sábado, 25 de octubre de 2008

REENCUENTRO (1ra parte)



Mucho tiempo sin publicar, es cierto. Pero a juzgar por la cantidad de mails que he recibido en este período de ausencia, se ve que no me han olvidado. Me han elevado el ego con sus amables reclamos (y no es que lo tuviera bajo, jeje), razón por la cual serán acreedores del odio de mis queridos amigos que ya soportan a diario mis aires de diva, sin que tenga nadie la necesidad de venir a inflarme la autoestima.

Desde mi última aparición por estas latitudes de la webosfera, han sucedido muchas cosas en mi vida. Muchas de ellas, dignas de ser contadas con detalle en esta página. Pero como soy un tipo cuyos métodos suelen ser erráticos, el respeto estricto por las cronologías no forma parte de mi modus operandi.

Después de muchos meses de trabajar a destajo los siete días de la semana sin tomarme descanso (aunque para no aparecer como una víctima de la compulsión laboral debo confesar que mi trabajo de las últimas semanas incluyó un largo y placentero viajecito por Europa), este finde decidí hacer un parate y disfrutar de la paz del hogar. Relativa paz, por supuesto, dado que el sábado por la noche fue noche de amigos como en los viejos tiempos. Hacía tanto que no nos juntábamos que no dábamos abasto con las anécdotas.

Participantes del encuentro:

- Juaco y su yeso: se fracturó el brazo izquierdo por practicar el "salto del tigre" con un cliente intrépido y exigente.
- Seby sin gorra: por primera vez desde que lo conocemos se quitó esa cosa que llevaba siempre en la cabeza.
- Joao y su matraca: recién llegado de Curitiba después de casi un año de ausencia, bajó del avión con una enorme matraca que solía usar, años ha, cuando sambaba en la scola para carnaval.
- Sony y sus nuevos músculos: después de mucho meditarlo, ¡por fin se decidió a inscribirse en el gimnasio para dejar de ser un alfeñique de 44 kilos! (dicho muy antiguo que solía repetir mi padrino).
- Federico en calidad de invitado: aunque desde aquel "affaire" entre nosotros, nuestra relación no volvió a ser la misma, juas.
- Leandro: especie de amigo/novio/discípulo de Sebyta, que pasó de repartir lamparitas a chupar pijas con factura a consumidor final.
- Y por supuesto, YO: alma mater de la fiesta y maestro del arte culinario.

Si bien todos estaban entusiasmados por conocer detalles de mi viaje y de poder reencontrarnos en una cena amena y lujuriosa, lo que más los motivaba era la posibilidad de volver a comer comida elaborada con los mejores ingredientes y preparada con esta manitas que dios me dio y que no solo sirven para amasar una verga. No es que quiera insinuar que mis amigos son unos muertos de hambre. Sólo afirmo taxativamente que todos y cada uno de ellos son unos perfectos inútiles en la cocina y que la única manera de que se hagan un huevo frito es cayéndose en bolas sobre una sartén de aceite hirviendo. Lo dejó bien en claro Seby en cuanto Sony le abrió la puerta:

- ¿Qué vamos a comer?????

- Suela hervida, puto del orto -le respondí-. ¿Ni siquiera un "hola" me merezco después de tanto tiempo que no me ves? ¿Tan poco me extrañaste?

- No te chivés, trolito mío... Si vos sabés que te quiero más que a tu lomo a la pimienta -bromeó-. Porque me imagino que estás haciendo lomo a la pimienta ¿no?

- Error -le señalé-. El plato de hoy está directamente relacionado a nuestra profesión: embutido de carne con salsa blanca

- ¡Un chorizo que eyacula!

- ¡Cooooooorrectooooooo! -vociferó Sony al mejor estilo Susana Giménez- Una morcilla que, si la acariciás, te salpica.

Cuando terminamos de reirnos y de abrazarnos y besuquearnos, vi por primera vez a Leandrito y la verdad que lamenté no haberlo visto antes para hacerlo participe de los efusivos saludos de bienvenida. Algo intenté igualmente pero me frené por si acaso tuviera una relación más "seria" con mi amigo (uno nunca sabe con qué nos puede salir Sebastán). El pendejo tiene diecinueve añitos y está más bueno que el pan.

- Me dijo Sebastián que sos el que escribe en "Bananas"...

- Siempre buchoneando el tipo.

- Y... ¿va a haber bananas de postre como en tus historias?

Sin duda su pregunta tenía todos los dobles sentidos que pueden imaginar. Entonces los tres amigos nos miramos con complicidad y coreamos al unísono:

- Pero Mamá Cora, ¿qué duda cabe?????

