miércoles, 5 de noviembre de 2008

Fotos de la Marcha del sábado.

Confieso que me las afané de AG Magazine, jejeje. Pero están muy buenas. Si me buscan ma encontrarán!!!! Solo hay que saber mirar.



En estos días publico la segunda parte de REECUENTRO. No desesperen!!!!!!

Pikitos para tod@s.

sábado, 25 de octubre de 2008

REENCUENTRO (1ra parte)



Mucho tiempo sin publicar, es cierto. Pero a juzgar por la cantidad de mails que he recibido en este período de ausencia, se ve que no me han olvidado. Me han elevado el ego con sus amables reclamos (y no es que lo tuviera bajo, jeje), razón por la cual serán acreedores del odio de mis queridos amigos que ya soportan a diario mis aires de diva, sin que tenga nadie la necesidad de venir a inflarme la autoestima.

Desde mi última aparición por estas latitudes de la webosfera, han sucedido muchas cosas en mi vida. Muchas de ellas, dignas de ser contadas con detalle en esta página. Pero como soy un tipo cuyos métodos suelen ser erráticos, el respeto estricto por las cronologías no forma parte de mi modus operandi.

Después de muchos meses de trabajar a destajo los siete días de la semana sin tomarme descanso (aunque para no aparecer como una víctima de la compulsión laboral debo confesar que mi trabajo de las últimas semanas incluyó un largo y placentero viajecito por Europa), este finde decidí hacer un parate y disfrutar de la paz del hogar. Relativa paz, por supuesto, dado que el sábado por la noche fue noche de amigos como en los viejos tiempos. Hacía tanto que no nos juntábamos que no dábamos abasto con las anécdotas.

Participantes del encuentro:

- Juaco y su yeso: se fracturó el brazo izquierdo por practicar el "salto del tigre" con un cliente intrépido y exigente.
- Seby sin gorra: por primera vez desde que lo conocemos se quitó esa cosa que llevaba siempre en la cabeza.
- Joao y su matraca: recién llegado de Curitiba después de casi un año de ausencia, bajó del avión con una enorme matraca que solía usar, años ha, cuando sambaba en la scola para carnaval.
- Sony y sus nuevos músculos: después de mucho meditarlo, ¡por fin se decidió a inscribirse en el gimnasio para dejar de ser un alfeñique de 44 kilos! (dicho muy antiguo que solía repetir mi padrino).
- Federico en calidad de invitado: aunque desde aquel "affaire" entre nosotros, nuestra relación no volvió a ser la misma, juas.
- Leandro: especie de amigo/novio/discípulo de Sebyta, que pasó de repartir lamparitas a chupar pijas con factura a consumidor final.
- Y por supuesto, YO: alma mater de la fiesta y maestro del arte culinario.

Si bien todos estaban entusiasmados por conocer detalles de mi viaje y de poder reencontrarnos en una cena amena y lujuriosa, lo que más los motivaba era la posibilidad de volver a comer comida elaborada con los mejores ingredientes y preparada con esta manitas que dios me dio y que no solo sirven para amasar una verga. No es que quiera insinuar que mis amigos son unos muertos de hambre. Sólo afirmo taxativamente que todos y cada uno de ellos son unos perfectos inútiles en la cocina y que la única manera de que se hagan un huevo frito es cayéndose en bolas sobre una sartén de aceite hirviendo. Lo dejó bien en claro Seby en cuanto Sony le abrió la puerta:

- ¿Qué vamos a comer?????

- Suela hervida, puto del orto -le respondí-. ¿Ni siquiera un "hola" me merezco después de tanto tiempo que no me ves? ¿Tan poco me extrañaste?

- No te chivés, trolito mío... Si vos sabés que te quiero más que a tu lomo a la pimienta -bromeó-. Porque me imagino que estás haciendo lomo a la pimienta ¿no?

- Error -le señalé-. El plato de hoy está directamente relacionado a nuestra profesión: embutido de carne con salsa blanca

- ¡Un chorizo que eyacula!

- ¡Cooooooorrectooooooo! -vociferó Sony al mejor estilo Susana Giménez- Una morcilla que, si la acariciás, te salpica.

Cuando terminamos de reirnos y de abrazarnos y besuquearnos, vi por primera vez a Leandrito y la verdad que lamenté no haberlo visto antes para hacerlo participe de los efusivos saludos de bienvenida. Algo intenté igualmente pero me frené por si acaso tuviera una relación más "seria" con mi amigo (uno nunca sabe con qué nos puede salir Sebastán). El pendejo tiene diecinueve añitos y está más bueno que el pan.

- Me dijo Sebastián que sos el que escribe en "Bananas"...

- Siempre buchoneando el tipo.

- Y... ¿va a haber bananas de postre como en tus historias?

Sin duda su pregunta tenía todos los dobles sentidos que pueden imaginar. Entonces los tres amigos nos miramos con complicidad y coreamos al unísono:

- Pero Mamá Cora, ¿qué duda cabe?????

En ese momento llegó Joao y nos cortó la historia. Apareció con su enorme matraca multicolor entre las piernas, como si de un monstruoso pene se tratara. El morocho se vino más puto que nunca. Se había puesto una camisa de gasa color fuxia (que por cierto dejaba a la vista de quien deseara mirar todo el esplendor de su musculatura), pantalones blancos tan ajustados que no dejaban nada librado a la imaginación y lentes oscuros con strass que hubieran sido la envidia de Elton. Sony fue el encargado de poner en palabras lo que todos pensamos:

- ¡Nena! ¡Dijimos que HOY no se trabaja!

Los últimos en llegar fueron Juaco y Federico, que llegaron sospechosamente sincronizados.

- No me digan que vienen juntitos del telo... -sugirió Sebyta.

- ¡Nada que ver! Nos encontramos en la esquina. -aclaró Fede.

- Mmmmm... No sé... Se los ve muy relajaditos...

- ¿Para qué íbamos a ir al telo si después acá tenemos postre? -ironizó Juaco.

Como buen hijo de mi señora madre, usé para la ocasión la mejor mantelería y la mejor vajilla. La ocasión lo ameritaba. Sony fue el encargado de preparar la mesa y ocuparse de las bebidas. Pronto el departamento se llenó de gritos y algarabía. Madonna estaba presente, ¡por supuesto!. Y era tanto el bullicio que supuse que en cualquier momento me tocaban el timbre los del consorcio para quejarse por los ruidos molestos. Pero no llegaron.

- ¿Y ustedes cómo se conocieron? -les preguntó Juaco a Seby y Leandro.

La historia es realmente increíble. Aunque tratándose de Sebyta, no sé cuál podría llegar a serlo en verdad. Les transcribo (palabras más, palabras menos) lo que ambos relataron:

Hace un tiempo, el gobierno (o el congreso, no lo recuerdo bien) decretó que a partir del año 2010 ya no estará permitido el uso de las lámparas incandescentes para el uso domiciliario. La medida tiene como propósito el ahorro de energía y un mejor aprovechamiento de la misma para garantizar la actividad económica e industrial. Como incentivo, se dispuso el suministro gratuito de dos lámparas de bajo consumo en cada domicilio, por lo que se requirió a los vecinos estar atentos a la visita que efectuaría personal de los organismos comprometidos. Como por mi casa nunca pasó nadie para dejar lámpara alguna, supuse que el proyecto había quedado en el olvido (como tantos otros) o que habían priorizado las zonas de menor poder adquisitivo. Sin embargo, parece que la idea de alentar el ahorro energético ente la población sigue en pie y se está desarrollando, solo que está un poco lento.

