viernes, 25 de abril de 2008

Calado hasta los huesos



En el último relato, decía que la historia con Charly había sido diametralmente opuesta a la de Franco Cúneo (Jorge, ¡qué hdp que sos! Nunca se me hubiera ocurrido googlearlo!!! juas).

Charly había sido algo así como "el chico de mis sueños". Desde la primaria. Somos de la misma edad y siempre fuimos a las mismas escuelas, pero nunca coincidimos en un mismo curso. Él fue el objeto de mis fantasías desde el despuntar de mi erotismo. Sobre todo a partir de una mañana en que, al vernos agobiados por el calor, el profe de gimnasia nos permitió quitarnos las remeras. Así apareció Charly ante mis ojos con un cuerpo tan bello que no se condecía con un púber de apenas doce años. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: su corta melena de rulos rebeldes, sus ojitos verdes achinados, las pecas de su nariz, su boca, su cuello esbelto, sus hombros anchos, la insinuación de sus pectorales con sus pezoncitos puntiagudos... y la inefable sensualidad de su vientre musculado, como cincelado por el mejor de los escultores. No estaba yo atento todavía a las cuestiones más prosaicas por entonces, de modo que no presté mayor atención a lo que ocultaban sus pantaloncitos. No aquel día. Pero sí recuerdo con particular nitidez la cuidada musculatura de sus piernas.

Siempre fui bueno para los deportes y, sin embargo, aquella mañana no podía coordinar mis movimientos. Estaba completamente desconcentrado y nadie comprendía la razón. Pero yo sí.

Durante años, Charly fue la estrella de mis sesiones masturbatorias y, a medida que transcurría el tiempo, lo imaginé en las más locas y disparatadas situaciones. Tan pronto era un chico malo vestido de cuero que me violaba en una callejuela oscura, como un panadero cubierto de harina, seduciéndome sobre una gran mesa entre bollos y pasteles. Sé que habrán de estar ansiosos por leer una nómina completa de mis calenturientas elucubraciones pero les juro que sería demasiado extensa.

Todo funcionó de esa manera, hasta una tarde de julio de 2002 (dieciséis añito, él y yo), cuando lo que parecía imposible se hizo realidad.

La crisis económica que eclosionó en diciembre del 2001 (aquel miércoles 19 que yo recuerdo con tanto placer pero que en realidad fue un día de luto para todos los argentinos) cambió la vida de muchas personas. Sobre todo de aquellas que (inocentemente) creyeron tener el futuro asegurado en un país cuya historia nos demuestra que lo único seguro es la inconstancia. Ya lo he dicho muchas veces y no quisiera parecer pedante, pero a nosotros (a mi mamá y yo) la crisis no nos afectó tanto gracias a los cheques enviados por mi padre, puntualmente desde Miami.

En ese marco, una mañana encontré a Sara limpiando mi casa. Sara no era otra que la madre de Charly. Después de vivir a cuerpo de reina, con una familia de perfecta clase media y la idea de que eso sería así para siempre, la quiebra de los bancos y el repentino desempleo de su esposo la obligaron a emplearse como doméstica en las casas de sus antiguas conocidas. Algunas le pagaban al contado con dinero contante y sonante. Otras, con diversas mercaderías (latas de conservas, jabones caseros, trabajos de costura, etc.). El país de la plata dulce terminaba, así, transformándose en el paraíso del trueque.

Era poco más de la una y llovía a cántaros. Yo había faltado a clases esa mañana y estaba a punto de almorzar cuando tocaron el timbre. Era una situación por demás extraña, puesto que ni mi vieja ni yo solíamos recibir visitas y con esa lluvia torrencial era imposible que fuera un vendedor. Con bastante susto miré por la mirilla antes de abrir. Era nada menos que Charly bajo la tormenta, con el agua calándole los huesos. Llevaba puesto el uniforme del colegio y las carpetas envueltas en una bolsa negra de residuos bajo el brazo. Lo mío no podía definirse como sorpresa. Era más bien estupor, desconcierto, un pasmo que, una vez abierta la puerta me impidió pensar, actuar o pronunciar palabra.

- ¿Mi vieja está acá? Me olvidé las llaves de casa. -dijo.

Apenas pude reaccionar y, deshaciéndome en disculpas, lo invité a entrar.

- No. Hoy es martes y Sara viene solo los lunes y jueves.

Empapado como estaba, arqueó una ceja y sonrió.

- No estoy muy al tanto del laburo de mi vieja ¿no?

Lo dijo renovando la sonrisa y yo sentí que algo me cosquilleaba en la panza.

- ¡Estás mo-ja-do! -le canturreé la canción de Calamaro para hacerme el simpático- Mejor te doy algo para cambiarte. Te podés enfermar.

- ¡Ni loco! Voy a dejar todo hecho un estropicio y después mi vieja va a tener que laburar el doble.

Tenía razón.

- Además, no te preocupes. Ya me voy.

- ¿Quién te corre? Con esta lluvia no es recomendable salir de paseo.

Nueva sonrisa y nuevo cosquilleo.

- No me corre nadie, pero si no la encuentro no voy a poder entrar en casa.

- Razón de más para que te quedes hasta que amaine la tormenta. Justo estoy por almorzar. Después pedimos un remís y te vas tranqui.

