sábado, 28 de junio de 2008

Encuentro Cercano del Mejor Tipo

Recapitulemos... Ha pasado tanto tiempo desde mi último posteo que, incluso a mí, se me hace necesario un breve resumen de lo anterior, juas.

Estábamos en aquella mañana en que Elías me llamó por teléfono desde Madrid para comunicarme que, al día siguiente, yo tenía que tomar un vuelo para España (lo del boleto ya estaba solucionado y corría por su cuenta, como es lógico). Además, en el mismo llamado, me pedía un "gran favor". Luego vino el "encuentro" con Fede (seguro que quien leyó esa parte no se habrá olvidado) y allí nos quedamos.

El favor tan especial al que se refería Elías consistía, ni más ni menos, en oficiar de baby sitter. ¡Cómo lo oyen! Esa misma tarde llegaba desde Santiago de Chile, en vuelo de LAN, su sobrino Borja de diecinueve años y necesitaba que lo alojara por esa sola noche y que me asegurara de que, al día siguiente subiera al avión conmigo. Parece ser que el pendejo es medio tiro al aire (me siento mi abuela con estas expresiones, juas) y hacía ya un par de semanas que estaban tratando de que regresara a la Madre Patria. Sin éxito, por supuesto. Como se trataba de Elías no interpuse ninguna queja y me banqué el garrón con la esperanza de que el jopende no fuera una ladilla. Con ese nombre de repuesto automotor, se me hacía que no podía ser otra cosa (y no se me ofendan ahora los Borjas que pudieran estar leyendo, a quienes les juro que no es ánimo de importunar sino solo una expresión de displacer ante ciertos nombres poco afines a nuestra cultura sudamericana).

Tan pocas ganas tenía de conocerlo que me quedé en el cuartito de huéspedes, retozando con Federico hasta último momento. Juaco y Sony se levantaron a mediodía y se echaron un polvo en la sala, convencidos de que no había nadie en la casa. Obvio que esta aclaración no pretende en modo alguno sugerir que se hubieran reprimido de haber sabido de nuestra presencia. Muy por el contrario, en ese caso nos hubieran invitado a participar de un cuarteto; muy posiblemente nos hubiéramos extendido más de la cuenta y yo jamás hubiera llegado al aeropuerto para recibir a Borja. Sin embargo, con los gemidos y resuellos que llegaban desde la sala, Fede y yo también nos calentamos y terminamos cogiendo una vez más, razón por la cual... casi no llego a tiempo al aeropuerto para recibir a Borja.

Se suponía que el avión llegaba a Ezeiza a las 17:15. Afortunadamente estamos en Sudamérica y el vuelo se atrasó media hora. Estacioné el auto a las 17:23 y entré corriendo y agitado en el hall central a las 17:31. Grande fue mi alivio cuando los altavoces anunciaron el arrivo del vuelo de LAN que me convocaba.

Con una pequeña pancarta de letras multicolores con su nombre (impreso involuntariamente gay que me preparara Fede mientras yo me duchaba y me vestía), esperé al galleguito con toda la sensación de estar haciendo el ridículo. En las películas parece un método mucho más digno de lo que es en la realidad. Luego de mucho rato, apareció el tropel de viajeros arrastrando maletas y cargados de bolsos y paquetes. Solo uno entre todos ellos llevaba solamente una gran mochila (que tampoco era tan grande) y miraba a su alrededor en busca de algún rostro conocido. Era rubio como un dios y tenía los ojos verdes. Tenía además una melenita rizada que le cubría los hombros y el típico bronceado de las pistas de sky. Era más o menos de mi estatura y bajo la ropa de abrigo podía adivinarse un cuerpo delgado pero muy atractivo. Naturalmente, clavé mis ojos en el y lo seguí fijamente, en tanto toda mi alma buscaba inexistentes influencias en el plano astral, a fin de que esa belleza (que por cierto no desviaba la mirada) fuera Borja... ¿Y ustedes qué creen? Pues no. No era él.

- ¿Tú eres Ezequiel?


La pregunta provenía, con un tono bajo profundo y acento español que me erizaron la piel, de un pibito esmirriado con ojitos verdes achinados, boca grande y labios gruesos. Tenía el cabello corto enrulado y una naricita como de payaso pero su sonrisa eclipsaba cualquier defecto que pudiera distraerme. Quedé deslumbrado por... no sé por qué... pero el pendejo me cayó bien a primerísima vista. Tanto que ni siquiera pude responderle con palabras (solo con la cabeza) y él se me colgó del cuello y me abrazó como si me conociera de toda la vida. En un primer momento atribuí ese derroche de energía al consabido descontrol que experimentan los adolescentes respecto de sus propias fuerzas (todo ese asunto del esquema corporal y cosas de esas que a los sicólogos les gusta tanto debatir). Sin embargo, estaba equivocado una vez más.