En ese momento llegó Joao y nos cortó la historia. Apareció con su enorme matraca multicolor entre las piernas, como si de un monstruoso pene se tratara. El morocho se vino más puto que nunca. Se había puesto una camisa de gasa color fuxia (que por cierto dejaba a la vista de quien deseara mirar todo el esplendor de su musculatura), pantalones blancos tan ajustados que no dejaban nada librado a la imaginación y lentes oscuros con strass que hubieran sido la envidia de Elton. Sony fue el encargado de poner en palabras lo que todos pensamos:

- ¡Nena! ¡Dijimos que HOY no se trabaja!

Los últimos en llegar fueron Juaco y Federico, que llegaron sospechosamente sincronizados.

- No me digan que vienen juntitos del telo... -sugirió Sebyta.

- ¡Nada que ver! Nos encontramos en la esquina. -aclaró Fede.

- Mmmmm... No sé... Se los ve muy relajaditos...

- ¿Para qué íbamos a ir al telo si después acá tenemos postre? -ironizó Juaco.

Como buen hijo de mi señora madre, usé para la ocasión la mejor mantelería y la mejor vajilla. La ocasión lo ameritaba. Sony fue el encargado de preparar la mesa y ocuparse de las bebidas. Pronto el departamento se llenó de gritos y algarabía. Madonna estaba presente, ¡por supuesto!. Y era tanto el bullicio que supuse que en cualquier momento me tocaban el timbre los del consorcio para quejarse por los ruidos molestos. Pero no llegaron.

- ¿Y ustedes cómo se conocieron? -les preguntó Juaco a Seby y Leandro.

La historia es realmente increíble. Aunque tratándose de Sebyta, no sé cuál podría llegar a serlo en verdad. Les transcribo (palabras más, palabras menos) lo que ambos relataron:

Hace un tiempo, el gobierno (o el congreso, no lo recuerdo bien) decretó que a partir del año 2010 ya no estará permitido el uso de las lámparas incandescentes para el uso domiciliario. La medida tiene como propósito el ahorro de energía y un mejor aprovechamiento de la misma para garantizar la actividad económica e industrial. Como incentivo, se dispuso el suministro gratuito de dos lámparas de bajo consumo en cada domicilio, por lo que se requirió a los vecinos estar atentos a la visita que efectuaría personal de los organismos comprometidos. Como por mi casa nunca pasó nadie para dejar lámpara alguna, supuse que el proyecto había quedado en el olvido (como tantos otros) o que habían priorizado las zonas de menor poder adquisitivo. Sin embargo, parece que la idea de alentar el ahorro energético ente la población sigue en pie y se está desarrollando, solo que está un poco lento.

Según contó Seby, hace un par de semanas, tocaron a su puerta muy temprano. A las diez de la mañana, lo cual para un chico que trabaja de noche es de madrugada. Como estaba durmiendo profundamente, los timbrazos fueron más que insistentes y terminaron por despertarlo y obligarlo a levantarse. Con todo el mal humor del que es capaz, Seby se encaminó hacia la puerta con la firme intención de recordarle al (o la) causante de aquel bochinche la mala vida de su madre. Para colmo, era un día húmedo, de lluvia, y la madera de la puerta se había hinchado como de costumbre. De manera que Seby tuvo que luchar para abrirla, mientras del otro lado alguien seguía dándole al timbre como con saña. Ya estaba la puteada lista para salir de su boca cuando la puerta por fin cedió y se abrió de par en par. Entonces todo cambió. El cielo se despejó de nubes, comenzaron a cantar los pajaritos de colores y el sórdido zaguán de la vetusta casa donde vive mi amigo se transformó en un jardín luminoso y fragante. Al otro lado de la puerta había un hermoso muchachito moreno, con uniforme de EDENOR (la empresa de electricidad), que cargaba un enorme bolso con el logo de la compañía. No era otro que el repartidor de lámparas de bajo consumo.

El rostro de Sebastián se iluminó y, por dentro, los colmillos de vampiro se aprestaron a morder carne fresca. El chico le explicó la razón de su visita y ante la falta de respuesta de mi amigo (en parte porque no terminaba de despertarse pero más que nada porque sus fantasías iban más rápido que su capacidad de habla) esbozó una sonrisa nerviosa y trató de disculparse por la insistencia con el timbre.

- ... es que es la única vez que vamos a pasar y no...

- Está bien, está bien. No te preocupes. Igual me tenía que levantar... Es que anoche estuve hasta tarde en Amérika y... bueno... vos sabés cómo son esas cosas...

El chico lo miró extrañado. No comprendía muy bien a qué iba tanta explicación. En realidad, aunque parezca mentira, no había una definida segunda intención en ella por parte de Sebastián. Simplemente fue lo primero que se le ocurrió decir para mantener el diálogo y evitar que el pendejo se fuera.

