viernes, 25 de abril de 2008

Calado hasta los huesos



En el último relato, decía que la historia con Charly había sido diametralmente opuesta a la de Franco Cúneo (Jorge, ¡qué hdp que sos! Nunca se me hubiera ocurrido googlearlo!!! juas).

Charly había sido algo así como "el chico de mis sueños". Desde la primaria. Somos de la misma edad y siempre fuimos a las mismas escuelas, pero nunca coincidimos en un mismo curso. Él fue el objeto de mis fantasías desde el despuntar de mi erotismo. Sobre todo a partir de una mañana en que, al vernos agobiados por el calor, el profe de gimnasia nos permitió quitarnos las remeras. Así apareció Charly ante mis ojos con un cuerpo tan bello que no se condecía con un púber de apenas doce años. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: su corta melena de rulos rebeldes, sus ojitos verdes achinados, las pecas de su nariz, su boca, su cuello esbelto, sus hombros anchos, la insinuación de sus pectorales con sus pezoncitos puntiagudos... y la inefable sensualidad de su vientre musculado, como cincelado por el mejor de los escultores. No estaba yo atento todavía a las cuestiones más prosaicas por entonces, de modo que no presté mayor atención a lo que ocultaban sus pantaloncitos. No aquel día. Pero sí recuerdo con particular nitidez la cuidada musculatura de sus piernas.

Siempre fui bueno para los deportes y, sin embargo, aquella mañana no podía coordinar mis movimientos. Estaba completamente desconcentrado y nadie comprendía la razón. Pero yo sí.

Durante años, Charly fue la estrella de mis sesiones masturbatorias y, a medida que transcurría el tiempo, lo imaginé en las más locas y disparatadas situaciones. Tan pronto era un chico malo vestido de cuero que me violaba en una callejuela oscura, como un panadero cubierto de harina, seduciéndome sobre una gran mesa entre bollos y pasteles. Sé que habrán de estar ansiosos por leer una nómina completa de mis calenturientas elucubraciones pero les juro que sería demasiado extensa.

Todo funcionó de esa manera, hasta una tarde de julio de 2002 (dieciséis añito, él y yo), cuando lo que parecía imposible se hizo realidad.

La crisis económica que eclosionó en diciembre del 2001 (aquel miércoles 19 que yo recuerdo con tanto placer pero que en realidad fue un día de luto para todos los argentinos) cambió la vida de muchas personas. Sobre todo de aquellas que (inocentemente) creyeron tener el futuro asegurado en un país cuya historia nos demuestra que lo único seguro es la inconstancia. Ya lo he dicho muchas veces y no quisiera parecer pedante, pero a nosotros (a mi mamá y yo) la crisis no nos afectó tanto gracias a los cheques enviados por mi padre, puntualmente desde Miami.

En ese marco, una mañana encontré a Sara limpiando mi casa. Sara no era otra que la madre de Charly. Después de vivir a cuerpo de reina, con una familia de perfecta clase media y la idea de que eso sería así para siempre, la quiebra de los bancos y el repentino desempleo de su esposo la obligaron a emplearse como doméstica en las casas de sus antiguas conocidas. Algunas le pagaban al contado con dinero contante y sonante. Otras, con diversas mercaderías (latas de conservas, jabones caseros, trabajos de costura, etc.). El país de la plata dulce terminaba, así, transformándose en el paraíso del trueque.

Era poco más de la una y llovía a cántaros. Yo había faltado a clases esa mañana y estaba a punto de almorzar cuando tocaron el timbre. Era una situación por demás extraña, puesto que ni mi vieja ni yo solíamos recibir visitas y con esa lluvia torrencial era imposible que fuera un vendedor. Con bastante susto miré por la mirilla antes de abrir. Era nada menos que Charly bajo la tormenta, con el agua calándole los huesos. Llevaba puesto el uniforme del colegio y las carpetas envueltas en una bolsa negra de residuos bajo el brazo. Lo mío no podía definirse como sorpresa. Era más bien estupor, desconcierto, un pasmo que, una vez abierta la puerta me impidió pensar, actuar o pronunciar palabra.

- ¿Mi vieja está acá? Me olvidé las llaves de casa. -dijo.

Apenas pude reaccionar y, deshaciéndome en disculpas, lo invité a entrar.

- No. Hoy es martes y Sara viene solo los lunes y jueves.

Empapado como estaba, arqueó una ceja y sonrió.

- No estoy muy al tanto del laburo de mi vieja ¿no?

Lo dijo renovando la sonrisa y yo sentí que algo me cosquilleaba en la panza.