Según contó Seby, hace un par de semanas, tocaron a su puerta muy temprano. A las diez de la mañana, lo cual para un chico que trabaja de noche es de madrugada. Como estaba durmiendo profundamente, los timbrazos fueron más que insistentes y terminaron por despertarlo y obligarlo a levantarse. Con todo el mal humor del que es capaz, Seby se encaminó hacia la puerta con la firme intención de recordarle al (o la) causante de aquel bochinche la mala vida de su madre. Para colmo, era un día húmedo, de lluvia, y la madera de la puerta se había hinchado como de costumbre. De manera que Seby tuvo que luchar para abrirla, mientras del otro lado alguien seguía dándole al timbre como con saña. Ya estaba la puteada lista para salir de su boca cuando la puerta por fin cedió y se abrió de par en par. Entonces todo cambió. El cielo se despejó de nubes, comenzaron a cantar los pajaritos de colores y el sórdido zaguán de la vetusta casa donde vive mi amigo se transformó en un jardín luminoso y fragante. Al otro lado de la puerta había un hermoso muchachito moreno, con uniforme de EDENOR (la empresa de electricidad), que cargaba un enorme bolso con el logo de la compañía. No era otro que el repartidor de lámparas de bajo consumo.

El rostro de Sebastián se iluminó y, por dentro, los colmillos de vampiro se aprestaron a morder carne fresca. El chico le explicó la razón de su visita y ante la falta de respuesta de mi amigo (en parte porque no terminaba de despertarse pero más que nada porque sus fantasías iban más rápido que su capacidad de habla) esbozó una sonrisa nerviosa y trató de disculparse por la insistencia con el timbre.

- ... es que es la única vez que vamos a pasar y no...

- Está bien, está bien. No te preocupes. Igual me tenía que levantar... Es que anoche estuve hasta tarde en Amérika y... bueno... vos sabés cómo son esas cosas...

El chico lo miró extrañado. No comprendía muy bien a qué iba tanta explicación. En realidad, aunque parezca mentira, no había una definida segunda intención en ella por parte de Sebastián. Simplemente fue lo primero que se le ocurrió decir para mantener el diálogo y evitar que el pendejo se fuera.

- ¿Conocés Amérika? -le preguntó Sebys y el pendex se mostró algo dubitativo. Se diría que decididamente nervioso.

- Eeeeee... Algo me contaron... Me dijeron que ahí pasa de todo ¿no?

Sebys hizo una pausa y puedo imaginar su mirada felina cuando le respondió:

- Te dijeron bien: pasa DE TODO. Como en todos lados.

Tal vez fue el tono con que lo dijo o que ya no van quedando tiernos corderitos en la pampa, pero lo cierto es que ante esas palabras el pendejo pareció envalentonarse y su actitud fue, desde entonces, más audaz. Ciento por ciento.

- ¿Y qué sería TODO ESO que pasa?

- Lo que quieras. Si tiene que ver con el sexo, mejor. Lo-que-quie-ras.

- ¿Ah sí? Y por ejemplo, si uno quiere un pete...

- Si querés un pete LO TENÉS.

Y ese fue el inicio de la historia, que no sé si fue de amor pero seguro que no podía menos que terminar en una cama.


Sin decir más, Sebys lo tomó de la mano y llevó hacia adentro. Luego de cerrar la puerta el bolso cayó a los pies de ambos y mi amigo se avalanzó sobre su nuevo visitante. Pero éste se hizo el estrecho y, con la advertencia de "yo no beso", puso un límite a los ímpetus del dueño de casa. Sin embargo, Sebas no se amilanó (después de todo no pretendía hacerle el verso del amor eterno) y prestamente cayó de rodillas para cumplir con su promesa lo más expeditivamente posible. El pantalón de trabajo no fue problema. Desabrochar un cinturón y desabotonar una bragueta son ejercicios para los que el guacho está más que entrenado. Leandro emitió un gemido tenue y, antes de que pudiera dejar escapar el segundo, su pija ya salía a la luz del día y se metía en la boca de Sebastián, todavía flácida. Dentro de la boca, la humedad y el cálido roce hicieron lo suyo y, poco a poco, fue tomando volumen. La lengua de Sebastián era experta en ese tipo de labores y con suaves movimientos de cabeza fue dando placer a ese falo que crecía y crecía de manera increíble.

- Cuando me quise dar cuenta ¡ya me llegaba a la garganta! -relataba mi amigo.

Las glándulas salivales estuvieron a la altura de las circunstancias y dieron suficiente producción como para lubricar abundantemente el falo del muchachito. Ambos entraron en un limbo de gozo y perdieron la noción del tiempo. La pelvis del visitante comenzó a mecerse hacia adelante y hacia atrás y la garganta de Sebys estuvo gustosa de alojar, dentro de sí, un glande tan suave y lustroso. La tensión iba in crescendo y los gemidos de ambos sintonizaron un contrapunto sexual en el que incluso los silencios destilaban erotismo. Claro que, dada la inexperiencia de Leandro en las artes amatorias, esta primera parte de la historia no llegó a ser de antología. Cuando menos lo esperaban, el pendex se dejó llevar por la pasión y, en un arranque salvaje, bombeó con tal salvajismo que la eyaculación se le hizo inevitable.

- ¡El guacho me atragantó de leche! -se quejó Sebys.

- ¡No digas así! -le reclamó Leandro, avergonzado- Vos tuviste la culpa por chupármela tan bien.

Y de eso todos los presentes podíamos dar fe.

De más está decir que, a medida que el relato de Sebys y Leandro progresaba, la temperatura del ambiente subía minuto a minuto. Ya habíamos terminado de cenar y nadie reclamaba el postre todavía. Pero el deseo estaba en el aire. Joao se había sentado en el sillón y, abierto de piernas, se sobaba el paquete sin disimulo mientras le lanzaba miradas provocativas a Fede. Por su parte, Fede ni se enteraba de la carga erótica del morocho puesto que estaba sumamente concentrado en la observación de su bulto. Juaco también se manoseaba pero, como estaba todavía sentado a la mesa, los lentos movimientos de su mano tenían como aliado al vuelo del mantel. Yo estaba también sentado en mi silla, pero tuve que retirarme un poco de la mesa porque Sony quiso sentarse sobre mi falda.

- Después de que acabé, pensé que ya había terminado todo. -continuó Leandrito.

- Es que recién nos estábamos conociendo... -aclaró Sebys, aludiendo a que el sexo con él siempre es de tiro largo (y no me refiero solo al tamaño de su pene).

Sebytas se puso de pie y, sin soltar la verga todavía erecta del repartidor, tomó la mano del muchacho y la introdujo dentro de su bragueta. Claro que el pendejo mucho no se resistió y, una vez que estuvo firme en sus funciones, demostró ser un experto en las artes masturbatorias. Pronto sacó la verga fuera del pantaloncito para trabajar con más comodidad y pareció sorprenderse con el tamaño. Bajó la mirada y así se quedó medio con la boca abierta, hasta que Sebastián (aprovechando el pasmo) le tomó la cara y le dio un chupón de antología. Leandro no tuvo tiempo de quejarse y, ante los hechos consumados, se limitó a disfrutar de ese beso iniciático. Aunque "limitarse" no es un verbo que se ajuste a la situación. Más bien se predispuso a gozar y a participar activamente de aquella degustación. En definitiva, se comieron la boca mutuamente. Durante largo rato.

