viernes, 25 de julio de 2008

Domingo Negro

Hay días en los que uno no debería salir de su casa. Es más: ni siquiera debería salirse de la cama. Son esos días nefastos en los cuales todo sale mal y se llega a lamentar haber nacido.

Tuve uno de esos días hace un par de meses. Era domingo y la mala racha comenzó bien temprano, antes de que pudiera meterme a la cama para iniciar el merecido descanso. Había pasado todo el sábado en la residencia de un cliente millonario cuyo pasatiempo predilecto es el de organizar fastuosas orgías donde la mitad de los asistentes somos jóvenes que recibimos un buen incentivo por mostrarnos extremadamente amigables con los más viejitos. Llegué a casa a las nueve de la mañana tan cansado que, al entrar en el estacionamiento del edificio, rayé el costado del auto contra una columna e hice trizas el espejito retrovisor. Con toda la furia del mundo bullendo en mis arterias tomé el ascensor y tanta fue mi mala suerte que se quedó parado en el primer piso y no quiso seguir subiendo. Por fortuna pude abrir la puerta y subir por la escalera los cinco pisos que me retaban.


En casa todo estaba en orden. Sony me había dejado una nota pegada con un imán en la puerta de la heladera. Me avisaba que pasaría todo el domingo con un "amigo" que había conocido unos días atrás mientras los dos yiraban por la calle Florida. Además, me dejaba noticias de mi señora madre: "Llamó tu mamá muy preocupada y dijo que la llamaras urgente". ¡Lo que me faltaba! Una requisitoria materna. Pensé que de haber sido realmente importante me hubiera llamado al celular pero ella sabía mejor que nadie que yo terminaría por llamarla. Comentaba este asunto días atrás con Daniel en una de las rarísimas ocasiones en las que me conecto al MSN: ¡Necesito divorciarme de mi madre! Hacía más de veinte días que no sabía de ella ni ella de mí (una situación casi ideal). Supuse que el veneno acumulado durante ese tiempo ya estaría transformándose en metástasis y decidí postergar el contacto para otra oportunidad en la que estuviera más entero. Sin embargo, cuando se trata de mi vieja, las cosas nunca salen tal cual uno las deseó. Ella siempre se encarga de ponerle su impronta incluso a las cuestiones más insignificantes. Habiéndome desnudado, me acababa de echar sobre la cama cuando sonó el teléfono. Era ella. Por instinto pensé en no atenderla. Pero estaba seguro de que no dejaría de insistir hasta que yo no levantara el tubo. Otra opción era desconectar el aparato. Pero me llamaría al móvil y, si apagaba también el móvil, corría el severo riesgo de que la cosa se pusiera mucho más seria. Ella era muy capaz de aparecerse en mi casa y las probabilidades de que todo terminase en un matricidio eran alarmantes (recordarán lo sucedido en su última visita). En consecuencia, acorralado por su inefable estrategia de asedio, tomé el aparato y me enfrnté a lo que viniera.

En sí, fue la misma letanía de siempre: que nunca voy a visitarla, que los perros son más agradecidos, que el día en que ella se muera los vecinos se van a dar cuenta por el olor de su cadáver y cosas por el estilo. La conozco como a la palma de mi mano y sabía que lo mejor era dejarla hablar. Escuché estoicamente todos sus lamentos y (cuando tuve la oportunidad de meter un bocadillo) fui al grano:

- ¿Cuánto necesitás, mamá?

Siguieron las expresiones escandalosas de tigor: que cómo me atrevía a decirle yo eso, que ella no era de las que llamaban solo por interés, que yo era el peor hijo que alguien pudiera imaginar y bla bla bla.

- ¿Cuánto, mamá?

- El techo de la cocina necesita un arreglo...

- ¿Cuánto?

- Por lo menos quinientos...

Fin de la conversación. Me comprometí a llevarle el dinero por la tarde, colgué el tubo y no recuerdo en qué momento me quedé dormido.

Me desperté a las cuatro de la tarde. Sony no había regresado y estaba todo en silencio. Tenía la pija parada y resistí el impulso de pajearme. Si bien el sexo nunca es demasiado, el dia anterior había tenido más que suficiente. Me levanté a duras penas. Deambulé como perdido por la casa vacía. Comí unas galletitas que encontré en la mesa de la cocina. Hojée una revista... La tarde estaba soleada pero no me inspiraba salir de paseo. Solo me asomé al balcón y el bullicio de la avenida me dealentó. No obstante hubo algo que llamó mi atención: un auto blanco estacionado frente a mi edificio. Me resultaba conocido... Hice memoria y finalmente lo recordé. Era parecido al AUDI de Atilio, un cliente muy particular. "Qué curioso" me dije antes de regresar a la sala.