Volvió a sonreir. Pero esta vez con cierta amargura.

- ¿Remís? Esos lujos ya no son para nosotros.

Quedé un instante en silencio.

- Bueno... si no te importa, yo puedo hacerme cargo... después que me ayudes a terminar la pizza que tengo en el horno...

Es curioso cómo todo puede cambiar de un momento a otro. Años pajeándome y deseando estar a solas con ese chico y, justo cuando la realidad me daba luz verde, dejé de pensar con la entrepierna y solo deseaba que Charly se sintiera a gusto, aunque después se fuera sin tocarme.

Él se quedó en la sala mientras yo iba por una toalla y ropa seca. Cuando volví, se secó el pelo y, sin el más mínimo pudor, se desnudó en mi presencia y terminó de secarse antes de volverse a vestir con la muda que le había llevado. Un nuevo estupor se apoderó de mí. Realmente disfruté verlo desnudo pero ese azoramiento era mucho más que calentura. Reprimi con éxito las inexplicables ganas de llorar. Aquella escena bien hubiera podido pertenecer a una de mis incontables fantasías pero me sentí incapaz de hacer algún movimiento para saciar mi instinto. Solo lo observé y fingí atender a lo que me decía. Recuerdo cada gesto, el movimiento de sus labios, la tensión de sus músculos, la belleza de sus nalgas y (esta vez sí) la flacidez de su pene, abigarrado por el frío.


Acomodamos la ropa empapada frente a la estufa y después fuimos a la cocina, donde la pizza todavía estaba tibia. No se decepcionen, pero fue un almuerzo mágico y solo conversamos. Charlamos como nunca lo habíamos hecho. Descubrimos que (a pesar de lo que ambos pudiéramos suponer) teníamos muchas cosas en común y nos acordamos de anécdotas que, sin saberlo, habíamos compartido en nuestra infancia.

Fue alrededor de las cuatro cuando él buscó retornar a la realidad. O mejor dicho, cambiar de magia, aunque en un principio no lo pareciera.

- ¿Es cierto lo que dicen en la escuela?

Al instante comprendí lo que intentaba decir pero me hice el desentendido.

- ¿Qué dicen?

- Que sos puto.

Si cualquier otro me hubiera puesto en esa situación, me habría puesto en guardia para resistir el ataque. Sin embargo, él me inspiraba cierta confianza y respondí honestamente.

- Soy gay.

Él permaneció callado unos instantes. Pensé que no sabía qué decir pero en realidad estaba tomándose su tiempo para expresarse correctamente y evitar que sus dichos pudieran sonar desagradables.

- Lo supuse por la manera en que siempre mirás a los chicos... En vos no hay disimulos. Por eso me caés bien.

Yo me negué internamente a responder. Estaba bastante confundido y quise ver hacia dónde apuntaba antes de abrir la boca. Lo que vino a continuación fue algo de no creer

- ¿Yo te gusto? -me preguntó.

¡Buummmm! La bomba no pudo ser más directa. ¿Él era justamente el que me formulaba esa pregunta? Yo (que simpre me jacto de mi temeraria franqueza) senti la necesidad irrefrenable de mentir. Sin embargo, transcurridos unos segundos eternos, no pude.

- Desde siempre...

Apenas lo dije me sentí vulnerable. Era la primera vez que hacía una declaración de ese tenor y también la primera vez que mis sentimientos estaban tan alborotados. Algo en mi interior me impelía a encontrar la manera de retomar el control de la conversación. No soy de los que se sienten cómodos en el rol de marioneta. Me costó pero lo logré.

- ¿Y vos? -le retruqué.

- ¿Yo qué?

- ¿Sos gay?

Volvió a sonreir. Esta vez con un brillo pícaro en la mirada.

- Decididamente no. Aunque tampoco soy un macho fundamentalista.


Charly siempre fue un tipo con una inteligencia superior a la media y yo supe que él sabía que acababa de abrirme una puerta a su intimidad. También sabía que no soy de los que dejan pasar las buenas oportunidades.

- ¿Y yo? ¿Te gusto?

- Tenés buen culo.

No supe cómo interpretar la ausencia del "no" y decidí llegar al fondo de la cuestión de una vez por todas.

- ¿Cogerías conmigo?

Me miró a los ojos de un modo peculiar. Su expresión era como de travesura, sin la más mínima pizca de perversión. Era evidente que había algo que nos unía más que nada: la naturalidad con que afrontábamos las cosas de la vida. Aunque en esta oportunidad su respuesta no me pareció la más acertada.

- La pizza y la ropa seca bien lo valen...

Si les dijera que me ofendió el comentario estaría faltando a la verdad, pero sentí el impulso de actuar como si así hubiera sido. Me levanté de un salto, recogí los platos y los llevé hasta la pileta para lavarlos.

- Sos un boludo. -le dije.

- Tenés razón. Sonó feo pero lo que quería decir era...

- No aclare que oscurece...

- ¡No! ¡En serio! No quise ofenderte.

Se levantó de la silla y se quedó de pie junto a mí sin emitir sonido. Pensé en seguir su ejemplo y, sin embargo, no pude.

- Si te ayudé no fue para cobrarte con una encamada.