Cuando sus labios se separaron, no hubo palabras. Sebas puso su mano sobre el hombro de Leandro y con una leve presión hacia abajo lo invitó a ponerse de rodillas frente a él. Leandro al principio no comprendía (o no quería comprender) pero ante la insistencia de Sebys hizo caso y entonces sí no quedaron dudas acerca de lo que Sebastián pretendía. El húmedo glande se rozó contra sus labios y el inconfundible olor del sexo se coló dentro de sus fosas nasales, liberando vaya uno a saber qué traba le había impedido confesarse desde hace tanto tiempo que todo aquello le gustaba. En consecuencia, abrió la boca y se tragó suavemente la verga de Sebytas. Apeló a su memoria emotiva y se la comió tal como le gusta a él que se la comieran. Sebas lo disfrutó. Tanto que, contrariamente a su costumbre (nunca tan acertada la expresión "es un culo inquieto") se quedó quietito y lo dejó hacer sin siquiera dar una indicación. Leandro puso en juego todas sus armas. Usó legua, labios, manos, todo lo que estuvo a su alcance, para dar placer. De tanto en tanto, se tomaba el tiempo para lamer los testículos o acariciar el perineo. Nunca lo había hecho pero sabía cómo hacerlo (lo cual comprueba que todo hombre que ha recibido alguna vez una buena mamada está capacitado para hacerlo a su vez). Y si bien Sebas es un profesional, los profesionales también somos humanos y tenemos nuestras limitaciones. Llegó el momento en que el placer era muy intenso y sintió que su resistencia llegaba al límite. Antes de vaciar su verga en la boca de Leandro, pudo retirarse y contener la eyaculación. Lo ayudó a ponerse de pie y ambos volvieron a besarse apasionadamente. Las manos de mi amigo fueron a ubicarse sobre las nalgas gorditas del pendejo pero ahí sí que éste se puso firme:

- No. Olvídalo. El culo no te lo voy a entregar.

Y esta vez no parecía dispuesto a ceder. De modo tal que Sebys se dio vuelta y cambió la estrategia:

- Cogeme vos entonces.


No fueron necesarios más argumentos. Ni siquiera un comentario. Leandro se escupió la mano derecha y se embadurnó la pija con saliva. Volvió a escupirse y lubricó el culo de Sebas. Lo hizo con tanta rapidez que, en menos de treinta segundos, su pollón se internaba suavemente entre las nalgas que esperaban frente a él.

El silencio hubiera sido total y completo de no haberse escuchado el chasquido rítmico que hacía el cuerpo de Leandro al chocar contra el trasero de Sebastián. Mi amigo estaba recostado contra la pared, con las manos extendidas hacia adelante y las piernas bien separadas como para dejar que el chico trabajara con total libertad. Y por cierto que no lo hacía nada mal. Tenía mucho ritmo, lo cual en estas cosas es muy importante. Y además tenía la picardía de remover su pelvis en círculos con un rápido movimiento cuando penetraba en lo más profundo. La verga de Sebastián seguía dura también y todavía cargada de leche. No quiso pajearse para no acabar. Quería disfrutar de aquella tensión todo lo que le fuera posible. El pene de Leandro no había perdido la erección después de la acabada y de veras que estaba dando una exhibición digna de los mejores cogedores. Largos minutos tanscurrieron (aunque cortos para los felices involucrados) y a los chasquidos se sumaron los gemidos y suspiros de ambos. Las piernas de Sebastián empezaron a temblar y su respiración se aceleró de un modo inusual. Todo presagiaba que no restaba mucho tiempo, por lo cual decidió hacerse cargo de la situación. A cada embestida de Leandro, contraía el esfinter y el pendex deliraba de placer. Sintió también el temblor de su cuerpo y pronto las gotitas de sudor que caían sobre su cintura. Se dejó llevar por el gozo y, cuando quiso darse cuenta, su pene estallaba en cuatro impresionantes chorros de semen que fueron a estrellarse contra el muro. En ese mismo momento, Leandro daba su último estertor y acababa por segunda vez.


CONTINUARÁ...


lunes, 8 de septiembre de 2008

Tiene razón el Gordi Gay: se me pasó todo el mes de agosto sin postear!!!!!!! Prometo solucionar ese problema en estos días. Mientras tanto, deleitense con este bombonazo.

Pikitos

ZekY's


Encontrá más fotos como ésta en Amigos de Bananas en la Cama



viernes, 25 de julio de 2008

Domingo Negro

Hay días en los que uno no debería salir de su casa. Es más: ni siquiera debería salirse de la cama. Son esos días nefastos en los cuales todo sale mal y se llega a lamentar haber nacido.

Tuve uno de esos días hace un par de meses. Era domingo y la mala racha comenzó bien temprano, antes de que pudiera meterme a la cama para iniciar el merecido descanso. Había pasado todo el sábado en la residencia de un cliente millonario cuyo pasatiempo predilecto es el de organizar fastuosas orgías donde la mitad de los asistentes somos jóvenes que recibimos un buen incentivo por mostrarnos extremadamente amigables con los más viejitos. Llegué a casa a las nueve de la mañana tan cansado que, al entrar en el estacionamiento del edificio, rayé el costado del auto contra una columna e hice trizas el espejito retrovisor. Con toda la furia del mundo bullendo en mis arterias tomé el ascensor y tanta fue mi mala suerte que se quedó parado en el primer piso y no quiso seguir subiendo. Por fortuna pude abrir la puerta y subir por la escalera los cinco pisos que me retaban.


En casa todo estaba en orden. Sony me había dejado una nota pegada con un imán en la puerta de la heladera. Me avisaba que pasaría todo el domingo con un "amigo" que había conocido unos días atrás mientras los dos yiraban por la calle Florida. Además, me dejaba noticias de mi señora madre: "Llamó tu mamá muy preocupada y dijo que la llamaras urgente". ¡Lo que me faltaba! Una requisitoria materna. Pensé que de haber sido realmente importante me hubiera llamado al celular pero ella sabía mejor que nadie que yo terminaría por llamarla. Comentaba este asunto días atrás con Daniel en una de las rarísimas ocasiones en las que me conecto al MSN: ¡Necesito divorciarme de mi madre! Hacía más de veinte días que no sabía de ella ni ella de mí (una situación casi ideal). Supuse que el veneno acumulado durante ese tiempo ya estaría transformándose en metástasis y decidí postergar el contacto para otra oportunidad en la que estuviera más entero. Sin embargo, cuando se trata de mi vieja, las cosas nunca salen tal cual uno las deseó. Ella siempre se encarga de ponerle su impronta incluso a las cuestiones más insignificantes. Habiéndome desnudado, me acababa de echar sobre la cama cuando sonó el teléfono. Era ella. Por instinto pensé en no atenderla. Pero estaba seguro de que no dejaría de insistir hasta que yo no levantara el tubo. Otra opción era desconectar el aparato. Pero me llamaría al móvil y, si apagaba también el móvil, corría el severo riesgo de que la cosa se pusiera mucho más seria. Ella era muy capaz de aparecerse en mi casa y las probabilidades de que todo terminase en un matricidio eran alarmantes (recordarán lo sucedido en su última visita). En consecuencia, acorralado por su inefable estrategia de asedio, tomé el aparato y me enfrnté a lo que viniera.

En sí, fue la misma letanía de siempre: que nunca voy a visitarla, que los perros son más agradecidos, que el día en que ella se muera los vecinos se van a dar cuenta por el olor de su cadáver y cosas por el estilo. La conozco como a la palma de mi mano y sabía que lo mejor era dejarla hablar. Escuché estoicamente todos sus lamentos y (cuando tuve la oportunidad de meter un bocadillo) fui al grano:

- ¿Cuánto necesitás, mamá?

Siguieron las expresiones escandalosas de tigor: que cómo me atrevía a decirle yo eso, que ella no era de las que llamaban solo por interés, que yo era el peor hijo que alguien pudiera imaginar y bla bla bla.

- ¿Cuánto, mamá?

- El techo de la cocina necesita un arreglo...

- ¿Cuánto?

- Por lo menos quinientos...

Fin de la conversación. Me comprometí a llevarle el dinero por la tarde, colgué el tubo y no recuerdo en qué momento me quedé dormido.

Me desperté a las cuatro de la tarde. Sony no había regresado y estaba todo en silencio. Tenía la pija parada y resistí el impulso de pajearme. Si bien el sexo nunca es demasiado, el dia anterior había tenido más que suficiente. Me levanté a duras penas. Deambulé como perdido por la casa vacía. Comí unas galletitas que encontré en la mesa de la cocina. Hojée una revista... La tarde estaba soleada pero no me inspiraba salir de paseo. Solo me asomé al balcón y el bullicio de la avenida me dealentó. No obstante hubo algo que llamó mi atención: un auto blanco estacionado frente a mi edificio. Me resultaba conocido... Hice memoria y finalmente lo recordé. Era parecido al AUDI de Atilio, un cliente muy particular. "Qué curioso" me dije antes de regresar a la sala.

