domingo, 14 de febrero de 2010

Feliz cumple...

... PARA MI!!!!!!!!!!!

juas.




Y si el diablo no mete la cola, esta noche hay

¡¡¡FIESTAAAAAA!!!



Porque...

... la casa es chica pero los agujeros son

GRAAAANDEEEEEESSS...




Deséenme suerte que esta noche me la dan!!!!!

jajajajaja.

viernes, 5 de febrero de 2010

Trío de Nochebuena

Seguramente muchos ignoran (y no pocos se negarán a creerlo) que durante las fiestas de diciembre suele darse un incremento en la demanda de nuestros servicios. Específicamente en las noches mismas del 25 y el 31. Mucho gay maduro sin familia ni amigos con quien festejar, supongo yo. Los habrá también fiesteros a ultranza que encuentran un morbo particular en romper la sacralidad propia de la Navidad entregándose a los excesos menos imaginables. El hecho es que se trata de una época en la que, por supuesto, la mayor demanda hace subir los precios. En el negocio de la prostitución las leyes del mercado se cumplen a rajatabla. Si uno es piola y buen negociante, puede llegar a ganar en una sola noche lo que habitualmente gana en un mes. Son noches muy especiales y trabajos muy peculiares. Uno tiene que estar preparado para afrontar cualquier circunstancia, desde un cliente melancólico, que prefiere hacer un recuento de sus frustraciones en vez de coger, hasta un sadomasoquista que pretende molerte a palos durante toda la noche vestido de Papá Noel. En general, dados los precios que se manejan en estas fechas, el cliente se cree con derecho a hacer lo que se le plazca y suele extralimitarse más de la cuenta. Una Navidad, el tipo con el que estaba se empeñaba en mearme ¡y hasta cagarme! en la boca. El episodio casi termina en la portada de los diarios y salí ileso por obra y gracia de mi ángel guardián (porque yo no creo en esas cosas pero alguno debo tener, desde el momento en que he sobrevivido a situaciones seriamente peligrosas). Por eso es que hay que estar preparado y tener la personalidad necesaria para no dejarse avasallar. En este negocio, lo primero que hay que aprender es que LAS REGLAS LAS PONEMOS NOSOTROS. Si uno no tiene en claro este principio fundamental de la actividad, es mejor que se dedique a tejer macramé. Y si no puede refrenar sus ansias por ejercitar el esfínter, que se postule en algún call center: acción no le va a faltar.

Pero a pesar de las ganancias que proponen estas fechas, los últimos dos años había sido mi decisión la de declarar los días festivos como lo que son y no trabajé por más que me ofrecieron mucho dinero. Fue así como pasamos inolvidables navidades en mi casa y un fin de año en Curitiba que los seguidores de mis relatos seguro no han olvidado.

Este año (o el que acaba de pasar, mejor dicho) la idea era reeditar festicholas pasadas junto a mis amigos. Sin embargo, algunas circunstancias motivaron un repentino cambio de planes para la noche de navidad a último momento. Juaco andaba corto de divisas y tuvo que aceptar el ofrecimiento de un viejo cliente. Joao viajó a Brasil como acostumbra en estas épocas. Sebys la pasó con su amigovio (quería conocer a la familia y, según parece, la experiencia fue bastante interesante). Federico tenía cita inamovible con sus padres y solo quedábamos Sony y yo. Pasaríamos entonces la navidad solos en casa, sin demasiado alboroto. Pero el 22 por la noche recibí el llamado de Mauricio P., uno de mis mejores clientes, con una oferta que no pude rechazar. Era demasiado dinero y el mismo Sony me instó a aceptar. Para que tengan una idea, con lo que gané esa sola noche estoy solventando las regias vacaciones que Sony y yo estamos disfrutando en Buzios desde principios de enero y no pensamos regresar hasta después de mi cumpleaños. ¡No podía rechazarlo! Para aliviar mi cargo de conciencia, Fede acudió en mi ayuda e invitó a Sony a pasar la nochebuena en su casa. Asunto arreglado.