- Yo soy Borja ¡Y jamás crei llegar a conocer al mismísimo ZekY's en persona!

"El mundo es un pañuelo" suele decir mi vieja. Y yo le añado: "un pañuelo lleno de mocos".

Sin poder salir de mi estupefacción, miré con mayor detenimiento al pendejito y no sé por qué quise hacerme el desentendido (al mejor estilo "no, caballero, usted me confunde con otra persona").

- ¡Joder, tío! Que si me habré cascado el rabo mirando la foto que pones en el fondo de tu página. ¡Te reconocería en el mismísimo infierno!

No tenía escapatoria.

- La primera vez que te vi -continuó- fue en el ordenador del Elías y desde entonces me he hecho visitante habitual de tu sitio. Que está bien cojonudo, por cierto. ¡Imagínate cómo me puse cuando me dicen que serías tú el que vendría a buscarme en persona al aeropuerto!

La verdad que no me imaginaba. Hasta ese momento jamás hubiera considerado la idea de que hubiera alguien poir ahí tratando de conocerme en persona tan solo por lo que pudiera leer o ver en un sitio en Internet. Es cierto que diariamente recibo más de cinco o seis correos que me dicen cosas semejantes. Pero no todo lo que se dice virtualmente tiene entidad en la vida real. Suelo leer esos correos con mucha simpatía y hasta gratitud pero siempre con la idea de que solo se quedarán en eso.

Sin ningún tipo de inhibición, Borja me abrazaba y me tocaba como para convencerse de que efectivamente era yo. Era (es) muy verborrágico y no paró de hablar ni un segundo. Lejos de lo que pudiera sucederme en otras corcunstancias similares, la situación me parecía graciosa y el pendejo seguía gustándome, a pesar de sus rasgos tan particulares. Me contó cómo se "había colado" de curioso una vez dentro de los archivos "secretos" que Elías guardaba en su laptop. Esa tarde, no solo supo que el hermano de su madre era gay sino que también terminó por aceptar que él también lo era.

- Era ese cuento en el que relatas la historia del chavalete que es violado por un camionero. ¡Muy fuerte, tío! Me quedé pa'dentro y con una calentura como pa' freir rabas.

Según contaba ya en el auto, no pasó mucho tiempo hasta que decidió probar el sexo con otro chico. "Y de eso ya hace unos seis meses". En tanto, no desaprovechaba cada ocasión para seguir tocándome y acariciándome. Por momentos me sentí un poco incómodo pero supuse que pronto se le pasaría y podríamos tener una charla más "humana". Durante el viaje siguió dándome detalles de su relación con Elías.

- Que el Elías no sabe que a mí me van los tíos, eh... ¿Que por qué no se lo he dicho? ¡Porque no se ha presentado la oportunidad! Uno no va por la vida contando a todo mundo con quien folla y con quién no.

La charla (el monólogo, mejor dicho) se me hizo corta. Esa voz tan varonil y cavernosa no me cuadraba con la carita de nene picarón. Pero sus labios rojos continuamente lubricados por un pase ultrasónico de la lengua, me hacía olvidar el fisiquito púber y me producía un estremecimiento.

- ¿Y cómo es eso de que no te pueden hacer regresar a Madrid?

- ¡Joder! ¡El cabrón del Elías ya te ha ido con el cuento!!!! Nada, tío. Es mi madre, que quiere que siempre esté pendiendo de su falda. Para mi cumpleaños diecinueve, mi padre me regaló este viaje y yo no quise regresar hasta que se me esfumara hasta el último euro. Nada extraño en mí. Estoy acostumbrado a salirme con la mía. Lástima que, de haber sabido que iba a encontrarme contigo, hubiera venido a Buenos Aires hace tiempo. ¡Qué digo! ¡Hubiera cruzado el océano solo para estar aquí!

Hablaba con naturalidad, sencillez y contundencia. Quedaba a las claras que no era de los que se dejan llevar por delante. Al mismo tiempo que hablaba, miraba a su alrededor y se daba espacio para interrumpirse a sí mismo y preguntar qué era tal o cual edificio o monumento.

Cuando llegamos a casa ya no había nadie. Fede se había ido después de que yo saliera y antes había dejado todo impecablemente ordenado.

- Es tal cual lo había imaginado. Luminoso, fresco, moderno... Una maravilla de piso, tío.

No necesitó invitación para ponerse cómodo. Dejó su maletita en el suelo y se dejó caer sobre el sillon. Yo fui a la cocina por unas gaseosas y una galletitas y cuando regresé lo encontré ya desnudo y con el "amigo" bien despierto.