Puse música suave: fado portugués interpretado por Dulce Pontes, una cantante que descubrí a través del blog de un conocido. Luego llené la bañera y eché las sales de baño. La música era como una caricia triste, pero cálida. Lentamente me sumergí en la espuma y mi piel desnuda se erizó en contacto con el agua caliente. Porque el agua me gusta al límite de la quemadura. Me da una sensación de éxtasis. Un dolor suave que me sensibiliza, que me hiere de placer, que concentra todo mi ser en la superficie y me genera una extraña sensación de libertad. Es un especie de purificación que me aliviana el espíritu.

Lamentablemente (como todo lo bueno de la vida) es una experiencia pasajera en tanto el agua no pueda evadir las leyes de la física y mantener el calor ad aeternum. No obstante, la sensación era tan placentera que la verga se me puso dura otra vez y, ante tanta insistencia, se me dio por complacerla sin más ni más. El roce de mis dedos alrededor del glande cobraba un especial significado bajo el agua tibia. Cerré los ojos y entre nubes de vapor imaginé a muchos de los hombres hermosos que han pasado por mi cuerpo. Recordé sus caricias, sus besos, sus palabras, la fuerza de sus vergas entrando dentro de mí, la quemazón de sus esfínteres estrangulando mi falo... De pronto todo mi cuerpo se estremecía con esa epifanía de roces y de goces. Los pezones duros, punzantes. Los músculos tensos y hábidos. La garganta abierta ante un pene imaginario que aguardaba por entrar... Hasta que el semen fluyó con desesperación a lo largod de pija y se expandió por el agua como una nube lechosa en inútil búsqueda de un hueco que invadir.


Momentáneamente satisfecho, salí de la bañera, me sequé sin apuro y, así desnudo como estaba, me recosté en el sillón de la sala para seguir disfrutando de la música.

Y como el agua caliente, tal placer no duró mucho. A la media hora, el teléfono volvió a sonar. Pero esta vez no era mi vieja. Era Atilio.

- Hola, bebé. ¿Estás libre esta noche? Quiero verte.

- Hoy es imposible. -mentí.

- ¡No me evites! ¡Necesito verte! ¡Te pago el doble!

Mientras rechazaba la oferta, me encaminaba hacia el balcón.

- Vos sabés que no es mi modo de trabajo. Yo no hago ni pido favores.

- Cierto... Perdoname... Pero me muero si hoy no estoy con vos.

- No te vas a morir.

El auto blanco aun estaba estacionado frente al edificio.

- ¡Es que preciso verte!

- Ya te dije que estoy ocupado.

- ¡No me hagas esto, bebé! Ya sé que puedo ser molesto pero estoy muy angustiado y...

- Te paso el número de algún colega.

- ¡No! ¡No es lo mismo cualquiera! ¡Vos sos la persona indicada!

Volví a negarme una y otra vez. Cuanto más insistía, más me negaba. Finalmente, con la excusa de que ya era hora de empezar a prepararme para salir, lo saludé cordialmente y (sin darle opción a réplica) corté la comunicación. Ya había anochecido y el Audi seguía allí. Dejé pasar un buen tiempo y nada. No se movía. Entonces tuve la rara certidumbre de que era él.

Lo conocí hace apenas seis meses y, de hecho, es el último cliente que incluí en mi lista. Afortunadamente, trabajo no me falta y puedo vivir muy bien con los que ya tengo. ¿Para qué más? Lo acepté porque llegó hasta mí a través de otro cliente importante, tipo muy correcto y adinerado al que no quise desairar. En este metier hay que cuidar esos detalles. Tanto que, muchas veces, de esas pequeñas atenciones depende que el cliente vuelva a requerir un servicio o no. Este no es un trabajo esclavo pero el éxito está ligado en gran medida a la complacencia que uno pueda demostrar.

La primera vez nos encontramos en un selecto restorán del barrio de Palermo. Él había reservado una mesa discreta y ya estaba esperando cuando llegué. Es un hombre muy atractivo, tiene cuarenta y siete años y cuando lo vi respiré aliviado. Uno nunca sabe xon quién se va a encontrar en este tipo de citas. Si bien hay de todo, en general los hombres que solicitan mis servicios no suelen tener demasiados atractivos (físicos al menos) y yo siempre voy preparado para lo peor, juas. Pero este no era el caso. Atilio es bastante más alto que yo, fuerte, de rasgos delicados y tiene una voz grave y muy seductora. Es además una persona muy instruida y eso redunda en una muy buena conversación. Con gracia y simpatía (y sin recalar en el drama o la nostalgia, como suele suceder bastante más a menudo de lo que uno quisiera) me relató los hechos más significativos de su vida: aventuras de universitario, su matrimonio fallido, sus tres hijos, su ascenso en la empresa, las responsabilidades, su relación con el sexo, sus placeres y sus miedos. Tan agradable fue el encuentro que, al revés de lo que sucede habitualmente, al finalizar la cena era yo el más interesado en que nos fuéramos a la cama. Aunque (como soy un profesional) dejé que fuera él quien tomara la iniciativa. Y también lo hizo con elegancia y sutileza.

- Esto está demasiado concurrido... Te invito a continuar la charla en otro sitio.

Y ese "otro sitio" era su piso de Retiro, sobre la Avenida Libertador, una de las zonas más conchetas de Buenos Aires. Entonces fue la primera vez que vi el Audi blanco.

El hecho de que me llevara a su hogar me resultó llamativo. en este tipo de relaciones siempre es prudente no mezclar los tantos: la vida privada debe ser preservada (yo, por ejemplo, jamás revelo a mis clientes mi domicilio). Por mucho que su amigo pudiera haberle hablado de mí, él en realidad no me conocía y es un hecho que los casos delictivos relacionados con el comercio sexual están a la orden del día en esta ciudad tan convulsionada. Sin ir más lejos, él mismo me refirió la historia de un antiguo gerente de su empresa que fue asesinado años atrás por un taxiboy al que había contactado telefónicamente.

- Incluso el asesinato se produjo en este mismo edificio. -comentó- Era un buen hombre pero no supo elegir a la persona indicada.

El piso era de ensueño. Una muestra cabal del buen gusto de su propietario: lujoso pero sin caer en chabacanerías, de esas cuya única justificación es el alto precio que se pagó por ellas.

Fue particularmente gentil y, en el plano sexual, sencillamente perfecto.

Apenas entramos, Atilio sirvió un par de tragos "para distendernos", según sus propias palabras. Yo no suelo tomar alcohol y mucho menos ponerme nervioso en esas situaciones, pero la experiencia era tan ideal que no quise pecar de descortés y le acepté una copa de coñac. La charla continuó animadamente hasta el momento en que me tomó la mano y me atrajo hacia él. Me abrazó con sincera ternura. Me miró a los ojos, acarició mis labios y me besó. Hubo mucho sentimiento en aquel beso tan sencillo. Luego vino otro y otro más, pasión y calidez, edificando un escenario en el medio del cual quedó desdibujada la verdadera razón de mi presencia en aquel sitio. Demasiado tarde descubriría en ese paraíso la artera jaula de oro que me estaba preparando.

Ya en el dormitorio me desnudó en silencio y recorrió todo mi cuerpo con sus labios. En tanto, él mismo iba quitándose las ropas y develando un cuerpo firme y contundente poco acorde con sus años. Sus gestos seguros y elocuentes me invitaban a recibir con total pasividad el placer de sus deseos. Su lengua se deslizaba parsimoniosa sobre mi cuello y un impulso eléctrico me recorría de pies a cabeza. Haciendo gala de su maestría invirtió los roles entre nosotros y asumió el papel del profesional experimentado. Luego de sus labios, fue su verga turgente la encargada de cubrirme de caricias. Yo no podría haberlo hecho con mayor plasticidad. Y cundo estuvo enl a posición correcta, abrí la boca para engullirla al ritmo que él imponía. Por acto reflejo, también abrí mis piernas para permitir el descarado avance de su lengua y de sus dedos. Me hizo ver las estrellas con solo unas lamidas (talento que muy pocos hombres alcanzan a desarrollar) y cuando le llegó el turno a su pija, el camino estaba despejado de tensiones.