La propuesta era pasar la noche en una quinta de Tortuguitas junto a Mauricio y su amigo Franco. El viaje fue un tanto accidentado. Por la fecha era imposible contar con un taxi o remis que me llevara (como suelo hacer cada vez que me encuentro con un cliente) y me vi obligado a trasladarme en mi auto. No conozco la zona (algo alejada de la capital) y tampoco había en la calle gente para preguntar u orientarme, de modo que fueron necesarios varios llamados telefónicos a Mauricio, lo cual dio lugar a su proverbial malhumor. No es que sea un mal tipo, pero quienes lo conocen saben que es un personaje de pocas pulgas, sobre todo cuando hay dinero de por medio. Los grandes empresarios suelen ponerse nerviosos ante la mera posibilidad de perder dinero. Por más que acostumbra decirme que valgo cada centavo que me paga, no son infrecuentes nuestras discusiones por lo que yo considero sus abusos de poder. “Vos me pagás, pero yo no soy tu empleado” es una de mis frases más habituales, juas. En este caso, estaba muy interesado en que todo comenzara a las diez en punto de la noche y tuve que cometer algunas infracciones de tránsito para poder llegar a horario.

Mauricio tiene unos cuarenta años y, a pesar de que la calvicie amenaza con dejarle la sesera al descubierto, se mantiene bastante en forma y no deja de ser un tipo interesante (aun si dejamos afuera lo abultado de su cuenta bancaria, juas). Ignoro cuál es específicamente el rubro de sus negocios (ni me interesa) pero ha de ser algo muy redituable a juzgar por los lujos que suele darse cada vez que nos encontramos. Esta fue la primera ocasión que visité su casa (porque no me cabía duda de que era suya). Me recibió envuelto en una bata de seda muy delicada y con expresión de mal genio (“Pensé que no ibas a llegar a tiempo”) pero al poco rato se distendió. La propiedad era un ensueño. En medio de un enorme parque arbolado, estaba la casona de estilo inglés muy bien conservada e iluminada para la ocasión. En su interior, los muebles de algarrobo le daban un toque serio y ceremonioso. Apenas entrar, me encontré con un enorme retrato de Mauricio, confeccionado artesanalmente con caracolitos de todos los tamaños y colores Dicho así puede parecer chabacano pero les puedo asegurar que era una cosa de bastante buen gusto y, por sobre todo, sorprendente. Muy del estilo del dueño de casa. Obviamente no pude con mi genio y mi pensamiento viró hacia lo sexual. Conozco muy bien la “dotación” de Mauricio pero se me ocurrió que, trasladando a la realidad las proporciones del retrato, se obtendría una verga muy impresionante. Grosso modo le calculé unos 25 ó 26 centímetros. Yo nunca conocí a nadie que la tuviera tan grande.

– Esto es lo que convenimos.

La voz de Mauricio de devolvió abruptamente a la realidad. Sacudía en su mano un pequeño sobre marrón en el que supuse que estaría el dinero. Lo tomé y lo puse en mi bolsillo sin siquiera mirarlo.

– ¿No lo vas a contar?

– ¿Es necesario? Después de tanto tiempo me parece que puedo confiar en vos.

Se me acercó, me tomó por la cintura y me besó suavemente en los labios. Fue un inusual gesto de ternura de su parte. Luego me hizo pasar de inmediato a la sala donde su amigo Franco (hombre de unos cuarenta también, tez cobriza y cuerpo bien marcado) nos esperaba cubierto solo con una diminuta sunga que le cubría apenas el bulto. Una mesa servida con toda clase de exquisiteces, aire acondicionado y música ambiental muy tenue completaban el escenario donde protagonizaríamos una noche realmente inolvidable.