- ¡Estás mo-ja-do! -le canturreé la canción de Calamaro para hacerme el simpático- Mejor te doy algo para cambiarte. Te podés enfermar.

- ¡Ni loco! Voy a dejar todo hecho un estropicio y después mi vieja va a tener que laburar el doble.

Tenía razón.

- Además, no te preocupes. Ya me voy.

- ¿Quién te corre? Con esta lluvia no es recomendable salir de paseo.

Nueva sonrisa y nuevo cosquilleo.

- No me corre nadie, pero si no la encuentro no voy a poder entrar en casa.

- Razón de más para que te quedes hasta que amaine la tormenta. Justo estoy por almorzar. Después pedimos un remís y te vas tranqui.

Volvió a sonreir. Pero esta vez con cierta amargura.

- ¿Remís? Esos lujos ya no son para nosotros.

Quedé un instante en silencio.

- Bueno... si no te importa, yo puedo hacerme cargo... después que me ayudes a terminar la pizza que tengo en el horno...

Es curioso cómo todo puede cambiar de un momento a otro. Años pajeándome y deseando estar a solas con ese chico y, justo cuando la realidad me daba luz verde, dejé de pensar con la entrepierna y solo deseaba que Charly se sintiera a gusto, aunque después se fuera sin tocarme.

Él se quedó en la sala mientras yo iba por una toalla y ropa seca. Cuando volví, se secó el pelo y, sin el más mínimo pudor, se desnudó en mi presencia y terminó de secarse antes de volverse a vestir con la muda que le había llevado. Un nuevo estupor se apoderó de mí. Realmente disfruté verlo desnudo pero ese azoramiento era mucho más que calentura. Reprimi con éxito las inexplicables ganas de llorar. Aquella escena bien hubiera podido pertenecer a una de mis incontables fantasías pero me sentí incapaz de hacer algún movimiento para saciar mi instinto. Solo lo observé y fingí atender a lo que me decía. Recuerdo cada gesto, el movimiento de sus labios, la tensión de sus músculos, la belleza de sus nalgas y (esta vez sí) la flacidez de su pene, abigarrado por el frío.


Acomodamos la ropa empapada frente a la estufa y después fuimos a la cocina, donde la pizza todavía estaba tibia. No se decepcionen, pero fue un almuerzo mágico y solo conversamos. Charlamos como nunca lo habíamos hecho. Descubrimos que (a pesar de lo que ambos pudiéramos suponer) teníamos muchas cosas en común y nos acordamos de anécdotas que, sin saberlo, habíamos compartido en nuestra infancia.

Fue alrededor de las cuatro cuando él buscó retornar a la realidad. O mejor dicho, cambiar de magia, aunque en un principio no lo pareciera.

- ¿Es cierto lo que dicen en la escuela?

Al instante comprendí lo que intentaba decir pero me hice el desentendido.

- ¿Qué dicen?

- Que sos puto.

Si cualquier otro me hubiera puesto en esa situación, me habría puesto en guardia para resistir el ataque. Sin embargo, él me inspiraba cierta confianza y respondí honestamente.

- Soy gay.

Él permaneció callado unos instantes. Pensé que no sabía qué decir pero en realidad estaba tomándose su tiempo para expresarse correctamente y evitar que sus dichos pudieran sonar desagradables.

- Lo supuse por la manera en que siempre mirás a los chicos... En vos no hay disimulos. Por eso me caés bien.

Yo me negué internamente a responder. Estaba bastante confundido y quise ver hacia dónde apuntaba antes de abrir la boca. Lo que vino a continuación fue algo de no creer

- ¿Yo te gusto? -me preguntó.

¡Buummmm! La bomba no pudo ser más directa. ¿Él era justamente el que me formulaba esa pregunta? Yo (que simpre me jacto de mi temeraria franqueza) senti la necesidad irrefrenable de mentir. Sin embargo, transcurridos unos segundos eternos, no pude.

- Desde siempre...

Apenas lo dije me sentí vulnerable. Era la primera vez que hacía una declaración de ese tenor y también la primera vez que mis sentimientos estaban tan alborotados. Algo en mi interior me impelía a encontrar la manera de retomar el control de la conversación. No soy de los que se sienten cómodos en el rol de marioneta. Me costó pero lo logré.

- ¿Y vos? -le retruqué.

- ¿Yo qué?

- ¿Sos gay?

Volvió a sonreir. Esta vez con un brillo pícaro en la mirada.

- Decididamente no. Aunque tampoco soy un macho fundamentalista.


Charly siempre fue un tipo con una inteligencia superior a la media y yo supe que él sabía que acababa de abrirme una puerta a su intimidad. También sabía que no soy de los que dejan pasar las buenas oportunidades.