Entonces volvió la magia. Tomó mi barbilla suavemente y giró mi cabeza hacia él. Su mirada seguía tan cristalina como siempre.

- Ya lo sé. -me dijo- Por eso me quedé.

Todas mis barreras amenazaron con derrumbarse ante el tonito tierno y manipulador de su voz. Pero reaccioné.

- ¿Y a qué vino entonces eso del trueque?

Charly bajó la mirada y se tomó un instante para responder. En tanto, el tiempo se detuvo sin que el agua y el detergente tomaran nota de ello.

- Po ahí necesitaba justificar el hecho de que realmente quiero acostarme con vos.

¡REQUETECATAPLUM! Eso ya no era una bomba. ¡Era la hecatombe universal! Sus palabras estallaron en mi mente y otra vez perdí el habla. Entonces, aprovechó mi confusión y remató la situación.

- Vos mismo me confesaste que te gusto y yo estoy seguro de que me va a gustar "estar" con vos.

No sé si fue él o si fui yo el que cerró la llave del agua. Solo sé que terminamos abrazados y besándonos suavemente en la boca. Tantos años soñando ese momento y al fin había llegado.

Fueron besos simples. Apenas roces labio a labio (había fronteras que él todavía no estaba dispuesto a franquear) húmedos y tibios como el mejor de los ensueños. Luego lo tomé de la mano y lo guié hasta mi habitación. Allí, junto a la cama, le fui quuitando la ropa lentamente y él se dejó desnudar sin ofrecer resistencia. Para mi felicidad, ambos estábamos excitados por igual. Los pantalones no lograban disimular tanto gusto.

Su piel se erizaba al paso de mis dedos. Era suave y sensitiva. Respondía al estímulo de mi lengua con presteza de hoguera. Sus tetillas oscuras se obsesionaron de inmediato con la caricia de mis dientes y la firmeza de sus hombros me sirvió de soporte cuando quedé colgado de sus clavículas en mi descenso hacia el pubis. Su vientre cuadriculado era aun mejor de lo que recordaba. Tener la posibilidad de besarlo y de lamerlo era mucho más excitante que la simple contemplación. Finalmente, su verga enhiesta me recibió con la húmeda confianza de quien se sabe origen y destino de un viaje de placer largamente esperado. No pude ser sutil. Era más gruesa de lo que había imaginado. Y más larga. La cabeza, puntiaguda. El tronco, surcado de gruesas venas palpitantes. Para su gusto y el mío, me la tragué sin pensar y mis labios llegaron casi hasta la base. Poco faltó para que la engullera toda. Mi garganta no pudo adaptarse de inmediato a su calibre y tuve una pequeña arcada. De todos modos, la necesidad de tragar más y más tuvo prevalencia. Charly sintió primero el calor de mis labios alrededor de su falo y luego el tibio roce de mis amígdalas contra su glande. No pudo ni quiso evitarlo y un primer grito de placer ahogó el fragor de la tormenta. Colgado de sus hombros, permanecí unos minutos con la boca incrustada en su poronga (¿o era al revés?). Hasta que el instinto hizo lo suyo y todos los músculos de mi garganta se acomodaron a la presencia del placentero intruso. Comencé a mamarsela sin delicadezas al compás de sus gritos y gruñidos. Mis manos se soltaron y recorrieron todo su cuerpo en tanto él se dejaba tocar sin pudores. Incluso entre las nalgas, hermosamente tensas por la posición y el deseo. Me aferré a ellas justamente cuando noté que la verga comenzaba con los característicos espasmos previos al orgasmo. La mamada había sido demasiado frenética y Charly no pudo contenerse. Hinchada a tope, la verga lanzó dentro de mi boca el primer chorro de leche. El segundo fue más caudaloso y el tercero más aun. Luego hubo un cuarto y un quinto, más pausados y serenos.


Me abordaron entonces sentimientos contradictorios. Con la boca llena de su esperma me sentí feliz de haber cumplido con una fantasía que siempre había considerado utópica. Sin embargo, todo había sido tan rápido que terminó cuando yo apenas empezaba a calentar los motores. Aquella leche tenía gusto a poco.

Pero Charly actuó a tiempo para socavar mi decepción.

- No te preocupes que esto todavía no termina.

Me dio la mano y me ayudó a ponerme de pie. Me dio otro piquito y me quitó la remera. Todavía la tenía dura cuando flexionó las rodillas para agacharse frente a mí.

Un frío demencial me recorrió de pies a cabeza. ¿Acaso Charly estaba pensando en chupármela? Esa era una situación que superaba con creces la más loca de mis fantasías. ¡Una mamada de Charly era mucho más de lo que yo hubiera podido imaginar! ¡Era como tocar el cielo con las manos! Pero no fue así. Se había agachado solo para bajarme los pantalones con mayor facilidad. Después me invitó a darme la vuelta: su interés se centraba exclusivamente en mi culo (tal como me había adelantado en la conversación previa), lo cual no dejaba de ser un halago. De todos modos, al bajar el pantalón, mi verga salió disparada hacia delante y el glande quedó a milimetros de su nariz. A esa distancia, estoy seguro de que no pudo dejar de percibir mi calor y mi olor. En todo caso, no dio muestras de ello. Se limitó a mirarlo con los ojos bizcos y después me sonrio de un modo chistoso.