A Mauricio le gusta ir a los hechos. Sin nada de ceremonia y apenas hechas las presentaciones de rigor, se me acercó por detrás y, besándome apasionadamente la nuca, me fue desabrochando el cinturón con el obvio deseo de comenzar a desnudarme. Franco se limitaba a mirar y a sonreír. No había nada de misterio en el apuro por que llegara a tiempo: pura calentura. Yo elevé mis brazos y comencé a acariciar su pelada plegando los codos hacia atrás, dejando que sus manos hicieran todo el trabajo. Era hábil (yo ya lo sabía) y en muy pocos instantes mis pantalones y mi bóxer ya estaban por el suelo. En un santiamén se deshizo de mi remera y allí quedé, entre sus brazos hirsutos, desnudito como dios me trajo al mundo (bah, un poco más crecido que entonces, juas). Parecía tener veinte manos por la manera en que recorría mi cuerpo. No tardé en sentir la presión de su erección entre mis nalgas pero él todavía llevaba su bata y mi sensación era como tener un bastón sedoso punzándome el trasero. Entre tanto, decía las guarradas que le dan tanto placer cuando tiene sexo. Frases del estilo: “Te voy a romper el ojete”, “Te voy a meter la chota hasta por la nariz”, “Vas a gritar de placer con mi verga en la garganta” y cosas así. Claro que todas meras expresiones de deseo y amenazas que nunca se llevan a cabo a pie juntillas, habida cuenta de que, a estas alturas, ya no queda ojete por romper (juas) y la verga que ostenta (si bien no es de despreciar) no es precisamente un poste de alumbrado. Pero en mi trabajo uno debe pasar por alto esos detalles y hacer de cuenta que todo lo que el cliente dice es una promesa de placer insuperable. Todo forma parte de un ritual y, cuando uno ya conoce al cliente en cuestión, es mucho más sencillo seguirle la corriente y ayudarlo a alcanzar sus objetivos. Por lo general, los clientes ya conocidos presentan una secuencia fija en sus acciones. En el caso de Franco, esa noche siguió con el rito tal cual lo hace siempre, sin apartarse ni un momento del libreto virtual que guía sus acciones, salvo las adaptaciones suscitadas por la participación de Franco. Conmigo de pie junto a la mesa, no dejó centímetro de mi piel sin acariciar ni lamer. Se tragó mi verga sin dificultad y mientras lo hacía me enfiló uno de sus dedos regordetes en el culo. El segundo entró recién cuando me estaba mordisqueando las nalgas. Así estuvimos largo rato, hasta que se sentó en una de las sillas y se quitó la bata para que fuera yo el que pasara a la acción. Abrió las piernas y me mostró la pija bien dura y parada, lista para recibir una buena mamada. Yo creo que ese es uno de los talentos que más valora en mí porque siempre nos detenemos durante mucho tiempo en este capítulo del ritual. Le gusta que se la chupe durante largo rato. A veces (cuando la excitación es tanta que lo pone en riesgo de eyacular antes de tiempo) me toma de los cabellos y me aparta unos instantes y luego me vuelve a clavar en su vergota para que siga mi trabajo. Por supuesto que las amenazas de placer inconmensurable continúan de manera permanente. Yo suelo disfrutar bastante de esos momentos puesto que su poronga es suave y alcanza una turgencia muy estimulante. Quizá lo único reprochable sea el tamaño de su escroto, que da un aspecto muy poco estético al dejar colgando tan pesadamente los testículos, pero claro que es un detalle menor que a mí como oferente de un servicio no debe molestarme.

Franco continuaba en su papel de voyeur.

Transcurrida una media hora, mis mandíbulas ya estaban deseosas de pasar a la etapa siguiente y así fue, para mi tranquilidad. Con una orden de tono militar me hizo sentarme sobre su verga. Rompiendo las reglas que impusimos desde el primero de nuestros encuentros, pretendió penetrarme sin preservativo pero sabe que yo en ese sentido soy inflexible y no insistió demasiado. Percibí un dejo de decepción en la mirada de Franco pero hay cláusulas que no estoy dispuesto a resignar. Sin duda había sido un pedido de su parte. Mauricio sabe muy bien cómo trabajo.