- ¿Conocés Amérika? -le preguntó Sebys y el pendex se mostró algo dubitativo. Se diría que decididamente nervioso.

- Eeeeee... Algo me contaron... Me dijeron que ahí pasa de todo ¿no?

Sebys hizo una pausa y puedo imaginar su mirada felina cuando le respondió:

- Te dijeron bien: pasa DE TODO. Como en todos lados.

Tal vez fue el tono con que lo dijo o que ya no van quedando tiernos corderitos en la pampa, pero lo cierto es que ante esas palabras el pendejo pareció envalentonarse y su actitud fue, desde entonces, más audaz. Ciento por ciento.

- ¿Y qué sería TODO ESO que pasa?

- Lo que quieras. Si tiene que ver con el sexo, mejor. Lo-que-quie-ras.

- ¿Ah sí? Y por ejemplo, si uno quiere un pete...

- Si querés un pete LO TENÉS.

Y ese fue el inicio de la historia, que no sé si fue de amor pero seguro que no podía menos que terminar en una cama.


Sin decir más, Sebys lo tomó de la mano y llevó hacia adentro. Luego de cerrar la puerta el bolso cayó a los pies de ambos y mi amigo se avalanzó sobre su nuevo visitante. Pero éste se hizo el estrecho y, con la advertencia de "yo no beso", puso un límite a los ímpetus del dueño de casa. Sin embargo, Sebas no se amilanó (después de todo no pretendía hacerle el verso del amor eterno) y prestamente cayó de rodillas para cumplir con su promesa lo más expeditivamente posible. El pantalón de trabajo no fue problema. Desabrochar un cinturón y desabotonar una bragueta son ejercicios para los que el guacho está más que entrenado. Leandro emitió un gemido tenue y, antes de que pudiera dejar escapar el segundo, su pija ya salía a la luz del día y se metía en la boca de Sebastián, todavía flácida. Dentro de la boca, la humedad y el cálido roce hicieron lo suyo y, poco a poco, fue tomando volumen. La lengua de Sebastián era experta en ese tipo de labores y con suaves movimientos de cabeza fue dando placer a ese falo que crecía y crecía de manera increíble.

- Cuando me quise dar cuenta ¡ya me llegaba a la garganta! -relataba mi amigo.

Las glándulas salivales estuvieron a la altura de las circunstancias y dieron suficiente producción como para lubricar abundantemente el falo del muchachito. Ambos entraron en un limbo de gozo y perdieron la noción del tiempo. La pelvis del visitante comenzó a mecerse hacia adelante y hacia atrás y la garganta de Sebys estuvo gustosa de alojar, dentro de sí, un glande tan suave y lustroso. La tensión iba in crescendo y los gemidos de ambos sintonizaron un contrapunto sexual en el que incluso los silencios destilaban erotismo. Claro que, dada la inexperiencia de Leandro en las artes amatorias, esta primera parte de la historia no llegó a ser de antología. Cuando menos lo esperaban, el pendex se dejó llevar por la pasión y, en un arranque salvaje, bombeó con tal salvajismo que la eyaculación se le hizo inevitable.

- ¡El guacho me atragantó de leche! -se quejó Sebys.

- ¡No digas así! -le reclamó Leandro, avergonzado- Vos tuviste la culpa por chupármela tan bien.

Y de eso todos los presentes podíamos dar fe.

De más está decir que, a medida que el relato de Sebys y Leandro progresaba, la temperatura del ambiente subía minuto a minuto. Ya habíamos terminado de cenar y nadie reclamaba el postre todavía. Pero el deseo estaba en el aire. Joao se había sentado en el sillón y, abierto de piernas, se sobaba el paquete sin disimulo mientras le lanzaba miradas provocativas a Fede. Por su parte, Fede ni se enteraba de la carga erótica del morocho puesto que estaba sumamente concentrado en la observación de su bulto. Juaco también se manoseaba pero, como estaba todavía sentado a la mesa, los lentos movimientos de su mano tenían como aliado al vuelo del mantel. Yo estaba también sentado en mi silla, pero tuve que retirarme un poco de la mesa porque Sony quiso sentarse sobre mi falda.

- Después de que acabé, pensé que ya había terminado todo. -continuó Leandrito.

- Es que recién nos estábamos conociendo... -aclaró Sebys, aludiendo a que el sexo con él siempre es de tiro largo (y no me refiero solo al tamaño de su pene).