Le di la espalda (o las nalgas, a decir verdad) con la intriga natural de no saber cómo seguiría todo aquello. No lo imaginaba chupándome el ojete como hubiera sido de esperar con cualquier acompañante declaradamente gay. ¡Aunque ninguna de las cosas que habíamos hecho hasta el momento había sido esperable! De pronto sentí un mordisco, un mordisquito suave, y sus manos amasándome las nalgas. Todo mi cuerpo se estremeció. Mis tetillas se comprimieron al punto del dolor. La pija recibió una nueva andanada de sangre y sentí un mareo que me hizo perder el equilibrio, gracias a lo cual caí sobre la cama con el culo en pompa.

Probablemente las calenturientas mentes que disfrutan de estas líneas habrán de sentirse decepcionadas cuando les cuente que la lengua de Charly jamás entró en contacto con mi esfinter. Es lógico. Pero hubo dedos. Dedos delgados que (a falta de grosor) me penetraron de a dos y de a tres. Fue una muy grata experiencia. Yo mismo le rogué que no se detuviera. Y así lo hizo hasta que (¡claro!) su propia excitación fue tal que la verga le reclamó un mayor protagonismo.

Y aquí llegamos al momento de mayor tensión.

Era un hecho que Charly no era un novato en las artes sexuales. Si leyeron con atención lo relatado hasta ahora podrán estar de acuerdo conmigo. Sin embargo, a la hora de la penetración hubo problemas.

Yo estaba ansioso por tenerlo dentro de mí y él también moría de ganas de abrirse camino entre mi carne. Yo estaba bien dilatado y lubricado (había contribuido con mi propia saliva). Él la tenía rígida como asta de toro. Aun así, quiso entrarme varias veces y no pudo. Los nervios seguramente. No lograba acomodarla en el lugar preciso y, como no se quedaba quieto, yo tampoco podía ayudarlo. Para compensar y disimular, me mordisqueaba la nuca mientras seguía intentando. ¡Hasta que al fin pudo! Entró dentro de mí con brutalidad que supe agradecer en su momento. Inició entonces un movimiento de avance y retroceso durante el cual nuestras carnes se unían y separaban al vaivén de sus arremetidas. Ambos jadeábamos y gemíamos. Yo le pedía más y él se esforzaba al límite de sus posibilidades. Cambiamos de posición una y otra vez y el punto culminante llegó cuando me recostó de espaldas y con sus manos separó mis piernas de manera que la penetración fuera tan profunda que ya no podría contener el orgasmo. Fue un estallido de semen sobre mi torso y un grito visceral lo que marcó el final de la función. Él tampoco pudo (o quiso) contenerse y acabó dentro de mí.



El esfuerzo había sido tan intenso que ambos nos quedamos dormidos al instante. Uno en los brazos del otro. La lluvia no paró durante horas y aun seguíamos allí, inconscientes, cuando mamá llegó del juzgado. Afortunadamente, nuestra relación (la que existía entre mi vieja y yo) no era tan cercana como para que ella sintiera la necesidad de ir a saludarme al llegar a casa. Solo se quejó porque los platos aun estaban sucios y la pileta de la cocina llena de agua sucia. Protestó hasta que se fue a dormir sin siquiera darse cuenta de que la ropa que estaba frente a la estufa no era mía. Ya era de noche cuando salí del cuarto, con el pelo revuelto y el culo dolorido. Ella miraba televisión en su habitación y pude juntar la ropa de Charly sin que lo advirtiera. Del mismo modo, Charly se escabulló hasta la puerta y regresó a su casa. Ya no llovía y no quiso que lo llevara en el remís. Esa noche seguí soñando con él pero de un modo diferente. Las pajas de allí en más tuvieron el sabor de su semen y el calor de su cuerpo como marco.

Durante un lapso de casi dos años, me visitó periódicamente y llegamos a conocernos en profundidad. Aun hoy lo recuerdo con mucho cariño. Así que, si estás leyendo casualmente este relato, amigo mío, quiero que sepas que te quiero mucho.


lunes, 7 de abril de 2008

Un poco de justicia


Como ya dije alguna vez, durante la crisis del 2001 tuve acceso a más de una bragueta que, en otro contexto, hubieran estado por completo fuera de mi alcance. Al menos eso creo. Claro que, dicho así, daría la impresión de que yo me hubiera aprovechado vilmente de mi posición acomodada frente a las necesidades de los demás. ¡Nada de eso! Ese nunca fue mi estilo. Simplemente, las situaciones se dieron y cada quien supo obtener el mejor provecho.

Imagínense que yo atravesaba una etapa de euforia.

Contrariamente a lo esperable, había descubierto mi sexualidad y con cierta inocencia (debo admitirlo) salí de inmediato del armario. Se lo dije a todo aquel que quisiera saberlo. A partir de mis tempranas experiencias me quedaba más que claro que tenía un talento natural para el sexo y esa certeza me permitió adquirir una firme seguridad en otros aspectos. Uno de ellos (tal vez el más importante): el de aprender a mostrarme ante el mundo tal cual soy, sin vueltas ni dobleces.