Me cogió como pocos lo han hecho (lo cual no es poco mérito), combinando suavidad y violencia en su punto justo. Tanta pericia me dio confianza y me dejé llevar. Sin dudas ese fue mi primer error. En cada embate de su verga se generaba en mi interior una sensación muy parecida a la felicidad. Él poseía la suficiente sensibilidad como para percibir mi estado y supo aprovechar esa ventaja. Cuando ya no pude controlar la ebullición de mi semen también mis ojos estallaron de plenitud. Fue algo inusual e impensado. Las lágrimas humedecieron la almohada y la sonrisa más luminosa nos marcó a fuego. Sin embargo, a pesar de la extraña emoción, en ese instante fui consciente del peligro por primera vez y mi segundo error fue el de no prestarle mayor atención a mis presentimientos. Atilio se retiró de mi interior, se quitó el preservativo mientras se recostaba a mi lado y bastaron tres o cuatro sacudidas para que su pija estallara en la eyaculación más descomunal que yo hubiera visto jamás. La leche blanca y espesa se alzó unos 60 centímetros por sobre su cuerpo y cayo como baldazo formando tres soles blanquecinos sobre su pecho.

Ambos estábamos extenuados pero, a pesar de lo gozado, la cogida había tenido gusto a poco y una hora más tarde repetíamos la escena con la misma intensidad.

Eran las tres de la madrugada cuando Atilio se quedó dormido. "Error" pensé. Nadie debería rendirse al sueño en su propia casa compartiendo el lecho con un extraño, por más que ese extraño fuera un muchacho carilindo sin aspecto de malicia. Por mi parte, me quedé tendido a su lado luchando contra el cansancio. Cualquier persona sabe que tampoco es prudente dormirse en la cama de un extraño, por más que ese extraño le brindara la confianza de descansar sin reparos.

Desde aquella noche nuestros encuentros se produjeron cada vez con más frecuencia. Durante el primer mes solía llamarme una vez por semana. El sexo era igual de intenso y debo confesar que en alguna ocasión fui yo el que deseaba verlo. Sin embargo, poco a poco, empecé a notar algo en su actitud que despertó mi desconfianza y mi recelo. Algo que no podía precisar entonces. Disfrutaba de su cuerpo y de sus atenciones y, cuando regresaba a casa, me invadía un malestar de duda incomprensible. Era la primera vez que me sucedía algo semejante y no supe manejarlo adecuadamente. Sobre todo a medida que los llamados comenzaron a repetirse con mayor frecuencia. En la semana previa a mi último viaje a Madrid, los contactos fueron diarios.

Todo comenzó a aclararse a mi regreso.

Nunca llevo el celular cuando viajo y fue así como durante mi ausencia recibí treinta y seis llamadas perdidas de Atilio. Todas en el término de una semana. No le di mayor importancia al hecho. Me limité a esperar que volviera a comunicarse. Y no tuve que esperar demasiado. Apenas cinco horas después de que yo aterrizara en Ezeiza la voz de Atilio se hizo presente en mi móvil.

- Pensé que no querías atenderme...

- ¿Y por qué debería hacerlo?

- No sé. Vos sabrás. Te llamé mil veces y nunca te dignaste a responder...

El reproche era por completo improcedente y empecé a ponerme de mal humor. Sin embargo, como en esta profesión más que en ninguna otra el cliente siempre tiene la razón, me tragué la rabia y le di las explicaciones del caso con mi mejor vocecita de quinceañero sorprendido. Finalmente quedamos en encontrarnos esa misma noche en el mismo restorán de la primera vez.

¿Vale la pena detenerme en los detalles? No lo creo. Baste decir que la cena estuvo estupenda y la pasamos muy pero muy bien... Hasta el momento en que la conversación empezó a tomar un cariz más... personal. Atilio dio algunas vueltas para poner sus ideas en palabras. Es evidente que sospechaba mi reacción:

- Desde hace tiempo estoy pensando -dijo- en modificar algunos aspectos de mi vida que me desagradan. No es una tarea sencilla y mucho menos tomar una decisión sabiendo que se tiene un 50% a favor y otro en contra. Pero como soy un hombre de negocios, sé que el que no arriesga no gana. Por eso ya lo he decidido: te venís a vivir conmigo y abandonás este trabajo que no está a tu altura.

La frase fue tan sorpresiva que no atiné a reaccionar de inmediato.

- ¡Te quedaste mudo! -se admiró.

Y era cierto: creo que por unos instantes entré en una especie de estado catatónico. ¡Es que no podía creer en lo que acababa de escuchar! Inútil fue tratar de hacerle entender que se estaba equivocando, que yo estoy muy bien como estoy, que no tengo intenciones de cambiar mi estilo de vida y que, si algún día decidiera hacerlo, lo haría en base a mis propios criterios.

- Es que un chico tan inteligente y delicado como vos no es para esto. -insistió.

Entonces, de nuevo me puse a exponerle mi punto de vista, que difería diametralmente del suyo. Estuvimos discutiendo por más de una hora sin que el tipo entrara en razones. ¡Tercer error grave! ¿Por qué tenía yo que discutir con él si debía o no debía tomar mis propias decisiones? Yo soy un hombre libre y defiendo esa libertad a capa y espada.

Más allá de todo, esta es una situación típica por la cual todo aquel que ponga precio a sus favores eróticos ha de pasar tarde o temprano. Gajes del oficio, que le dicen. En algún momento, todos nosotros terminamos topándonos con algúncliente que pretende "redimirnos", preservar la pureza que aun subyace en el fondo de nuestros corazones y salvaguardar lo bueno que escondemos bajo la fría coraza del sexo cotizado. O sea: pura mierda de buenas intenciones.

Aquella fue la única vez en que dejé plantado a un cliente. No quise seguir perdiendo el tiempo y me fui del restorán, dejando a Atilio inexplicablemente desconcertado. Desde entonces suelo no atenderlo y no contesto nunca los innumerables mensajes que me deja en el buzón de voz. Pero todo es inútil: él nunca se da por vencido.

Aquella tarde del domingo negro, observé su auto estacionado frente a mi edificio durante más de dos horas sin percibir ninguna señal de su presencia, más que la del auto mismo. En un momento dado se me ocurrió apagar las luces y grande fue mi sorpresa al comprobar que, minutos después, el Audi se ponía en marcha y se alejaba por Avenida La Plata hacia el sur. Si alguien me tilda de paranoico es porque no ha leído atentamente o porque vive fuera de la realidad. Las pruebas eran irrefutables: Atilio había descubierto mi domicilio particular. ¿Cómo? No tengo la menor idea.

Me quedé francametne intranquilo (nunca tuve una sensación tan fea) pero al cabo de una hora, viendo que ya no había señales del Audi blanco, logré calmarme y decidí salir a cenar. Necesitaba tomar aire.

Estaba más tranquilo, sí, pero de todas maneras al salir del estacionamiento con el auto miré hacia ambos lados para asegurarme que el auto de Atilio no estaba al acecho. No sé cuál hubiera sido mi reacción si lo hubiera visto.


