferé batiendo palmas con la intención de cambiar el clima.

- ¡Yo te ayudo! -reaccionó Leandrito dando un salto e imponiendo ante nuestros ojos la firmeza de su metro ochenta. O sea: cualquier artilugio de mi parte para disipar la tensión sexual reinante era totalmente inútil.

El pendejo era de catálogo. Piel cetrina, espaldas anchas, brazos fuertes, pectorales finamente insinuados y cubiertos por una delgada mata de vello oscuro y enrulado que marcaba una punta sobre el ombligo, luego de atravesar las sinuosidades del abdomen. Para nosotros, sin duda, ese era su mayor atractivo. En nuestro medio, lo habitual es la depilación. Está impuesta la creencia de que a los clientes les gusta más así. De modo tal que la presencia de un especimen tan "al natural" representaba un condimento muy diferente a lo que estábamos habituados. Aunque, tampoco había que menospreciar sus demás atributos. Leandro tiene un rostro muy singular. sus facciones finamente aindiadas, en conjunción con una expresión casi infantil en la mirada, le conferían un atractivo difícil de emular. Sus piernas son robustas y sus pies... (ya se sabe que soy fetichista de los pies)... elegantes y firmes.

Sin embargo, no vayan a creer que se trata del chico diez. A mi juicio, el más destacable de sus defectos es su voz. Parecerá curioso e increíble, pero en cuanto lo vi lo primero que me vino a la mente no fue preguntarme si la tendría grande. Lo que imaginé en ese momento fue que tendría una voz grave y profunda, como de locutor de radio. Fue una desilusión escuchar su vocecita chillona y ceceante. Por otra parte, usa lentes de contacto por simple coquetería y aquella noche lucía unos color verde que le daban aspecto de muñeco KEN.


Ya en la cocina, inicié mi interrogatorio a quemarropa mientras preparaba una séptima copa (Leandro no estaba en la lista de los comensales).

- ¿Así que nunca entregaste el culo?

Se quedó atónito. No sabía qué responder y se vio obligado a forzar una sonrisa. Titubeó:

- No... ¡No!... ¡Yo no soy puto!!!!!

Yo terminé de cortar los triangulitos de kiwi y le ofrecí el resto de la fruta. Como si tal cosa... Decoré la copa con total parsimonia y finalmente proseguí la charla:

- Pero te cogiste a Sebastián.

- Sí... porque me hizo un pete y después se me ofreció.

- Y ¿te gustó?

- Sssssí... Tiene un buen orto tu amigo... Se le abre de nada ¿viste?

- ¡Ja! ¡Decímelo a mí!

- Es raro... Nunca me había pasado.

- ¿Qué cosa?

- Que me guste culearme un puto.

- Entonces ya habías cogido con un tipo antes.

- Una vez.

- Ajá.

- En la secundaria.

- ¿Él también te hizo un pete y después se te ofreció?

- Exacto.

- Lo supuse.

- Pero era un favor que yo le hacía.

- ¿Cómo es eso?

- Él me hacía los trabajos prácticos del cole y yo me lo garchaba una vez a la semana.

- ¡Ah, entonces lo hicieron más de una vez!

- Bueno... sí... durante todo el quinto año.

En ese momento, entró Sebys, cortando el clima confesionario:

- ¿Qué está pasando acá? ¿Me querés birlar el chongo? -bromeó.

Entonces regresamos a la sala, donde todo estaba ya al límite del desborde. Juaco, Fede, Sony y Joao estaban ovillados en el sillón blanco y daba trabajo descubrir donde terminaba uno y comenzaba el otro, en medio de un coro de risotadas. Tan entretenidos estaban, riendo y metiéndose mano, que no advirtieron nuestro regreso con el postre. Tuve que alzar la voz para que salieran de esa especie de jocoso trance.

- ¡Y bueno! -se excusó Juaco- Si ustedes se van a darle a la lengua a la cocina, nosotros nos tenemos que entretener con algo...

- Y ¿se puede saber qué estaban cuchicheando tanto en la cocina?

Abrí la boca para decir un chiste, pero Leandro se me adelantó con una confesión:

- Le contaba a Ezequiel que nunca entegué el culo...

Risotada general mientras yo repartía las copas y al son de "¡Que muestre! ¡Que muestre!". Y Leandro, sin demasiada timidez, mostró. Se puso frente a todos, nos dio la esplada y lentamente fue bajándose el jean hasta que el magistral culo quedó expuesto, aunque bajo la delicada tela de un boxer blanco. Algarabía general. Chiflidos de calentura. Gritos desmesurados. El culo de Leandro había despertado ente nosotros el más puro espíritu baboso. Todo fue muy fugaz. Antes de que pudiera pestañear ya se había subido nuevamente el pantalón. Sin embargo, la imagen quedó grabada en la retina de todos nosotros y el tema de conversación no se apartó entonces de su trasero.