La verga entró con facilidad. Estábamos frente a Franco con el propósito de que no se perdiera ningún detalle. Todavía llevaba puesta la pequeña sunga pero la pija ya estaba por entero liberada. Se la manoseaba con parsimonia mientras yo me movía hacia arriba y hacia abajo sobre la de su amigo. Su rostro parecía imperturbable pero había un brillo en su mirada que evidenciaba un deseo contenido que en cualquier podía salirse de cauce. Creo que fue eso lo que me llamó la atención y me motivó a observarlo con mayor detenimiento. Hasta ese momento casi no había reparado en su presencia, relegándolo a su rol de mero espectador. Sin embargo, se descubrió de pronto a mi conciencia y pude entonces descubrirlo tras su fachada de cámara indiscreta. Sus piernas se estiraban hacia mí y sus muslos parecían a punto de estallar. Los músculos de sus brazos parecían danzar bajo la piel y el ritmo se lo dictaba yo mismo con mis subidas y bajadas. Lo comprobé sencillamente: bastó con alternar caprichosamente movimientos rápidos con otros más suaves para que también los suyos se adecuaran a los míos. Quizá no era muy consciente de ello. Más bien me pareció un acto instintivo. Y todos sabemos el morbo que me producen las manifestaciones del instinto. Me dije a mí mismo que era el tipo de hombre que podría llegar a conquistarme: sin preconceptos, sin planes rígidos e inamovibles, un hombre impredecible y apto para sobrevivir placenteramente y con estilo en un mundo donde lo único permanente es el cambio mismo. Lo imaginé de mañana en mi cama, iluminado apenas por la penumbra que se cuela entre los listones de la persiana, dormido y apenas cubierto por las sábanas de raso, levantando carpa a la altura de la entrepierna sin conciencia de nada, inmerso en un sueño profundo de placeres que ya no recordaría al despertar. La verga de Mauricio seguía entrando y saliendo de mí pero yo me había fugado con su amigo a otra dimensión. Franco lo había percibido (lo vi en su mirada) y por primera vez desde mi llegada sonrió. Satisfecho por mi logro, le devolví la sonrisa y él lo tomó como una invitación. Con elegancia, se puso de pie y vino hacia mí. Mauricio dio alguna indicación pero no la escuché. No había muchas opciones ni las necesitaba. Abrí la boca y comencé a chupar y lamer la verga de Franco con genuino deleite. Era suave y estaba tan dura que no me era sencillo introducírmela hasta la garganta. Franco me elogió por el esfuerzo pero, más que un sacrificio, para mí era casi una necesidad. Mi excitación era tal que perdí todo criterio y solo pensaba en comerme esa pija. No voy a negar que la de Mauricio en mi trasero hacía lo suyo, sin embargo toda mi atención estaba centrada en el papito moreno que tenía delante. Pronto dejé de moverme y fue Mauricio el que debió poner empeño para cogerme.

– Espero que no estés a dieta –dijo Franco de repente.

No entendí por qué lo decía, pero todo quedó claro cuando estirándose hasta la mesa tomó un pote de vitel toné y se embadurnó el pene con la salsa.

– Para variar el sabor –agregó.

Claro que no era la primera vez que me tragaba una pija sazonada. Sin embargo, la tensión sexual del momento me entusiasmó aún más. Todos mis sentidos estaban exacerbados y, en un rapto de lucidez, opté por no meneármela para no acabar antes de tiempo. Franco me cogía por la boca con suma suavidad y delicadeza. Sus dedos acariciaban mis mejillas y mis labios, entre los cuales su miembro era un intruso delicioso. Detrás de mí, Mauricio se afanaba por introducirse en mi culo con más y más violencia, bufando y gruñendo como un verdadero animal. Así estuvimos largo rato, hasta que el dueño de casa tomó la iniciativa y, sin moverse de la silla y manteniéndome siempre de espaldas a él, me alzó en brazos y me dejó suspendido sobre su falo. La maniobra me sorprendió tanto como a Franco pero más perplejo me dejó la conciencia de que aquel hombre poseía una fuerza extraordinaria, puesto que me elevó casi sin esfuerzo. Permanecí flotando sobre él durante unos segundos que parecieron horas y finalmente me hizo descender lentamente y su falo fue introduciéndose nuevamente dentro de mi culo. ¡Más que sorprendente! Porque no se detuvo allí, sino que al llegar mis nalgas hasta su pubis volvió a elevarme para hacerme descender una vez más y así sucesivamente. Mis pies estaban muy alejados del suelo y solo me aferraba a la cintura de Franco con la esperanza de poder mantener el equilibrio. Era sabido, sin embargo, que aquella demostración de potencia sobrehumana no podía durar mucho tiempo. Finalmente me depositó sobre su cuerpo con un resonante bufido. Pero si bien la potencia de sus brazos estaba claramente agotada, tuve la sensación de que el volumen de su verga se había incrementado (y yo confío ciegamente en el talento de mi esfínter para calibraciones de esa índole).