El restorán donde suelo cenar bastante a menudo está a cuatro cuadras de casa y de milagro pude hallar una mesa libre. Conozco muy bien el lugar y sé que comer allí es una garantía de sabor y buen servicio. Pedí lomo al champiñón con guarnición de papas a la crema y un buen beaujolais que me levantara el espíritu. En una mesa cercana cenaba (también en soledad) un caballero de cierta distinción y, a pesar de los nervios sufridos durante la tarde, mi alma de cazador se mostró irreductible. Bastó mirarlo fijamente durante algunos minutos para llamar su atención. Comprobé entonces que mi olfato no se había equivocado. Al saberse observado, el hombre también posó sus ojos en mí e iniciamos un divertido duelo de miradas en el que no valía distraerse. Pocos minutos después, los rostros de ambos lucían sendas sonrisas y la expresión típica del que está decidido a llegar hasta el final. Y estoy seguro de que yo hubiera ganado de no haber sido por otro inoportuno llamado telefónico.

Confieso que el sonido del celular me perturbó una vez más y mi gesto debió ser evidente, puesto que mi caballero contrincante también frunció el seño como muestra de preocupación. Pero mi corazón retomó el ritmo normal caundo el nombre de mamá apareció en el visor. ¡Me había olvidado por completo de ella y no le había llevado el dinero! ¡Y la muy turra llamaba para reclamarlo! Me tuve que tragar un "no sabés lo que significa la palabra responsabilidad", un "si yo no fuera quien soy hace rato que te habría desconocido como hijo" e incluso un "ni siquiera tu padre era tan desconsiderado". ¡Habrase visto las cosas que uno tiene que aguantar! Estuve a punto de enojarme pero, justo antes de que la ira me ganara, el caballero de la mesa cercana me guiño un ojo, levantó su propia copa de vino y brindó a mi salud. A juzgar por todos los insultos, reproches y pases de factura que se me cruzaron por la mente, él nunca se enteró de que con un simple gesto salvó a una mujer de mediana edad de morir envenenada por la ponzoña de su propio hijo. Es obvio que, cuando tomé mi plato, mi copa y me trasladé a su mesa, no le dije una sola palabra del asunto. Cualquier referencia a los pleitos familiares no es aconsejable en determinadas circunstancias.

Tal como había imaginado, se trataba de un caballero con todas las letras. Un hombre de mundo que desde el vamos comprendió que una noche de grata compañía tiene su precio. La idea de pasar la noche con ese señor tan bien puesto me hicieron olvidar a Atilio y a mi madre. Pero Atilio estaba decidido a convertirse en un azote para la tranquilidad de mis negocios.


Cuando salíamos del restorán vi el Audi estacionado en la vereda de enfrente y, antes de que pudiera llegar hasta el auto de mi nuevo cliente, el sicópata cruzó la calle a largos trancos y me increpó.

- ¿Por qué no respondés a mis llamados?

Ya junto a mí me tomó del brazo y empezó a gritarme como si yo fuese de su propiedad. Que yo no podía desperdiciar mi vida de esa manera. Que él me iba a ayudar a salir de ese mundo sórdido en el que estoy inmerso. Que contara con él. Que solo él sería capaz de comprenderme... Y demás estupideces del mismo tenor.

El caballero gentil, lejos de espantarse, me miró sonriente y volvió a guiñarme un ojo. Era su mejor manera de decir "Estoy con vos. Hacé lo que tengas que hacer". ¡Y lo hice! Tomé el brazo de Atilio con una fuerza inusitada y me tomé el tiempo necesario para elegir cuidadosamente las palabras. Entonces, mientras retorcía su brazo derecho contra su espalda, con tono firme y desafiante, le expliqué por última vez que no hay nada sórdido en mi mundo, que soy feliz tal cual soy, que no soy la persona indicada para él y, sobre todo, que no quería volver a saber de él por el resto de mi vida. Lo dejé de rodillas en la vereda, en una pose patética, entré al auto y me fui con el caballero elegante, quien se apresuró a tranquilizarme:

- Jamás emprendería una cruzada mística para liberarte de los fuegos eternos de la prostitución, ja ja ja ja.

El resto de la noche fue fantástica y el caballero ha cumplido hasta ahora con su promesa. Me llama de tanto en tanto, la pasamos bien, intercalamos buena charla entre polvo y polvo y hasta la próxima. Todo como debe ser.

Lamentablemente no puedo decir lo mismo de Atilio. A la mañana siguiente, cuando regresé a buscar el auto que había dejado estacionado en la cuadra del retorán, encontré una nota de él enrollada en una de las escobillas del limpiaparabrisas. Me suplicaba perdón y se deshacía en palabras cariñosas. Desde entonces sigue llamándome a diario sin que yo le responda. Se ha convertido en una versión patética del personaje de Glen Close en "Atracción Fatal". Es una ventaja que yo no tenga mascotas.

Tanto es así que, mientras tipeo este relato, mi celular vuelve a sonar. A que no adivinan quién es...




viernes, 18 de julio de 2008

CELEBREMOS TODOS JUNTOS


No desesperen, ya se viene la actualización. Estoy a full pero sigo vivito y culeando. Por lo pronto, no quería estar ausente para este día que es uno de los más importantes para mí: el Día del Amigo.

Como verán, es una celebración que me pone de muy buen humor, juas.

También quiero celebrar por haber superado las 400.000 visitas. Parece que fue ayer cuando publiqué el primer relato, juas.

Bueno, para que no se queden tranquilos y contribuyendo al carácter calenturiento de este blog, les dejo un videíto para que se toqueteen un poco hasta que les publique el próximo relato, que les aseguro que viene muy pero muy hot, jajaja.



jueves, 10 de julio de 2008

sábado, 28 de junio de 2008

Encuentro Cercano del Mejor Tipo

Recapitulemos... Ha pasado tanto tiempo desde mi último posteo que, incluso a mí, se me hace necesario un breve resumen de lo anterior, juas.

Estábamos en aquella mañana en que Elías me llamó por teléfono desde Madrid para comunicarme que, al día siguiente, yo tenía que tomar un vuelo para España (lo del boleto ya estaba solucionado y corría por su cuenta, como es lógico). Además, en el mismo llamado, me pedía un "gran favor". Luego vino el "encuentro" con Fede (seguro que quien leyó esa parte no se habrá olvidado) y allí nos quedamos.

El favor tan especial al que se refería Elías consistía, ni más ni menos, en oficiar de baby sitter. ¡Cómo lo oyen! Esa misma tarde llegaba desde Santiago de Chile, en vuelo de LAN, su sobrino Borja de diecinueve años y necesitaba que lo alojara por esa sola noche y que me asegurara de que, al día siguiente subiera al avión conmigo. Parece ser que el pendejo es medio tiro al aire (me siento mi abuela con estas expresiones, juas) y hacía ya un par de semanas que estaban tratando de que regresara a la Madre Patria. Sin éxito, por supuesto. Como se trataba de Elías no interpuse ninguna queja y me banqué el garrón con la esperanza de que el jopende no fuera una ladilla. Con ese nombre de repuesto automotor, se me hacía que no podía ser otra cosa (y no se me ofendan ahora los Borjas que pudieran estar leyendo, a quienes les juro que no es ánimo de importunar sino solo una expresión de displacer ante ciertos nombres poco afines a nuestra cultura sudamericana).

Tan pocas ganas tenía de conocerlo que me quedé en el cuartito de huéspedes, retozando con Federico hasta último momento. Juaco y Sony se levantaron a mediodía y se echaron un polvo en la sala, convencidos de que no había nadie en la casa. Obvio que esta aclaración no pretende en modo alguno sugerir que se hubieran reprimido de haber sabido de nuestra presencia. Muy por el contrario, en ese caso nos hubieran invitado a participar de un cuarteto; muy posiblemente nos hubiéramos extendido más de la cuenta y yo jamás hubiera llegado al aeropuerto para recibir a Borja. Sin embargo, con los gemidos y resuellos que llegaban desde la sala, Fede y yo también nos calentamos y terminamos cogiendo una vez más, razón por la cual... casi no llego a tiempo al aeropuerto para recibir a Borja.

Se suponía que el avión llegaba a Ezeiza a las 17:15. Afortunadamente estamos en Sudamérica y el vuelo se atrasó media hora. Estacioné el auto a las 17:23 y entré corriendo y agitado en el hall central a las 17:31. Grande fue mi alivio cuando los altavoces anunciaron el arrivo del vuelo de LAN que me convocaba.