- ¿Nunca entregaste el culo? ¿Nunca, nunca? -inquirió Juaco con no pocas dudas.

- Nunca, nunca.

- Es un desperdicio... -concluyó Federico y todos reímos.

Sony fue al grano.

- Pero la pregunta es: ¿tenés ganas de entregarlo?

- ¡Nooooo! -fue la reacción instantánea de Leandro- ¡Yo no soy puto!

Y volvimos a empezar con la charla de la cocina. Todos empezaron a acosarlo con preguntas acerca de su idea de lo que es y no es ser puto. Nada que valga la pena reproducir en estas líneas. El nene está muy pero muy bueno desde el exterior pero dentro de la sesera parece tener un vacío insalvable. Afortunadamente, todos estábamos lo suficientemente calientes con él como para dar importancia a sus palabras, porque en verdad muchas de sus creencias rondaban desagradablemente en la homofobia más rancia. Fue así como Sony (que tratándose de sexo no da puntada sin hilo) fue llevando la conversación hacia el terreno que más le interesaba. Aunque su éxito fue relativo porque terminamos en un campo más interesante para Joao y para mí que para él mismo. En un momento de la charla, Sony preguntó:

- ¡Entonces lo que más te gusta es que te la chupen! ¡Nosotros podemos ayudarte con eso!

Todos volvimos a reir pero era más por calentura que por humor. Leandro se agarró el paquete, puso trompita e hizo un gesto de negación muy pícaro:

- Pero a mí me gusta que se la traguen toda... Y no todos pueden...

Nos miramos sin entender del todo a lo que se refería.

- Es que es muy grande -aclaró.

- Y ¿dónde está el problema? -quise saber.

Leandro y Sebys se echaron una mirada cómplice y fue mi amigo el que asumió la responsabilidad de evacuar nuestras dudas.

- Es MUY grande.

Entonces todos quedamos con la boca abierta. Si Sebys decía que era muy grande era porque en realidad era MUUUUUYYYYY grande.

- ¿Tanto?

Sebys respondió que sí con la cabeza. Y una sonrisa.

Sin pensarlo, dejé mi copa vacía sobre la mesita ratona y me arrodillé frente a Leandro, sentado sobre mis talones y las manos en la entrepierna (la mía). Las ideas iban acomodándose lentamente en mi cabeza y los demás no decían ni una palabra entre tanto. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Leandro me miraba fijamente a los ojos y yo trataba de indagar si lo que me estaban diciendo era realmente así.

- A ver... ¿de qué tamaño estamos hablando?

Leandro enfrentó sus palmas a una distancia de algo más de veinte centímetros.

- ¿Gruesa?

- También.

- Quiero ver.

El pendejo se quedó callado. No puedo creer que no haya previsto que aquella conversación terminaría de ese modo. Noté cierto rubor en sus mejillas cobrizas. Miró a Sebastián como pidiendo ayuda y mi amigo se limitó a alzar los hombros y a sonreir tontamente. Todos los demás quedaron expectantes. Hasta que la timidez de Leandro cayó vencida y con un simple movimiento desabrochó el botón de su cintura y tiró con ambas manos de la tela para que los demás botones soltaran a la presa. Un rápido movimiento de caderas y el jean quedó por debajo de las nalgas. Finalmente un gesto con la mano derecha deslizó el borde del boxer blanco y el falo quedó expuesto ante nosotros como una suave morcilla vasca. Nadie dijo nada.

- No es tan grande -aventuró Fede después de unos largos segundos.

Leandro no respondió. En su lugar, comenzó a sobar el miembro y poco a poco fuimos viendo cómo tomaba entidad frente a nuestros ojos el ideal de la superverga. Transcurridos algunos minutos, lo que Leandro llevaba entre las piernas se había transformado en una fabulosa pija que nos hizo babear a todos. Claro que la emoción del momento nos llevaba a confundir las cosas (después, con mayor tranquilidad, recordé alguna verga más grande que la de él, la de un cliente dominicano que me contrató el año pasado, tras estar con él tuve que untarme el culo con crema desinflamatoria; es lo más grande que he probado) pero la de Leandro no tiene nada de qué avergonzarse. Gruesa. Enorme. Y con una cabeza gorda y lustrosa de un bordó palpitante.