- ¡Anda, tío! ¿Me follas o no?


Como podrán ver, Borja no tenía la costumbre de andarse por las ramas. Es posible que le vaya muy bien en la vida. O muy mal. Lo cierto es que él hace lo que siente y cuando lo siente: una versión descontrolada de mí mismo, juas.

Me acerqué a él con la bandeja en las manos, la deposité sobre la mesita ratona, me incliné sobre su rostro y le di un besito tierno en los labios. Curiosamente, no dije nada. Aunque no fue tan curioso. No dije nada porque la verga que sacudía en su mano derecha era para quitarle el habla a cualquiera.

- ¿Tenés licencia para portar armas de destrucción masiva?

- ¡Qué va! Si lo legal no es lo mío!!!! Además, este armamento es nuevecito y está necesitando unos ajustes.

Los dos nos reímos con ganas. Pero cuando me incliné sobre su verga para comenzar la tarea, Borja me detuvo en seco.

- ¡Aguarda un momento! Que primero tengo yo que ver esa banana en la cama...

Y esta vez fue carcajada.

Yo suelo tener una especie de sexto sentido para con la gente que me cae bien de entrada. Nunca tardo demasiado en averiguar el por qué y casi siempre es un sentimiento que perdura. Pocas veces me he equivocado. Y en el caso de Borja, espero que no cambie. Pocas veces me he divertido tanto con alguien como con él.


Entonces lo besé. En los labios. Con ternura, porque así fue como me salió. Y él me correspondió de igual modo.

Luego desabrochó mi cinturón y los botones de mi bragueta, me bajó los pantalones, el boxer y empezó a mamármela con suavidad. Todo un experto el galleguito(*). Yo sabía que esa boca tan voluptuosa tenía que tener habilidades que fueran más allá del buen humor. No me las voy a dar ahora de guacho vergón, pero quienes me conocen suelen decir que la mía no es una pija tamaño medio. Aun así, Borja se la tragaba sin
mayores inconvenientes, cuidándose de no rozarme con los dientes y jugueteando con la lengua. Más tarde me confesaría que, en ese momento, había estado poniendo en práctica todo lo que aprendiera en mis relatos. Pero, más allá de la mayor o menor pericia con que me chupaba la verga, lo más sobresaliente en este pendejo era la alegría con que lo hacía. Y lo hacía tan bien que mi cuerpo se olvidó de que había estado cogiendo toda la noche y todo el día y que había descansado apenas unas horas. Esa boca y esa lengua merecían una muy buena atención y (como profesional que soy) no podía dejar que Borja se sintiera desairado.


Claro que eso tampoco significa que le dejaría a él toda la iniciativa. Tuve que forcejear un poco para lograr que se sacara mi pija de la boca y me dejara chupársela a él. Semejante pedazo no podía permanecer más tiempo lejos de mis labios. Terminé de desnudarme y me puse en cuclillas frentre a él. Su entrepierna ya irradiaba ese olorcito característico, mezcla de perfume, sudor y semen, disuelto en el dulce candor de su piel casi sin estrenar.

Me la tragué hasta donde pude y el roce del glande contra mi glotis le arrancó un gemido sonoro. Reacción típica de los novatos. Instintivamente inició el movimiento de pelvis y todos sus músculos se tensaron. Sus labios ardían en una "O" permanente y sorda, como intentando una queja que no terminaba de hallar por qué. Mis labios subían y bajaban sobre su falo increíble y mi garganta se iba impregnando de nuevos sabores. Porque en rigor es mentira que exista EL sabor a verga. Cada pija es diferente y tiene un sabor, una textura, una rigidez y un aroma que le es peculiar. Tanto es así que cualquier buen catador puede reconocer al dueño a través de su entrepierna. Y en el caso de Borja, el placer y el relajo a los que se entregaba potenciaban esas características.

Lo disfruté durante larguísimo tiempo y no me hubiera cansado nunca de chupársela. Pero Borja ya experimentaba otras necesidades que también debían ser atendidas.

- Anda, ZekY's... que quiero que me folles. Si sigues mamando me voy a correr y quiero que me folles. Quiero correrme con tu polla dentro.

Yo también quería sentir su polla pero preferí darle gusto. No era exactamente un cliente pero casi. Por otra parte, a pesar de mi primera impresión, el pendejo era un bombón y merecía que le diera todo el gusto que me pidiera. Y no sé de qué me quejo si tenía un culito muy cogible, por cierto. Quiero decir: no fue ningún sacrificio hacerle el culo. Más bien fue un placer adicional. Un modo de entrar en su historia y no solo en su trasero. Porque nadie se olvida jamás del primer tipo que lo cogió. Y para Borja, ése vendría a ser yo. Se notó. Me lo dijo y lo noté.