- ¿Y yo? ¿Te gusto?

- Tenés buen culo.

No supe cómo interpretar la ausencia del "no" y decidí llegar al fondo de la cuestión de una vez por todas.

- ¿Cogerías conmigo?

Me miró a los ojos de un modo peculiar. Su expresión era como de travesura, sin la más mínima pizca de perversión. Era evidente que había algo que nos unía más que nada: la naturalidad con que afrontábamos las cosas de la vida. Aunque en esta oportunidad su respuesta no me pareció la más acertada.

- La pizza y la ropa seca bien lo valen...

Si les dijera que me ofendió el comentario estaría faltando a la verdad, pero sentí el impulso de actuar como si así hubiera sido. Me levanté de un salto, recogí los platos y los llevé hasta la pileta para lavarlos.

- Sos un boludo. -le dije.

- Tenés razón. Sonó feo pero lo que quería decir era...

- No aclare que oscurece...

- ¡No! ¡En serio! No quise ofenderte.

Se levantó de la silla y se quedó de pie junto a mí sin emitir sonido. Pensé en seguir su ejemplo y, sin embargo, no pude.

- Si te ayudé no fue para cobrarte con una encamada.

Entonces volvió la magia. Tomó mi barbilla suavemente y giró mi cabeza hacia él. Su mirada seguía tan cristalina como siempre.

- Ya lo sé. -me dijo- Por eso me quedé.

Todas mis barreras amenazaron con derrumbarse ante el tonito tierno y manipulador de su voz. Pero reaccioné.

- ¿Y a qué vino entonces eso del trueque?

Charly bajó la mirada y se tomó un instante para responder. En tanto, el tiempo se detuvo sin que el agua y el detergente tomaran nota de ello.

- Po ahí necesitaba justificar el hecho de que realmente quiero acostarme con vos.

¡REQUETECATAPLUM! Eso ya no era una bomba. ¡Era la hecatombe universal! Sus palabras estallaron en mi mente y otra vez perdí el habla. Entonces, aprovechó mi confusión y remató la situación.

- Vos mismo me confesaste que te gusto y yo estoy seguro de que me va a gustar "estar" con vos.

No sé si fue él o si fui yo el que cerró la llave del agua. Solo sé que terminamos abrazados y besándonos suavemente en la boca. Tantos años soñando ese momento y al fin había llegado.

Fueron besos simples. Apenas roces labio a labio (había fronteras que él todavía no estaba dispuesto a franquear) húmedos y tibios como el mejor de los ensueños. Luego lo tomé de la mano y lo guié hasta mi habitación. Allí, junto a la cama, le fui quuitando la ropa lentamente y él se dejó desnudar sin ofrecer resistencia. Para mi felicidad, ambos estábamos excitados por igual. Los pantalones no lograban disimular tanto gusto.

Su piel se erizaba al paso de mis dedos. Era suave y sensitiva. Respondía al estímulo de mi lengua con presteza de hoguera. Sus tetillas oscuras se obsesionaron de inmediato con la caricia de mis dientes y la firmeza de sus hombros me sirvió de soporte cuando quedé colgado de sus clavículas en mi descenso hacia el pubis. Su vientre cuadriculado era aun mejor de lo que recordaba. Tener la posibilidad de besarlo y de lamerlo era mucho más excitante que la simple contemplación. Finalmente, su verga enhiesta me recibió con la húmeda confianza de quien se sabe origen y destino de un viaje de placer largamente esperado. No pude ser sutil. Era más gruesa de lo que había imaginado. Y más larga. La cabeza, puntiaguda. El tronco, surcado de gruesas venas palpitantes. Para su gusto y el mío, me la tragué sin pensar y mis labios llegaron casi hasta la base. Poco faltó para que la engullera toda. Mi garganta no pudo adaptarse de inmediato a su calibre y tuve una pequeña arcada. De todos modos, la necesidad de tragar más y más tuvo prevalencia. Charly sintió primero el calor de mis labios alrededor de su falo y luego el tibio roce de mis amígdalas contra su glande. No pudo ni quiso evitarlo y un primer grito de placer ahogó el fragor de la tormenta. Colgado de sus hombros, permanecí unos minutos con la boca incrustada en su poronga (¿o era al revés?). Hasta que el instinto hizo lo suyo y todos los músculos de mi garganta se acomodaron a la presencia del placentero intruso. Comencé a mamarsela sin delicadezas al compás de sus gritos y gruñidos. Mis manos se soltaron y recorrieron todo su cuerpo en tanto él se dejaba tocar sin pudores. Incluso entre las nalgas, hermosamente tensas por la posición y el deseo. Me aferré a ellas justamente cuando noté que la verga comenzaba con los característicos espasmos previos al orgasmo. La mamada había sido demasiado frenética y Charly no pudo contenerse. Hinchada a tope, la verga lanzó dentro de mi boca el primer chorro de leche. El segundo fue más caudaloso y el tercero más aun. Luego hubo un cuarto y un quinto, más pausados y serenos.