- ¿Te la tragarías toda? -me desafió el pendejo.

Y como no soy de los que se amilanan ante los retos imposibles, redoblé mi apuesta:

- Y si me la trago toda, ¿vos me entregás el culo?

Los ojos de Leandro se abrieron desmesurados. Se ve que la idea no había pasado jamás por su cabeza. Se quedó en silencio unos minutos (los demás presenciaban nuestro duelo conteniendo el aliento), miró nuevamente a Sebys en buscá de consejo (pero éste volvió a alzarse de hombros con una sonrisa burlona) y finalmente tomó una decisión:

- Trato hecho -y buscando una vez más la complicidad de Sebys le dijo- Total estoy seguro de que va a perder, ¿no?

- Yo creo que vos tenés ganas de que rompan el orto.

Y todos rompieron el silencio con una risotada que tenía mucho de tensión contenida.

Yo puse mis condiciones. Lo primero era ponernos en bolas para estar más cómodos. La idea era tragármela toda pero no comérsela hasta hacerlo acabar, de modo que en cuanto mis labios rozaran su vello púbico la prueba debía darse por superada. Él estuvo de acuerdo, se quitó la ropa por completo y se prestó a seguir mis indicaciones. De ahí en más, el que mandaba era yo.

Después de desnudarme, le pedí que se tendiera de espaldas sobre la alfombra. Era un verdadero espectáculo verlo allí, tan bello y largo como es. Tal vez fueran nervios, pero la verga había vuelto a perder turgencia. Lo observé nuevamente y no la vi tan pequeña. Probablemente me había metido en un brete pero ¿qué podía perder? En su dilema por la posibilidad de entregar el rosquete, el pendejo se había olvidado de plantear sus exigencias en el caso en que yo no pudiera cumplir con mi parte del trato. ¿Qué podría pedirme? ¿Que fuera yo el que le entregara el culo? ¡Vaya problema! Estaba más claro que el agua: yo tenía todas las de ganar.

Ya tendido él sobre la alfombra, me acomodé entre sus piernas y tomé la pija por primera vez entre mis manos. Estaba flácida pero igualmente daba gusto tocarla. Además tenía un olor muy agradable. Retiré el prepucio y puse manos a la obra. Mejor dicho: lengua a la obra. Le lamí el glande con extrema suavidad y el pene dio su primer respingo. Una oleada de sangre lo recorrió prestamente y empezó a tomar volumen. Continué la lamida de la base del glande con un movimiento circular. Se le empezó a poner dura y eso me dio gusto... NOS dio gusto, a todos los presentes. Como noté que respondía, seguí con los lametones, acompañandolos con suaves caricias en el perineo.

Transcurridos algunos minutos, la verga había alcanzado todo su esplendor... ¡y vaya que era esplendorosa! A ojo de buen cubero, superaba los veinte centímetros que Leandro había sugerido con el gesto de sus manos. Pero lo más notable era su grosor: era una verga larga y gruesa, surcada de venas violáceas que resaltaban el tono oscuro de su piel. Mi propia verga estaba henchida de placer y tanto era el gozo que no quise tocárnela por miedo a acabar antes de tiempo y arruinar la sesión (es una de las técnicas que empleo cuando estoy con un cliente: ya sea que se la esté chupando o que él me esté cogiendo, salvo que me lo pida expresamente, jamás me pajeo cuando estoy trabajando). Los demás no se quedaban atrás tampoco. Ya todos se había puesto en pelotas y se tocaban entre ellos sin despegar los ojos de mi boca y de la pija de Leandro.