Sebytas se puso de pie y, sin soltar la verga todavía erecta del repartidor, tomó la mano del muchacho y la introdujo dentro de su bragueta. Claro que el pendejo mucho no se resistió y, una vez que estuvo firme en sus funciones, demostró ser un experto en las artes masturbatorias. Pronto sacó la verga fuera del pantaloncito para trabajar con más comodidad y pareció sorprenderse con el tamaño. Bajó la mirada y así se quedó medio con la boca abierta, hasta que Sebastián (aprovechando el pasmo) le tomó la cara y le dio un chupón de antología. Leandro no tuvo tiempo de quejarse y, ante los hechos consumados, se limitó a disfrutar de ese beso iniciático. Aunque "limitarse" no es un verbo que se ajuste a la situación. Más bien se predispuso a gozar y a participar activamente de aquella degustación. En definitiva, se comieron la boca mutuamente. Durante largo rato.

Cuando sus labios se separaron, no hubo palabras. Sebas puso su mano sobre el hombro de Leandro y con una leve presión hacia abajo lo invitó a ponerse de rodillas frente a él. Leandro al principio no comprendía (o no quería comprender) pero ante la insistencia de Sebys hizo caso y entonces sí no quedaron dudas acerca de lo que Sebastián pretendía. El húmedo glande se rozó contra sus labios y el inconfundible olor del sexo se coló dentro de sus fosas nasales, liberando vaya uno a saber qué traba le había impedido confesarse desde hace tanto tiempo que todo aquello le gustaba. En consecuencia, abrió la boca y se tragó suavemente la verga de Sebytas. Apeló a su memoria emotiva y se la comió tal como le gusta a él que se la comieran. Sebas lo disfrutó. Tanto que, contrariamente a su costumbre (nunca tan acertada la expresión "es un culo inquieto") se quedó quietito y lo dejó hacer sin siquiera dar una indicación. Leandro puso en juego todas sus armas. Usó legua, labios, manos, todo lo que estuvo a su alcance, para dar placer. De tanto en tanto, se tomaba el tiempo para lamer los testículos o acariciar el perineo. Nunca lo había hecho pero sabía cómo hacerlo (lo cual comprueba que todo hombre que ha recibido alguna vez una buena mamada está capacitado para hacerlo a su vez). Y si bien Sebas es un profesional, los profesionales también somos humanos y tenemos nuestras limitaciones. Llegó el momento en que el placer era muy intenso y sintió que su resistencia llegaba al límite. Antes de vaciar su verga en la boca de Leandro, pudo retirarse y contener la eyaculación. Lo ayudó a ponerse de pie y ambos volvieron a besarse apasionadamente. Las manos de mi amigo fueron a ubicarse sobre las nalgas gorditas del pendejo pero ahí sí que éste se puso firme:

- No. Olvídalo. El culo no te lo voy a entregar.

Y esta vez no parecía dispuesto a ceder. De modo tal que Sebys se dio vuelta y cambió la estrategia:

- Cogeme vos entonces.


No fueron necesarios más argumentos. Ni siquiera un comentario. Leandro se escupió la mano derecha y se embadurnó la pija con saliva. Volvió a escupirse y lubricó el culo de Sebas. Lo hizo con tanta rapidez que, en menos de treinta segundos, su pollón se internaba suavemente entre las nalgas que esperaban frente a él.

El silencio hubiera sido total y completo de no haberse escuchado el chasquido rítmico que hacía el cuerpo de Leandro al chocar contra el trasero de Sebastián. Mi amigo estaba recostado contra la pared, con las manos extendidas hacia adelante y las piernas bien separadas como para dejar que el chico trabajara con total libertad. Y por cierto que no lo hacía nada mal. Tenía mucho ritmo, lo cual en estas cosas es muy importante. Y además tenía la picardía de remover su pelvis en círculos con un rápido movimiento cuando penetraba en lo más profundo. La verga de Sebastián seguía dura también y todavía cargada de leche. No quiso pajearse para no acabar. Quería disfrutar de aquella tensión todo lo que le fuera posible. El pene de Leandro no había perdido la erección después de la acabada y de veras que estaba dando una exhibición digna de los mejores cogedores. Largos minutos tanscurrieron (aunque cortos para los felices involucrados) y a los chasquidos se sumaron los gemidos y suspiros de ambos. Las piernas de Sebastián empezaron a temblar y su respiración se aceleró de un modo inusual. Todo presagiaba que no restaba mucho tiempo, por lo cual decidió hacerse cargo de la situación. A cada embestida de Leandro, contraía el esfinter y el pendex deliraba de placer. Sintió también el temblor de su cuerpo y pronto las gotitas de sudor que caían sobre su cintura. Se dejó llevar por el gozo y, cuando quiso darse cuenta, su pene estallaba en cuatro impresionantes chorros de semen que fueron a estrellarse contra el muro. En ese mismo momento, Leandro daba su último estertor y acababa por segunda vez.


CONTINUARÁ...