Si bien esta actitud no me granjeó amigos, sí me hice respetar sin demasiado esfuerzo entre mis compañeros de escuela. Nunca fui la marica vapuleada del colegio. Antes bien, todos se cuidaban de hacer comentarios ofensivos en mi presencia. El buen uso del idioma fue, desde siempre, un arma de seducción y de defensa. Sobre todo con aquellos que habían recurrido a mí en sus "casos de urgencia". Porque no fueron pocos los que, apenas se enteraron de mis habilidades, quisieron saber de primera mano qué era eso de recibir una buena mamada. Servicial como soy, les di el gusto a cada uno de ellos, pero no sin recordarles sutilmente que cualquier indiscresión podría volverse también en su contra.

El único necio que intentó hacerme la vida difícil fue Franco Cúneo (lo menciono así, con nombre y apellido, porque con el correr de los años me demostró un grado tal de bajeza y ruindad que no me merece ni el menor de los respetos).

Lo nuestro no había pasado de una mamada rápida en los vestuarios, después de la clase de gimnasia.


Fue él el que se me insinuó. Yo estaba en mi cubículo, duchándome, y él entró en el cubículo que estaba justo frente al mío. Yo no me había percatado, pero ya no quedaba casi nadie en el vestuario y él no corrió la cortina. Cierto es que una cortina de plástico no suele ser el elemento ideal para resguardar la intimidad en una ducha, pero él la dejó plegada con el solo propósito de que yo lo viera mientras se duchaba y se masturbaba. Sí, porque a los pocos minutos de entrar ya estaba al palo.

Admito que Franco no era un chico feo. Después, con el transcurso del tiempo se fue transformando en un chongo desagradable, pero por aquellos días todavía era de buen ver. Aunque lo que la madre natura le había puesto entre las piernas no era lo que podría decirse "un portento".

Obvio que yo no soy un caído del catre (y si alguien lo pensó, que se vaya desengañando). En cuanto lo vi meterse bajo la ducha sospeché que algo sucedería allí aquella tarde. Al rato (y como quien no quiere la cosa) me asomé por detrás de mi cortina y lo vi. Tenía la verga entre las manos. Se estaba pajeando con las dos en simultáneo. Yo me sonreí, más que por excitación, por maldad: se lo veía muy ridículo moviendo las caderas hacia adelante y hacia atrás para follarse las manos. No dudo que sea una técnica que da satisfacción pero, visto desde afuera, les puedo asegurar que en nombre de la dignidad habría que reservarla para los momentos en que uno se encuentra a solas consigo mismo. Sin percatarse de mi sonrisa, Franco me hizo una mueca (que pretendió ser seductora) indicándome que me acercara a él. Lo hice sin pensarlo demasiado. Cuando estuve lo suficientemente cerca, dejó de pajearse y me mostró la verga como si de un trofeo se tratase. Era de esos tipos que están decididamente divorciados de la realidad y que te muestran la chota como si fuera la octava maravilla del mundo. Se lo veía realmente orgulloso de su pene y yo no me podía imaginar el por qué de tal satisfacción. No obstante, me acerqué a él y me arrodillé para hacer mi trabajo. No era muy grande ni tan gruesa (ya por entonces había yo tenido entre manos "negocios" mucho más interesantes que aquel) pero me dio curiosidad. Primero la rocé suavemente con los labios, como para ir calentando motores y chequear sus reacciones. No fue muy discreto. Al primer roce dejó escapar un gemido capaz de llamar la atención de un sordo. Afortunadamente ya no quedaba nadie en las proximidades. Entonces me tomó de las orejas y me sostuvo con fuerza mientras me cogía por la boca. Las sutilezas no eran lo suyo y no tenía la menor idea de lo que era compartir el placer. Aunque la violencia de la situación tuvo su morbo: no cabía la posibilidad de que me atragantara con su falo, así que lo pude disfrutar mientras entraba y salía. De paso, aprovechaba para acariciarle las piernas y pajearme a mi vez. El muy boludo no había cerrado la llave de la ducha ni se había corrido un poco hacia adelante, de modo que el agua me daba en pleno rostro y me ahogaba. Sin embargo, le puse empeño como fue siempre mi costumbre. Después de unas cuantas lamidas, me la tragué enterita una y otra vez. Se me ocurría que el pendejo no tendría mucha experiencia y que acabaría rápido. No me equivoqué. Antes de tres o cuatro minutos, Franco pegó un grito visceral y me descargó toda su leche en la boca. ¡Ni siquiera me avisó! Digan que uno ya tenía experiencia y hubiera podido prevenirme, si hubiera querido. Pero por aquellos tiempos yo todavía era de los inconcientes que gustan de tragarse la leche. Hoy no lo hago ni por plata (todos mis clientes están advertidos). Y así como acabó, se fue. ¡El muy desagradecido! Ni siquiera una mirada de despedida. ¡Nada! Se enjuagó la pija bajo el agua de la ducha y se fue.

A la clase siguiente, quiso repetir la escena, pero yo tenía una cita a ciegas con un chico de Avellaneda y no pude quedarme después de clase. De allí en más, no volvió a hacerme insinuaciones y, ¡por supuesto!, yo no las eché en falta.