Así pues, todo estaba dado para que yo comenzara con la verdadera tarea en la que estaba empeñado. Sin ningún tipo de aviso, hice que el glande de Leandro traspasara los límites demarcados por mis labios y se internara en la tenue penumbra de mi boca. El pendejo exclamó un "GUAUUUU" y llevó su mano a mi cabeza con la clara intensión de presionarla hacia él. Estoy acostumbrado a ese tipo de reacciones y supe atajarlo antes de que su palma entrara en contacto con mi cabello siquiera. Sin quitarme la pija de la boca, cambié la expresión de mi mirada en tono reprobatorio y desvié su mano con la mía. Él lo entendió y lo aceptó, de modo que llevó ambas manos a su nuca y se recostó con mayor soltura sobre el sofá. En la maniobra, intentó la clásica "empujadita" para que yo chupara más a fondo pero también pude anticiparme a sus pensamientos y mi cabeza describió el mismo movimiento de sus caderas. Sin embargo, el intento me entusiasmó; quería decir que mi trabajo estaba dando resultado y su calentura iba en aumento. Seguí entonces masajeando su glande con mis labios, sacudiendo suavemetne mi cabeza. De tanto en tanto, me inclinaba hacia delante para que la mamada fuera un poco más profunda (algún gustito extra tenia que darle al pobre pendex, juas). Él resoplaba con fuerza y todos suspiraban. Sin darme cuenta, la pija de Leandro fue adentrándose cada vez más en mi boca hasta alcanzar mi garganta. Al primer contacto sentí una leve arcada. Debía acomodar mi garganta al calibre de su falo y para eso necesitaba relajar lo más posible los músculos y expandir mis fauces. Para quien no sepa cómo se hace, es como bostezar. De ese modo, la poronga de Leandro fue encontrando su camino entre mis amígdalas y yo pude controlar la situación de manera que me fue posible también disfrutar de la mamada tan profunda. A nuestro alrededor, empezaron a vitorearme. Sin perder la concentración, con el rabillo del ojo vi que Federico aplaudía mientras se la lamía a Joao. Por su parte, Sebys le chupaba los pezones a Leandro mientras la lengua de Juaco se ocupaba de su culo. Sony era el único que se mantenía en su rol exclusivo de espectador... mientras se la meneaba y se metía dos dedos en el culo, por supuesto.

Todos perdimos la noción del tiempo. Pero todos recordamos ese instante en que mis labios sintieron las cosquillas del vello púbico de Leandro. Ni yo mismo podía comprender cómo había logrado que aquella enormidad se alojara con tanta comodidad en mi garganta. Pero lo cierto es que no era en absoluto una molestia. Antes bien, era para mí una fuente de placer no muy frecuente que se potenciaba con el griterío y los manoseos que inspiró mi hazaña. Todos reían y vociferaban sin miramientos. Todos menos Leandro.

En verdad no se había dado cuenta de que me la había tragado toda y, por consiguiente, de que él había perdido la apuesta. El disfrute era tan grande que había olvidado quizá el origen de aquel pete tan particular. Fue Sony el que se lo dijo a voz en cuello:

- ¡Perdiste! ¡Perdiste! ¡Ahora tenés que entregar el rosquete! Jajajajaja.

Al oirlo, Leandro abrió los ojos con expresión de pánico, me miró, comprobó que su verga estaba todavía por completo dentro de mi boca y su cara empalideció. Alguien tomó una foto de la escena con su celular, mi orgulloso semblante engullendo aquel portento y el gesto de pavor que invadió la (hasta minutos antes) concupiscente sonrisa del chonguito.

Se la chupé un poco más antes de pasar a la siguiente etapa. Estaba claro que mi garganta se había acostumbrado al tamaño de esa cosa y ya no ofrecía resistencia. Era un deleite extra sentir la caricia de su glande en mi garganta.

- Vas a tener que pagar tu deuda. -le dije finalmente.

Miró a su alrededor y solo vio rostros de entusiasmo ante su derrota. Solo Sebastián lo contemplaba con expresión de "te lo dije".

- ¿Ahora? -me preguntó.

- Ahora. -le respondí.

No obstante, no soy un sádico y no me interesaba hacerlo pasar por una experiencia desagradable. Estaba dispuesto a olvidar el asunto. Pero Leandro, con una decisión que no esperaba, se puso de pie y luego se arrodilló sobre el sofá, dándome la espalda y exponiendo ante mis ojos todo el esplendor de sus nalgas.


- ¿Estás seguro? -le pregunté, a lo que él respondió solo con un además afirmativo de su cabeza.

Escondió su rostro contra sus antebrazos cruzados sobre el respaldo del sillón y puso su culo en pompa para que quedara más expuesto. La algarabía volvió a estallar. Federico era el más entusiasta, con la verga de Joao todavía entre las manos gritaba "Que se la meta, que se la meta" como si se tratara de un cantito de cancha.

La suerte estaba echada pero igualmente quise ir despacio. La primera vez debe ser siempre una experiencia que nos guste recordar y yo estaba dispuesto a que fuera de ese modo para Leandro.