Me abordaron entonces sentimientos contradictorios. Con la boca llena de su esperma me sentí feliz de haber cumplido con una fantasía que siempre había considerado utópica. Sin embargo, todo había sido tan rápido que terminó cuando yo apenas empezaba a calentar los motores. Aquella leche tenía gusto a poco.

Pero Charly actuó a tiempo para socavar mi decepción.

- No te preocupes que esto todavía no termina.

Me dio la mano y me ayudó a ponerme de pie. Me dio otro piquito y me quitó la remera. Todavía la tenía dura cuando flexionó las rodillas para agacharse frente a mí.

Un frío demencial me recorrió de pies a cabeza. ¿Acaso Charly estaba pensando en chupármela? Esa era una situación que superaba con creces la más loca de mis fantasías. ¡Una mamada de Charly era mucho más de lo que yo hubiera podido imaginar! ¡Era como tocar el cielo con las manos! Pero no fue así. Se había agachado solo para bajarme los pantalones con mayor facilidad. Después me invitó a darme la vuelta: su interés se centraba exclusivamente en mi culo (tal como me había adelantado en la conversación previa), lo cual no dejaba de ser un halago. De todos modos, al bajar el pantalón, mi verga salió disparada hacia delante y el glande quedó a milimetros de su nariz. A esa distancia, estoy seguro de que no pudo dejar de percibir mi calor y mi olor. En todo caso, no dio muestras de ello. Se limitó a mirarlo con los ojos bizcos y después me sonrio de un modo chistoso.

Le di la espalda (o las nalgas, a decir verdad) con la intriga natural de no saber cómo seguiría todo aquello. No lo imaginaba chupándome el ojete como hubiera sido de esperar con cualquier acompañante declaradamente gay. ¡Aunque ninguna de las cosas que habíamos hecho hasta el momento había sido esperable! De pronto sentí un mordisco, un mordisquito suave, y sus manos amasándome las nalgas. Todo mi cuerpo se estremeció. Mis tetillas se comprimieron al punto del dolor. La pija recibió una nueva andanada de sangre y sentí un mareo que me hizo perder el equilibrio, gracias a lo cual caí sobre la cama con el culo en pompa.

Probablemente las calenturientas mentes que disfrutan de estas líneas habrán de sentirse decepcionadas cuando les cuente que la lengua de Charly jamás entró en contacto con mi esfinter. Es lógico. Pero hubo dedos. Dedos delgados que (a falta de grosor) me penetraron de a dos y de a tres. Fue una muy grata experiencia. Yo mismo le rogué que no se detuviera. Y así lo hizo hasta que (¡claro!) su propia excitación fue tal que la verga le reclamó un mayor protagonismo.

Y aquí llegamos al momento de mayor tensión.

Era un hecho que Charly no era un novato en las artes sexuales. Si leyeron con atención lo relatado hasta ahora podrán estar de acuerdo conmigo. Sin embargo, a la hora de la penetración hubo problemas.

Yo estaba ansioso por tenerlo dentro de mí y él también moría de ganas de abrirse camino entre mi carne. Yo estaba bien dilatado y lubricado (había contribuido con mi propia saliva). Él la tenía rígida como asta de toro. Aun así, quiso entrarme varias veces y no pudo. Los nervios seguramente. No lograba acomodarla en el lugar preciso y, como no se quedaba quieto, yo tampoco podía ayudarlo. Para compensar y disimular, me mordisqueaba la nuca mientras seguía intentando. ¡Hasta que al fin pudo! Entró dentro de mí con brutalidad que supe agradecer en su momento. Inició entonces un movimiento de avance y retroceso durante el cual nuestras carnes se unían y separaban al vaivén de sus arremetidas. Ambos jadeábamos y gemíamos. Yo le pedía más y él se esforzaba al límite de sus posibilidades. Cambiamos de posición una y otra vez y el punto culminante llegó cuando me recostó de espaldas y con sus manos separó mis piernas de manera que la penetración fuera tan profunda que ya no podría contener el orgasmo. Fue un estallido de semen sobre mi torso y un grito visceral lo que marcó el final de la función. Él tampoco pudo (o quiso) contenerse y acabó dentro de mí.