Busqué preservativos y lubricante. Él intentó persuadirme de no usarlos pero me negué. Con dulzura y firmeza. "No arruinemos un recuerdo inolvidable con la sombra de una duda" le dije y él no pudo menos que aceptar. Se puso de costado y me dejó hacer. Mientras continuaba besándolo, le acariciaba las piernas y hurgaba entre sus nalgas, buscando el sitio exacto en que estaba el ano. No fue difícil encontrarlo. Se ve que es un muy buen lector porque aprendió a la perfección mi lección de relajación anal, detalle más que importante a la hora de gozar la penetración. Su culito lampiño y terso era una verdadera invitación para mi pija. Lo masajeé lentamente y mordisqueé todo su cuerpo. Volví a besarlo una y otra vez. Lo lamí. Lo acaricié. Hasta que el esfínter estuvo lo suficientemente lubricado y laxo como para poder disfrutar de una buena cogida. Como si pudiera leer mis pensamientos, Borja levantó una pierna y su culo quedó expuesto a mi verga. Primero apoyé el glande y lo hice juguetear un poco en el puerteo. Su rostro se iluminó ante el primer roce y me pidió otra vez que lo "follara". "Todo a su tiempo. No te apures" fue mi única respuesta. El jugueteo continuó y, poco a poco, noté que el ano de Borja empezaba a dilatarse ante el menor estímulo. "Este es el momento" me dije sin decirlo y, como si de un ritual se tratase, lo fui penetrando con total suavidad. Tanto que Borja empezó a jadear sin tener plena conciencia de que mi verga ya estaba entrando. Se dio cuenta cabal cuando sintió las cosquillas de mi vello púbico contra sus nalgas y, entonces sí, comenzó el desenfreno. Seguro de que su esfínter ya no corría peligro, comencé a moverme dentro de él cada vez con más energía. Él comenzó a gemir tímidamente y, sin darse cuenta, el tono de su voz se fue incrementando hasta convertirse en gritos ahogados. El catalán materno le surgió desde las entrañas. Repetía y berreaba: "Donna'm mès! Donna'm mès!!!!". Y yo le di más durante casi una hora en la que tuve que recurrir a toda mi experiencia y profesionalismo para no acabar y así brindarle todo el placer que ameritaba esa primera vez tan particular. Él se corrió dos veces y lo hubiera seguido haciendo, de no haber sido por mi decisión de hacerlo subir hasta la cima del placer.



Ya había tenido suficiente tiempo para decubrir sus principales puntos erógenos y decidí poner manos a la obra.

Me acomodé por detrás de él y lo abracé con fuerza al tiempo que le mandaba la pija hasta el fondo y le arrancaba un nuevo quejidito de sorpresa y goce. Luego comencé a pellizcarle los pezoncitos, que estaban duros como un botón. Mi lengua se delizaba por su cuello y, cuando quiso darse cuenta, todo mi cuerpo lo cubría y su boca ya mordía la almohada. Desaté entonces toda la energía acumulada en mi entrepierna e inicié un bombeo rítmico y frenético que lo sacó definitivamente de sí. La violencia de la cogida no le permitía siquiera pajearse. Mi cuerpo se elevaba por sobre el suyo y se dejaba caer, penetrándolo hasta el fondo en cada caída. Así una y otra vez. Cada vez con más fuerza. Hasta que no pude aguantar más y terminé eyaculando con un desesperado grito de placer (que le dejó un cardenal en la nuca, juas).

Cuando Sonny regresó a casa, nos encontró conversando luego de mi segundo polvo (de los polvos de Borja perdimos la cuenta). Se unió a la rueda y el pendex se animó a echarnos un polvo más a cada uno. Ya que estábamos, el debut tenía que ser completo.

Apenas tuvimos tiempo de ducharnos y llegar a Ezeiza para tomar el vuelo a Madrid. Tanta fue la prisa que no pude empacar demasiado y (¡desafortunadamente! juas) tuve que comprar toda ropa nueva en Madrid y en Zaragoza, donde estuvimos de visita con Elías. Pero eso dará para otra historia que tal vez alguno de estos días les pueda contar.

A Borja lo despedí en Barajas. Sus padres lo estaban esperando y no lo volví a ver hasta el momento de mi regreso. Ahora, niño, si estás leyendo este relato (lo cual descuento), no es cierto que tu tío no supiera que te van los chicos, juas. "El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo".



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(*)En realidad, Borja nació en Barcelona, pero lxs argentinxs tenemos la mala costumbre de identificar a todxs los españolxs (en muchos casos despectiva y discriminatoriamente) como gallegxs.