Con una pequeña pancarta de letras multicolores con su nombre (impreso involuntariamente gay que me preparara Fede mientras yo me duchaba y me vestía), esperé al galleguito con toda la sensación de estar haciendo el ridículo. En las películas parece un método mucho más digno de lo que es en la realidad. Luego de mucho rato, apareció el tropel de viajeros arrastrando maletas y cargados de bolsos y paquetes. Solo uno entre todos ellos llevaba solamente una gran mochila (que tampoco era tan grande) y miraba a su alrededor en busca de algún rostro conocido. Era rubio como un dios y tenía los ojos verdes. Tenía además una melenita rizada que le cubría los hombros y el típico bronceado de las pistas de sky. Era más o menos de mi estatura y bajo la ropa de abrigo podía adivinarse un cuerpo delgado pero muy atractivo. Naturalmente, clavé mis ojos en el y lo seguí fijamente, en tanto toda mi alma buscaba inexistentes influencias en el plano astral, a fin de que esa belleza (que por cierto no desviaba la mirada) fuera Borja... ¿Y ustedes qué creen? Pues no. No era él.

- ¿Tú eres Ezequiel?


La pregunta provenía, con un tono bajo profundo y acento español que me erizaron la piel, de un pibito esmirriado con ojitos verdes achinados, boca grande y labios gruesos. Tenía el cabello corto enrulado y una naricita como de payaso pero su sonrisa eclipsaba cualquier defecto que pudiera distraerme. Quedé deslumbrado por... no sé por qué... pero el pendejo me cayó bien a primerísima vista. Tanto que ni siquiera pude responderle con palabras (solo con la cabeza) y él se me colgó del cuello y me abrazó como si me conociera de toda la vida. En un primer momento atribuí ese derroche de energía al consabido descontrol que experimentan los adolescentes respecto de sus propias fuerzas (todo ese asunto del esquema corporal y cosas de esas que a los sicólogos les gusta tanto debatir). Sin embargo, estaba equivocado una vez más.

- Yo soy Borja ¡Y jamás crei llegar a conocer al mismísimo ZekY's en persona!

"El mundo es un pañuelo" suele decir mi vieja. Y yo le añado: "un pañuelo lleno de mocos".

Sin poder salir de mi estupefacción, miré con mayor detenimiento al pendejito y no sé por qué quise hacerme el desentendido (al mejor estilo "no, caballero, usted me confunde con otra persona").

- ¡Joder, tío! Que si me habré cascado el rabo mirando la foto que pones en el fondo de tu página. ¡Te reconocería en el mismísimo infierno!

No tenía escapatoria.

- La primera vez que te vi -continuó- fue en el ordenador del Elías y desde entonces me he hecho visitante habitual de tu sitio. Que está bien cojonudo, por cierto. ¡Imagínate cómo me puse cuando me dicen que serías tú el que vendría a buscarme en persona al aeropuerto!

La verdad que no me imaginaba. Hasta ese momento jamás hubiera considerado la idea de que hubiera alguien poir ahí tratando de conocerme en persona tan solo por lo que pudiera leer o ver en un sitio en Internet. Es cierto que diariamente recibo más de cinco o seis correos que me dicen cosas semejantes. Pero no todo lo que se dice virtualmente tiene entidad en la vida real. Suelo leer esos correos con mucha simpatía y hasta gratitud pero siempre con la idea de que solo se quedarán en eso.

Sin ningún tipo de inhibición, Borja me abrazaba y me tocaba como para convencerse de que efectivamente era yo. Era (es) muy verborrágico y no paró de hablar ni un segundo. Lejos de lo que pudiera sucederme en otras corcunstancias similares, la situación me parecía graciosa y el pendejo seguía gustándome, a pesar de sus rasgos tan particulares. Me contó cómo se "había colado" de curioso una vez dentro de los archivos "secretos" que Elías guardaba en su laptop. Esa tarde, no solo supo que el hermano de su madre era gay sino que también terminó por aceptar que él también lo era.

- Era ese cuento en el que relatas la historia del chavalete que es violado por un camionero. ¡Muy fuerte, tío! Me quedé pa'dentro y con una calentura como pa' freir rabas.

Según contaba ya en el auto, no pasó mucho tiempo hasta que decidió probar el sexo con otro chico. "Y de eso ya hace unos seis meses". En tanto, no desaprovechaba cada ocasión para seguir tocándome y acariciándome. Por momentos me sentí un poco incómodo pero supuse que pronto se le pasaría y podríamos tener una charla más "humana". Durante el viaje siguió dándome detalles de su relación con Elías.

- Que el Elías no sabe que a mí me van los tíos, eh... ¿Que por qué no se lo he dicho? ¡Porque no se ha presentado la oportunidad! Uno no va por la vida contando a todo mundo con quien folla y con quién no.

La charla (el monólogo, mejor dicho) se me hizo corta. Esa voz tan varonil y cavernosa no me cuadraba con la carita de nene picarón. Pero sus labios rojos continuamente lubricados por un pase ultrasónico de la lengua, me hacía olvidar el fisiquito púber y me producía un estremecimiento.

- ¿Y cómo es eso de que no te pueden hacer regresar a Madrid?

- ¡Joder! ¡El cabrón del Elías ya te ha ido con el cuento!!!! Nada, tío. Es mi madre, que quiere que siempre esté pendiendo de su falda. Para mi cumpleaños diecinueve, mi padre me regaló este viaje y yo no quise regresar hasta que se me esfumara hasta el último euro. Nada extraño en mí. Estoy acostumbrado a salirme con la mía. Lástima que, de haber sabido que iba a encontrarme contigo, hubiera venido a Buenos Aires hace tiempo. ¡Qué digo! ¡Hubiera cruzado el océano solo para estar aquí!

Hablaba con naturalidad, sencillez y contundencia. Quedaba a las claras que no era de los que se dejan llevar por delante. Al mismo tiempo que hablaba, miraba a su alrededor y se daba espacio para interrumpirse a sí mismo y preguntar qué era tal o cual edificio o monumento.

Cuando llegamos a casa ya no había nadie. Fede se había ido después de que yo saliera y antes había dejado todo impecablemente ordenado.

- Es tal cual lo había imaginado. Luminoso, fresco, moderno... Una maravilla de piso, tío.

No necesitó invitación para ponerse cómodo. Dejó su maletita en el suelo y se dejó caer sobre el sillon. Yo fui a la cocina por unas gaseosas y una galletitas y cuando regresé lo encontré ya desnudo y con el "amigo" bien despierto.

- ¡Anda, tío! ¿Me follas o no?


Como podrán ver, Borja no tenía la costumbre de andarse por las ramas. Es posible que le vaya muy bien en la vida. O muy mal. Lo cierto es que él hace lo que siente y cuando lo siente: una versión descontrolada de mí mismo, juas.

Me acerqué a él con la bandeja en las manos, la deposité sobre la mesita ratona, me incliné sobre su rostro y le di un besito tierno en los labios. Curiosamente, no dije nada. Aunque no fue tan curioso. No dije nada porque la verga que sacudía en su mano derecha era para quitarle el habla a cualquiera.

- ¿Tenés licencia para portar armas de destrucción masiva?

- ¡Qué va! Si lo legal no es lo mío!!!! Además, este armamento es nuevecito y está necesitando unos ajustes.

Los dos nos reímos con ganas. Pero cuando me incliné sobre su verga para comenzar la tarea, Borja me detuvo en seco.

- ¡Aguarda un momento! Que primero tengo yo que ver esa banana en la cama...

Y esta vez fue carcajada.

Yo suelo tener una especie de sexto sentido para con la gente que me cae bien de entrada. Nunca tardo demasiado en averiguar el por qué y casi siempre es un sentimiento que perdura. Pocas veces me he equivocado. Y en el caso de Borja, espero que no cambie. Pocas veces me he divertido tanto con alguien como con él.