Al tiempo, durante un recreo, Franco estaba sentado en un rincón del patio, rodeado de una decena de pendejos de cursos inferiores a los que engatuzaba con los relatos de sus supuestas hazañas sexuales. Porque Franco Cúneo era además un estúpido mitómano que, en su calidad de tal, ignoraba el significado de la palabra discresión. Varias chicas de la escuela lo descubrieron demasiado tarde.

Yo estaba destinado a poner un poco de justicia en esa historia, juas.

Por eso es que iba esa mañana absorto en mis propios pensamientos cuando pasé junto a ellos. Una carcajada generalizada me sustrajo de mi meditación, aunque solo alcancé a escuchar el final de una frase montada sobre su voz disfónica:

- ... ¡puto mamavergas!

Me detuve al instante sin perder el aplomo y le dediqué una mirada burlona.

- Ah... ¿sos vos, chizito?(*)- le respondí.

Otra vez las carcajadas, pero esta vez lanzadas hacia el otro polo del campo de batalla. Franco no mantuvo la sonrisa. Sin duda, esperaba que yo me dejara amedrentar por el insulto, tal como sucede en la mayoría de los casos en que la heterosexualidad de un sujeto es puesta en tela de juicio con fundadas razones. No obstante, Franco descubriría esa mañana que Ezequiel Barriera no pertenecía a esa mayoría. El brillo encendido de sus ojos me dio la pauta de que sería una victoria sencilla , en la medida en que yo mantuviera la templanza y no me dejara arrastrar hacia su terreno. En virtud de ello, me planté frente a él sosteniéndole la mirada con supuesta tranquilidad.

- ¡Ja! Bien que te atragantaste cuando me la chupabas. -me azuzó.


El "oh" de la pendejada llamó la atención de otros tantos que rondaban en el sector. En pocos segundos, ambos duelistas estuvimos rodeados de una multitud ansiosa por disfrutar de un buen escándalo. Y yo sabía que, con público, la ventaja era mía.

- No, mi amor, -le respondí con sorna- no te confundas: la arcada que me dio fue de asquito. Está todo bien con que te hagas la paja, pero de tanto en tanto hay que lavarse...

La platea estalló en aplausos y más carcajadas. Franco se puso colorado de bronca.

- ¡Ca-callata! -tartamudeó forzando una mueca que pretendía ser una sonrisa- Sos tan cu-culo ro-roto que ni el matafuego te alcanza...

La chanza tuvo su efecto pero nunca tanto como lo que vendría después:

- Es que estoy acostumbrado a cosas grandes.

- ¡Claro! ¡Por eso me buscaste a mí!

Lo acababa de meter en el corral donde recibiría el golpe en la nuca.

- ¡Todos cometemos errores en la vida, mi amor! -le dije cara a cara, casi tocando su nariz con la mía y siempre con la sorisa a flor de labios- Cuando me la quisiste meter, el maní no te alcanzó más que para el puerteo...

¡Nunca había sucedido tal cosa! ¡Claro que no! Pero en el amor y en la guerra todo vale y la imagen era por demás potente como para dejarla ir. Sobre todo porque la contundencia de mis nalgas gozaban de cierta popularidad entre los espectadores.


La ovación fue apoteósica y, para rematarlo, le di un besito en la punta de la nariz.

Eso ya fue demasiado para Franco, que se la daba tan de macho. Se le subió la tanada y me agarró de las solapas con el propósito manifiesto de bajarme los dientes de una trompada. Sin embargo, los hados se pusieron de mi lado y, sin saber cómo, mi mano derecha describió una parábola hacia adelante y se aferró a sus testículos con verdadera saña. El rojo furibundo del rostro de Franco pasó pronto a violáceo e incluso estoy seguro de que se le escapó algún lagrimón. Fui conciente al instante de que el dolor debía ser insoportable pero mi puño apretó aun más, sin misericordia.

- Conformate con lo que tuviste, chabón. -le aconsejé en un susurro- Con la leche amarga que tenés no me dan ganas de chupártela otra vez.

Recién entonces lo liberé de la pinza de mis falanges. Su cuerpo se terminó de plegar a la mitad y, como si fuera una figura de cartón, cayó al suelo para quedarse allí, con las manos en la entrepierna, mientras yo me acomodaba la ropa y me alejaba victorioso. No obstante, antes del mutis, vino el balazo premonitorio, el disparo de gracia)

- ... Y ténganlo en cuenta, chicas: también es eyaculador precoz...

De más está decir que Franco Cúneo nunca más volvió a molestarme ni a dirigirme la palabra. Durante meses se habló sobre mi actitud en los chismorreos del colegio. Nadie más volvió a insultarme y yo seguí mi vida. No sé si me siento orgulloso de lo que hice pero si sé que no me da vergüenza.

El caso opuesto fue el de Charly. Pero hoy ya se ha hecho tarde. Mejor lo dejo para la próxima autoridad.



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(*) Ignoro el nombre que les darán en otros países, pero los "chizitos" son, en Argentina, unos snacks hechos a base de queso y con forma más o menos ovoidea. Figuradamente, se utiliza la palabra para designar a los penes pequeños.

martes, 1 de abril de 2008

CONTAGIO VS. TRANSMISIÓN



Hola a todos!!!!!!!