Su culo era algo especial (¿ya lo dije?). Sus nalgas pulposas y velludas ocultaban el centro de placer que pronto mi lengua y mi pija desvirgarían. Comencé por acariciarlas con extrema suavidad al tiempo que me arrodillaba frente a ellas. Luego acerqué mis labios y las besé casi con cariño. Mi lengua se coló entonces en el interior del surco pero sin llegar al fondo. Leandro exaló un suspiro y supe que iba por el buen camino. Sony se prestó voluntariamente a participar en la tarea de "ablande". Con sus manitas delicadas, se ubicó tras el sillón y empezó a masajear pausadamente los hombros del pendejo. Yo aparté sus nlagas con ambas manos y su deseado hoyito quedó expuesto ante mis ojos, oscuro y apretado entre el matorral de vellos renegridos. Me chupé el pulgar y lo deslicé por la raja. Su cuerpo se sacudió ante el contacto. Su ano se frunció todavía más. Comprendí que necesitaría mucha paciencia. Por eso volví a ensalivar mi dedo y proseguí con mi masaje. El primer gemido no tardó en surgir de entre sus labios, tímido y contenido. Es algo inevitable. No saben muchos héteros lo que se pierden por no dejarse dar un buen masaje en el culo. Sony insistía con los masajes y daba resultado la estrategia. Los músculos de Leandro se iban distendiendo de a poco.


El alborozo general iba en aumento. Federico ya se la chupaba al morocho y Juaco se había instalado en su trasero para hacerle el honor con su lengua experta. El único que se mantenía expectante era Sebastián, un tanto anonadado por la atención que le estábamos propinando a su "amiguito". Sin embargo, no era enojo lo suyo. En cierto sentido, me miraba con admiración. Tal vez por haber logrado en tan poco tiempo lo que él no había logrado en días. De pronto, sin decir palabra, se aproximó a mí, tomó mi cara suavemente y me besó en los labios. Curioso gesto. Si bien eran habituales los besos tiernos entre nosotros, aquel en particular fue especial. Luego me sonrió y, siempre en silencio, se quitó la ropa que le quedaba y se acomodó a mi espalda con la verga bien parada. Mientras yo continuaba sobándole la raja a Leandro, Sebys me apoyó por detrás y rodeó mi vientre con sus brazos. No sé en qué momento lo hizo (Sebys tiene cierto arte para esas cosas) pero su glnade estaba perfectamente lubricado, de manera que cuando empezó a penetrarme no halló resitencia. Y al tiempo en que su poronga se internaba en mis entrañas, casi por impulso, mi dedo se clavó suavemente en el culo de Leandro. El pendejo emitió un quejidito, creo yo que más por sorpresa que por dolor. Su esfínter aprisionó mi dedo como no deseando que lo sacara. Un beso húmedo de Sebys en mi nuca, me animó a mover mi dedo al ritmo en que él se movía dentro de mí.

Sorprendidos quedamos todos cuando descubrimos a Leandro con la verguita de Sony en la boca. Sobre todo el mismo Sony que no estaba muy habituado a ese tipo de trato por parte de un extraño. ¡El pendejo se la estaba chupando! Fue entonces cuando Sebys me dio la orden al oído:

- Cogételo.

Y yo no dudé. El esfínter de Leandro ya estaba bastante relajado y mi pija por demás urgida. Fue un momento memorable. Sebys puso un forro entre mis manos. Sony abrió los ojos y la boca como si nunca hubiera imaginado que llegaríamos a esas instancias. Fede abandonó la verga de Joao. Juaco descuidó por unos instantes su raja. Y todos fueron testigos de lo sorprendente: el culo de Leandro me recibió con alegría. Ni una queja, ni un suspiro, ni un estertor. Entré dentro de él y el calor de su carne fue como un premio. Detrás de mí, Sebys empujó con fuerza y fue como si su verga fuera la que penetrara en el pendejo. El pendejo que seguía con la pija de Sony en la boca y parecía ignorar lo que estaba sucediendo en su retaguardia. De allí en más fui como un carbónico, un dulce mediador entre Sebastián y su amiguito. Hasta que preferí cederle el lugar para que todo fuera más "directo". Juaco ya estaba dentro de Fede y yo me quedé a un costado disfrutando de la panorámica mientras me pajeaba con gusto.



Cuando Leandro notó que quien estaba detrás de él ya no era yo, se incorporó y retorció su torso hasta que sus labios alcanzaron los de Sebys. Fue la oportunidad que aprovechó Sony para escurrirse hasta mi lado y hacerse cargo de mi verga.

- Siempre terminamos juntos vos y yo. -me dijo con una sonrisa.

Y así es en realidad. Por el trasero de Leandro, a lo largo de la noche, pasaron todos. Varios mililitros de leche tibia se derramaron en su interior y en su entorno.

Sony y yo permanecimos como testigos. Bien cierta fue su afirmación.