El esfuerzo había sido tan intenso que ambos nos quedamos dormidos al instante. Uno en los brazos del otro. La lluvia no paró durante horas y aun seguíamos allí, inconscientes, cuando mamá llegó del juzgado. Afortunadamente, nuestra relación (la que existía entre mi vieja y yo) no era tan cercana como para que ella sintiera la necesidad de ir a saludarme al llegar a casa. Solo se quejó porque los platos aun estaban sucios y la pileta de la cocina llena de agua sucia. Protestó hasta que se fue a dormir sin siquiera darse cuenta de que la ropa que estaba frente a la estufa no era mía. Ya era de noche cuando salí del cuarto, con el pelo revuelto y el culo dolorido. Ella miraba televisión en su habitación y pude juntar la ropa de Charly sin que lo advirtiera. Del mismo modo, Charly se escabulló hasta la puerta y regresó a su casa. Ya no llovía y no quiso que lo llevara en el remís. Esa noche seguí soñando con él pero de un modo diferente. Las pajas de allí en más tuvieron el sabor de su semen y el calor de su cuerpo como marco.

Durante un lapso de casi dos años, me visitó periódicamente y llegamos a conocernos en profundidad. Aun hoy lo recuerdo con mucho cariño. Así que, si estás leyendo casualmente este relato, amigo mío, quiero que sepas que te quiero mucho.


15 comentarios:

Anónimo dijo...

que lindo relato zeky's!!!
y que bueno que hayas vuelto! ya te extrañaba!!!

Luc dijo...

Que buen post. Una linda amistad con derecho a roce de la adolescencia, vale mucho. Sobre todo si hay códigos, confianza y respeto.
Nada que ver con el Franco de la historia anterior. Estuviste de 10.
Y bue, como siempre termino al palo... Deberías promocionarte como viagra jaja
Abrazo.

Anónimo dijo...

Soy un súper fiel lector tuyo, te he estado leyendo ya desde hace tiempo pero nunca dejo comentarios (me imagino que piensas que por lo que pasa después de leerte…., y te digo a veces); Tengo guardados como 27 relatos tuyos de los mas excitantes, y de fotos ni que decir. Además estoy en los ning de puto argentino (argentinosgays.ning.com, chupapijasargentinosgays.ning.com y gaychupapijasargentinos.ning.com).
Quiero felicitarte por el blog esta buenísimo, y espero que nos escribas, a diario o por lo menos más seguido, con relatos tan ricos como este. Un gran beso, chao!!!!

Anónimo dijo...

Me morí de amor con el relato. Yo vivi una historia parecida. La verdad que me llego este relato. Un beso grande

gonzalo

P.D: sos platense?

Anónimo dijo...

puse mal la dire

Lucho´s dijo...

Usted me abandono snif!








Ah, muy lindo el relato...como siempre...

Beso enorme.

Javier dijo...

Ves nos cuentas estas coas y luego te cuelgan el cartelito a la entrada, por si estamos seguros de querer entrar, jejejejeje

Unknown dijo...

No se como carajos haces... pero nos calentas a todos parece, no es solo a mi. Lindas anecdotas tenes de tu vida. A mi claramente no me pasaron cosas asi.

Salu2

Chup-Chup dijo...

ojala mi companiero de cole que siempre me calento me hubiera venido a visitar una tarde de lluvia...besos :)

Anónimo dijo...

Gracias por volver.
Gracias por tener tanto talento para relatar vivencias conocidas.
Gracias por permitir recordar sin culpas.
Gracias.

Jorge dijo...

Que bello relato!!!
Se te extrañaba. Y no soy tan malo por googlear al cúneo no se cuanto...
;)

Jorge

Antoni Esteve dijo...

Hola, es la primera vez que me animo a comentar en tu blog y he de decir que escribes muy bien!
gracias por tu visita!

semental dijo...

q podria decir q no halla dicho antes.

un abrazo.

Anónimo dijo...

bastante bueno el relato, yo mas que por el calenton (que un poquito), me deje llevar por la ilusión que conlleva que esa fantasía con el muchacho que tanto deseas y con el que tantas veces te has pajeado se cumpla de verdad.., tiene que ser la caña

me encantó el relato
un saludo

Z e t a . dijo...

_

es muy tierno este relatoo!!
son todos exitantes y/o instructivos. pero creo que éste es el mejor que leí hasta ahora.
(voy de principio a fin)
no se por que. pero me pegó duro.
es hermoso. dan ganas de saber q paso después.

un abrazo enorme.

y gracias por compartir esto.

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