No recuerdo que alguien haya hecho propuesta alguna. Es más. Estoy seguro de que nadie habló. Por eso me asombró la coordinación con que actuaron los dos amigos. Mauricio se aferró a mis muslos y los llevó hacia atrás, de modo que recostara mi cuerpo sobre el suyo, dejando las piernas en alto. En tanto, Franco tomó de algún lado un condón y se lo colocó sin demora. Todo fue tan rápido que, cuando pude reaccionar, ya tenía las dos vergas en mi culo. Al principio dolió (no lo voy a negar) pero tengo cierta experiencia en estos asuntos y sé que lo mejor es relajarse. De modo que muy pronto regresó el placer. Sobre todo, cuando Franco se sintió libre de moverse sin miramientos a causa de mi dolor. Mauricio no podía moverse, por lo que todo el trabajo recayó sobre su amigo, que no dio muestras de pena al asumirlo. Tomó mis piernas por los tobillos y las mantuvo en alto, mientras entraba y salía de mí como un experto. Era una sensación maravillosa: el placer extremo. El ambiente fresco no pudo evitar marejadas de sudor y un concierto de jadeos, gemidos y estertores acallaron toda música extraña al sexo. Todo mejoró aún más cuando logré liberar mi cuerpo de temores y mis brazos se dieron el permiso de recorrer el cuerpo de Franco hasta donde su extensión se lo permitiera. De vez en vez, Franco se inclinaba sobre mí y me besaba. Mauricio, por su parte, me dejó la espalda y los hombros cocidos a mordiscos. Quise controlarme pero no pude. Me gustaba tanto lo que me estaban haciendo aquellos dos que tuve un orgasmo estrepitoso sin siquiera tocarme. Orgasmo del que ambos hicieron caso omiso porque siguieron con su trabajo como si nada hubiera sucedido. Y en realidad nada había sucedido: al menos nada que fuera de su interés. Al fin y al cabo, por más tierno y sensible que el cliente pueda ser con uno, su dinero paga su propio goce y la función termina solo cuando es el cliente queda satisfecho.

Fue una noche larga. Imaginen que todo lo que les relaté sucedió mucho antes de que dieran doce. Luego de darnos una ducha rápida y manosearnos un poco más, como jugando, nos acercamos a la mesa y comimos para reponer fuerzas. Después del brindis, los dos amigos tomaron nuevos bríos y el telón de mis nalgas volvió a abrirse para otra gala de singular talento.



Un alivio


¡¡¡Al fin me deshice de la maldita ventana que pedía nick y contraseña al cargar la página!!!

¿A ustedes no les aparecía?

A mí sí. Y ahora estoy muy contento de no tener que volver a verla (al menos al ingresar a mi blog).

No se impacienten. Todavía no regresé de mis vacaciones pero ya tengo casi terminado el próximo relato.

Entretanto, a seguir disfrutando...


Elijo una foto de morenitos porque estoy en Buzios... ¡¡¡felizmente rodeado de ellos!!! JUAS

miércoles, 3 de febrero de 2010

Evangelización

He aquí un misionero que supo confraternizar con los nativos!!!!!!






O sea que no hay nada nuevo bajo el sol, juas.