Entonces lo besé. En los labios. Con ternura, porque así fue como me salió. Y él me correspondió de igual modo.

Luego desabrochó mi cinturón y los botones de mi bragueta, me bajó los pantalones, el boxer y empezó a mamármela con suavidad. Todo un experto el galleguito(*). Yo sabía que esa boca tan voluptuosa tenía que tener habilidades que fueran más allá del buen humor. No me las voy a dar ahora de guacho vergón, pero quienes me conocen suelen decir que la mía no es una pija tamaño medio. Aun así, Borja se la tragaba sin
mayores inconvenientes, cuidándose de no rozarme con los dientes y jugueteando con la lengua. Más tarde me confesaría que, en ese momento, había estado poniendo en práctica todo lo que aprendiera en mis relatos. Pero, más allá de la mayor o menor pericia con que me chupaba la verga, lo más sobresaliente en este pendejo era la alegría con que lo hacía. Y lo hacía tan bien que mi cuerpo se olvidó de que había estado cogiendo toda la noche y todo el día y que había descansado apenas unas horas. Esa boca y esa lengua merecían una muy buena atención y (como profesional que soy) no podía dejar que Borja se sintiera desairado.


Claro que eso tampoco significa que le dejaría a él toda la iniciativa. Tuve que forcejear un poco para lograr que se sacara mi pija de la boca y me dejara chupársela a él. Semejante pedazo no podía permanecer más tiempo lejos de mis labios. Terminé de desnudarme y me puse en cuclillas frentre a él. Su entrepierna ya irradiaba ese olorcito característico, mezcla de perfume, sudor y semen, disuelto en el dulce candor de su piel casi sin estrenar.

Me la tragué hasta donde pude y el roce del glande contra mi glotis le arrancó un gemido sonoro. Reacción típica de los novatos. Instintivamente inició el movimiento de pelvis y todos sus músculos se tensaron. Sus labios ardían en una "O" permanente y sorda, como intentando una queja que no terminaba de hallar por qué. Mis labios subían y bajaban sobre su falo increíble y mi garganta se iba impregnando de nuevos sabores. Porque en rigor es mentira que exista EL sabor a verga. Cada pija es diferente y tiene un sabor, una textura, una rigidez y un aroma que le es peculiar. Tanto es así que cualquier buen catador puede reconocer al dueño a través de su entrepierna. Y en el caso de Borja, el placer y el relajo a los que se entregaba potenciaban esas características.

Lo disfruté durante larguísimo tiempo y no me hubiera cansado nunca de chupársela. Pero Borja ya experimentaba otras necesidades que también debían ser atendidas.

- Anda, ZekY's... que quiero que me folles. Si sigues mamando me voy a correr y quiero que me folles. Quiero correrme con tu polla dentro.

Yo también quería sentir su polla pero preferí darle gusto. No era exactamente un cliente pero casi. Por otra parte, a pesar de mi primera impresión, el pendejo era un bombón y merecía que le diera todo el gusto que me pidiera. Y no sé de qué me quejo si tenía un culito muy cogible, por cierto. Quiero decir: no fue ningún sacrificio hacerle el culo. Más bien fue un placer adicional. Un modo de entrar en su historia y no solo en su trasero. Porque nadie se olvida jamás del primer tipo que lo cogió. Y para Borja, ése vendría a ser yo. Se notó. Me lo dijo y lo noté.

Busqué preservativos y lubricante. Él intentó persuadirme de no usarlos pero me negué. Con dulzura y firmeza. "No arruinemos un recuerdo inolvidable con la sombra de una duda" le dije y él no pudo menos que aceptar. Se puso de costado y me dejó hacer. Mientras continuaba besándolo, le acariciaba las piernas y hurgaba entre sus nalgas, buscando el sitio exacto en que estaba el ano. No fue difícil encontrarlo. Se ve que es un muy buen lector porque aprendió a la perfección mi lección de relajación anal, detalle más que importante a la hora de gozar la penetración. Su culito lampiño y terso era una verdadera invitación para mi pija. Lo masajeé lentamente y mordisqueé todo su cuerpo. Volví a besarlo una y otra vez. Lo lamí. Lo acaricié. Hasta que el esfínter estuvo lo suficientemente lubricado y laxo como para poder disfrutar de una buena cogida. Como si pudiera leer mis pensamientos, Borja levantó una pierna y su culo quedó expuesto a mi verga. Primero apoyé el glande y lo hice juguetear un poco en el puerteo. Su rostro se iluminó ante el primer roce y me pidió otra vez que lo "follara". "Todo a su tiempo. No te apures" fue mi única respuesta. El jugueteo continuó y, poco a poco, noté que el ano de Borja empezaba a dilatarse ante el menor estímulo. "Este es el momento" me dije sin decirlo y, como si de un ritual se tratase, lo fui penetrando con total suavidad. Tanto que Borja empezó a jadear sin tener plena conciencia de que mi verga ya estaba entrando. Se dio cuenta cabal cuando sintió las cosquillas de mi vello púbico contra sus nalgas y, entonces sí, comenzó el desenfreno. Seguro de que su esfínter ya no corría peligro, comencé a moverme dentro de él cada vez con más energía. Él comenzó a gemir tímidamente y, sin darse cuenta, el tono de su voz se fue incrementando hasta convertirse en gritos ahogados. El catalán materno le surgió desde las entrañas. Repetía y berreaba: "Donna'm mès! Donna'm mès!!!!". Y yo le di más durante casi una hora en la que tuve que recurrir a toda mi experiencia y profesionalismo para no acabar y así brindarle todo el placer que ameritaba esa primera vez tan particular. Él se corrió dos veces y lo hubiera seguido haciendo, de no haber sido por mi decisión de hacerlo subir hasta la cima del placer.



Ya había tenido suficiente tiempo para decubrir sus principales puntos erógenos y decidí poner manos a la obra.

Me acomodé por detrás de él y lo abracé con fuerza al tiempo que le mandaba la pija hasta el fondo y le arrancaba un nuevo quejidito de sorpresa y goce. Luego comencé a pellizcarle los pezoncitos, que estaban duros como un botón. Mi lengua se delizaba por su cuello y, cuando quiso darse cuenta, todo mi cuerpo lo cubría y su boca ya mordía la almohada. Desaté entonces toda la energía acumulada en mi entrepierna e inicié un bombeo rítmico y frenético que lo sacó definitivamente de sí. La violencia de la cogida no le permitía siquiera pajearse. Mi cuerpo se elevaba por sobre el suyo y se dejaba caer, penetrándolo hasta el fondo en cada caída. Así una y otra vez. Cada vez con más fuerza. Hasta que no pude aguantar más y terminé eyaculando con un desesperado grito de placer (que le dejó un cardenal en la nuca, juas).

Cuando Sonny regresó a casa, nos encontró conversando luego de mi segundo polvo (de los polvos de Borja perdimos la cuenta). Se unió a la rueda y el pendex se animó a echarnos un polvo más a cada uno. Ya que estábamos, el debut tenía que ser completo.

Apenas tuvimos tiempo de ducharnos y llegar a Ezeiza para tomar el vuelo a Madrid. Tanta fue la prisa que no pude empacar demasiado y (¡desafortunadamente! juas) tuve que comprar toda ropa nueva en Madrid y en Zaragoza, donde estuvimos de visita con Elías. Pero eso dará para otra historia que tal vez alguno de estos días les pueda contar.

A Borja lo despedí en Barajas. Sus padres lo estaban esperando y no lo volví a ver hasta el momento de mi regreso. Ahora, niño, si estás leyendo este relato (lo cual descuento), no es cierto que tu tío no supiera que te van los chicos, juas. "El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo".



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(*)En realidad, Borja nació en Barcelona, pero lxs argentinxs tenemos la mala costumbre de identificar a todxs los españolxs (en muchos casos despectiva y discriminatoriamente) como gallegxs.