Acá estoy nuevamente, tratando de ponerme un poco las pilas y empezar a escribir otra vez. Ya sé que estoy muy vago últimamente pero prometo que ya se pasará.

En esta oportunidad, quería hacer referencia a un hecho histórico que deja en muy segundo plano cuestiones como el lock-out de los ganaderos argentinos, juas. Estoy hablando nada más y nada menos queeeeeeeee........ de las

MÁS DE 300.000 VISITAS A NUESTRO BLOG!!!!!!!!

Al momento de publicar este post, 307.985 visitas!!!!!

Ya sé que más de uno habrá que no me crea, pero estoy verdaderamente asombrado por el éxito de este emprendimiento virtual que empezó siendo solo un juego y ahora se ha transformado... en una boludez, juajuajuajua. Gracias a todos por pasar y dejar su granito de arena, ya sea comentando, enviando algún mail, votando en las encuestas o simplemente tomándose un tiempito para leer lo que escribo, que casi nunca es cortito y rápido, como polvo en el baño público, juas. Claro que me gustaría que hubiera más comentarios y más críticas sobre lo que leen, lo que ven y lo que escuchan al entrar en este sitio. También sería bueno que me contaran lo que quisieran encontrar. Ya saben que soy un chico muy complaciente y es posible (PO-SI-BLE) que ustedes pidan y sean satisfechos, juas. ¡A participar se ha dicho! Y pronto celebraremos las 400.000 visitas nomás.

En cuanto a la última encuesta (la undécima), los resultados fueron los siguientes:

Consigna: ¿Cuál de las siguientes opciones es la correcta?
a) El VIH es una infección contagiosa. 4 (5%)
b) El VIH es una infección transmisible. 45 (57%)
c) Las opciones anteriores significan lo mismo. 29 (37%)

Lamentablemente, en esta oportunidad no pudimos siquiera acercarnos al caudal de participación alcanzado en la encuesta anterior. Esta vez votaron 78 personas, lo cual no es poco, pero queda muy por detrás de las 170 que participaron en la encuenta anterior. Sin embargo no me quejo, juas.

Me llena de regocijo que, de esas 78 almas, solo 4 hayan elegido la opción "a". Me regocija aun más que el 57% de las respuestas (45 votos del total) hayan correspondido a la opción "b". Y perdono a las 29 personas que optaron por la "c". Por ahora no serán atados al potro de torturas... pero nunca confiéis demasiado en vuestra suerte jajajaja.

Paso a explicar algo que considero más que importante y sobre lo cual (dada mi profesión) he estudiado bastante.

Como estudiante de la lengua que soy (y dejo aquí abierto el campo para todo tipo de chanzas) estoy convencido de que el buen uso de las palabras puede redundar en una mejor calidad de vida para nosotros y para los seres que se hallan en nuestro entorno.

Si bien el diccionario de la Real Academia Española no hace distingos entre los conceptos de "contagio" y "transmisión" de enfermedades (antes bien, los considera sinónimos), las personas y entidades que trabajan en VIH/Sida insisten (con justa razón) en establecer una diferencia entre ambos. No por capricho ni por cuestiones secundarias sino todo lo contrario.

Cuando uno habla de contagio, piensa sin duda en enfermedades tales como la gripe. Según los nuevos criterios, la gripe es una infección de tipo contagiosa porque el virus que la provoca ingresa en el organismo de manera directa, por simple contacto o cercanía con otra persona infectada. Es decir: yo me puedo CONTAGIAR la gripe con solo darle la mano a una persona engripada o con solo estar hablando con ella.

El caso del VIH y de otras infecciones de transmisión sexual es bien diferente, puesto que, para que se produzca la infección, el virus necesita ser "arrastrado" de un cuerpo a otro, necesita ser transportado y ese transporte se realiza a través de algunos fluídos corporales (sangre, semen, líquido preseminal, fluídos vaginales, la leche materna y pus). Como verán, NO ES LO MISMO. Una persona no puede contraer el VIH por el solo hecho de compartir utensilios con otra persona que conviva con el virus. Ni tampoco a través de un abrazo, o de un beso, o de una caricia. PARA QUE UNA PERSONA SE INFECTE CON EL VIH ES NECESARIO QUE HAYA INTERCAMBIADO FLUIDOS CORPORALES CON OTRA PERSONA QUE YA ESTUVIERA INFECTADA.

A la luz de estas distinciones, el correcto empleo de las palabras cobra un significado de vital importancia. El uso de la palabra "contagio" muchas veces es usado con un sentido culpabilizador y estigmatizante hacia las demás personas para no hacernos responsables de nuestros propios actos. Una enfermedad contagiosa es difícil de prevenir cuando no existe una vacuna altamente efectiva. En cambio, las enfermedades transmisibles como el VIH pueden prevenirse fácilmente cuando conocemos los mecanismos apropiados.

Si la infección por VIH fuese contagiosa, ya se habría extendido de una manera incontrolable. El único modo de infectarnos es a través de las relaciones sexuales sin protección, a través del intercambio de jeringas u otros elementos cortantes, por nacer de una mujer VIH+ o a través de la leche materna de una mujer infectada.


La cuestión de la estigmatización tampoco es un tema menor.

Un estigma es cualquier cosa que nos avergüenza, nos señala o nos discrimina. El VIH suele ser utilizado, por motivos de la más diversa índole, como medio de estigmatización.

Hoy en día, en que la infección del VIH ha dejado de ser una enfermedad necesariamente mortal desde el punto de vista clínico, las personas que viven con el virus todavía sufren una especie de "muerte social" motivada por el prejuicio y la ignorancia. Esta es una muerte civil que siempre llega antes que la muerte física y que se manifiesta de muy diversas maneras.

Aunque resulte horroroso, muchas familias han abandonado a sus hijos con VIH, muchos empleadores los han despedido, muchos amigos los han dejado de lado... La razón (o la excusa) en la mayoría de los casos es el "miedo al contagio".

La situación clínica de esas personas es más comprometida si se la compara con la de otros pacientes contenidos afectivamente. Pero hay otras razones que hacen de la discriminación una actitud errónea. Más allá de las construcciones sociales acerca de las personas que viven con VIH/sida, la realidad es que ellos no son ni "buenos" ni "malos". El virus no cambia las virtudes o defectos de la gente.

El sida es tanto una enfermedad como un problema social. La propagación de la infección se apoya en una serie de construcciones sociales, miedos y prejuicios presentes en todos los miembros de la sociedad. La discriminación adopta una gran gama de formas, desde las más groseras hasta las más sutiles. Temas como el de las prácticas sexuales o la drogadependencia reeditan sus resistencias en la sociedad, de manera que el sida ha actuado en los últimos años como un amplificador de viejas prácticas discriminatorias. En ocasiones estas prácticas toman la forma y el disfraz de un supuesto interés por ayudar a las personas que viven con el virus. De allí surgen ideas como las del análisis compulsivo tanto prenupcial como para el ingreso a empleos. Esto, además de estar legalmente prohibido en la Argentina, tiene efectos altamente adversos. El anonimato de infectados y enfermos es absolutamente necesario para que puedan desarrollar sus estudios, sus actividades laborales y sociales, las cuales no ponen en peligro a los demás miembros de la sociedad.

Conociendo las vías de transmisión todos podemos tomar sencillos recaudos.

De esta manera, las personas que conviven con el virus no sufrirán la pesada carga anexa de la discriminación y podrán cumplir con la necesidad de todo ser humano de desarrollarse individual y socialmente a través de la afectividad, del trabajo, la educación y la recreación.

Existe en torno a la problemática VIH/sida una situación de miedo social, del cual podemos describir algunas de sus expresiones.

- El miedo a conocer la verdad es uno de los más comunes. Muchos piensan que cuanto menos sepan, más lejos están del riesgo. Otros prefieren no hacerse un análisis, ya que creen que no ganarían nada con saber si son portadores, ya que no existe cura alguna. Creen vivir más tranquilos ignorando la verdad, pero en realidad llevan dentro la angustia de la incertidumbre. Es uno de los errores más grandes al que hay que combatir con información. Los actuales tratamientos proporcionan una gran calidad de vida, y cuanto antes un infectado sepa que lo está, más posibilidades tiene de frenar el deterioro de su sistema inmunológico. El miedo existente en torno a este tema está alimentado fuertemente por gran cantidad de mensajes que, con la intención de prevenir el avance de la infección, han sembrado el terror, la desesperanza y la discriminación.

- El tabú del sexo es otro de los inconvenientes con que choca la prevención del VIH/sida. Nos hace falta más y mejor educación sexual. La mayoría de los mensajes que los jóvenes recibimos con respecto al tema relacionan al sexo con la posibilidad de enfermar o morir. La situación provocada luego de la aparición de la problemática VIH/sida es similar a que se produjo durante 500 años con la sífilis hasta que se empezó a usar la penicilina. Sólo una educación sexual amplia y responsable nos proporciona una verdadera vía de prevención. Una educación que no limite la sexualidad a la genitalidad, sino que la impregne de los valores del placer, el amor, el respeto y la libertad. No basta con repartir preservativos para prevenir el sida. Tiene que desarrollarse una conciencia en la cual el uso del preservativo sea natural consecuencia del respeto y el amor por la propia vida y la de los demás.

- El temor de hablar de lo que nos pasa es otra de las falencias de nuestro ser nacional. Años de censura y crítica autoritaria nos han hecho creer que nuestras cosas no tienen importancia, que nuestra verdad es menos válida, que los demás no van a comprendernos, que lo distinto debe ser (por fuerza) controlado y censurado. Pero esa no es la experiencia de otras sociedades que se han dado el lugar y el tiempo para la comprensión mutua, la convivencia respetuosa, la cooperación aun en la disparidad de ideas.


Perdón por la perorata. Los relatos excitantes volverán a aprtir de la próxima entrega. Simplemente siento que las 300.00 visitas me crean una responsabilidad: la de aportar mi pequeño granito de arena ante esta pandemia que se alimenta fundamentalmente de ignorancia.

Sin embargo, para que no se vayan defraudados, acá les dejo un videíto que seguro será del gusto de todos ustedes, juas! Con mi amadísimo Brent Everett... ¡como corresponde!


Piquitos para todos y ¡hasta la próxima!