Puse música suave: fado portugués interpretado por Dulce Pontes, una cantante que descubrí a través del blog de un conocido. Luego llené la bañera y eché las sales de baño. La música era como una caricia triste, pero cálida. Lentamente me sumergí en la espuma y mi piel desnuda se erizó en contacto con el agua caliente. Porque el agua me gusta al límite de la quemadura. Me da una sensación de éxtasis. Un dolor suave que me sensibiliza, que me hiere de placer, que concentra todo mi ser en la superficie y me genera una extraña sensación de libertad. Es un especie de purificación que me aliviana el espíritu.

Lamentablemente (como todo lo bueno de la vida) es una experiencia pasajera en tanto el agua no pueda evadir las leyes de la física y mantener el calor ad aeternum. No obstante, la sensación era tan placentera que la verga se me puso dura otra vez y, ante tanta insistencia, se me dio por complacerla sin más ni más. El roce de mis dedos alrededor del glande cobraba un especial significado bajo el agua tibia. Cerré los ojos y entre nubes de vapor imaginé a muchos de los hombres hermosos que han pasado por mi cuerpo. Recordé sus caricias, sus besos, sus palabras, la fuerza de sus vergas entrando dentro de mí, la quemazón de sus esfínteres estrangulando mi falo... De pronto todo mi cuerpo se estremecía con esa epifanía de roces y de goces. Los pezones duros, punzantes. Los músculos tensos y hábidos. La garganta abierta ante un pene imaginario que aguardaba por entrar... Hasta que el semen fluyó con desesperación a lo largod de pija y se expandió por el agua como una nube lechosa en inútil búsqueda de un hueco que invadir.


Momentáneamente satisfecho, salí de la bañera, me sequé sin apuro y, así desnudo como estaba, me recosté en el sillón de la sala para seguir disfrutando de la música.

Y como el agua caliente, tal placer no duró mucho. A la media hora, el teléfono volvió a sonar. Pero esta vez no era mi vieja. Era Atilio.

- Hola, bebé. ¿Estás libre esta noche? Quiero verte.

- Hoy es imposible. -mentí.

- ¡No me evites! ¡Necesito verte! ¡Te pago el doble!

Mientras rechazaba la oferta, me encaminaba hacia el balcón.

- Vos sabés que no es mi modo de trabajo. Yo no hago ni pido favores.

- Cierto... Perdoname... Pero me muero si hoy no estoy con vos.

- No te vas a morir.

El auto blanco aun estaba estacionado frente al edificio.

- ¡Es que preciso verte!

- Ya te dije que estoy ocupado.

- ¡No me hagas esto, bebé! Ya sé que puedo ser molesto pero estoy muy angustiado y...

- Te paso el número de algún colega.

- ¡No! ¡No es lo mismo cualquiera! ¡Vos sos la persona indicada!

Volví a negarme una y otra vez. Cuanto más insistía, más me negaba. Finalmente, con la excusa de que ya era hora de empezar a prepararme para salir, lo saludé cordialmente y (sin darle opción a réplica) corté la comunicación. Ya había anochecido y el Audi seguía allí. Dejé pasar un buen tiempo y nada. No se movía. Entonces tuve la rara certidumbre de que era él.

Lo conocí hace apenas seis meses y, de hecho, es el último cliente que incluí en mi lista. Afortunadamente, trabajo no me falta y puedo vivir muy bien con los que ya tengo. ¿Para qué más? Lo acepté porque llegó hasta mí a través de otro cliente importante, tipo muy correcto y adinerado al que no quise desairar. En este metier hay que cuidar esos detalles. Tanto que, muchas veces, de esas pequeñas atenciones depende que el cliente vuelva a requerir un servicio o no. Este no es un trabajo esclavo pero el éxito está ligado en gran medida a la complacencia que uno pueda demostrar.

La primera vez nos encontramos en un selecto restorán del barrio de Palermo. Él había reservado una mesa discreta y ya estaba esperando cuando llegué. Es un hombre muy atractivo, tiene cuarenta y siete años y cuando lo vi respiré aliviado. Uno nunca sabe xon quién se va a encontrar en este tipo de citas. Si bien hay de todo, en general los hombres que solicitan mis servicios no suelen tener demasiados atractivos (físicos al menos) y yo siempre voy preparado para lo peor, juas. Pero este no era el caso. Atilio es bastante más alto que yo, fuerte, de rasgos delicados y tiene una voz grave y muy seductora. Es además una persona muy instruida y eso redunda en una muy buena conversación. Con gracia y simpatía (y sin recalar en el drama o la nostalgia, como suele suceder bastante más a menudo de lo que uno quisiera) me relató los hechos más significativos de su vida: aventuras de universitario, su matrimonio fallido, sus tres hijos, su ascenso en la empresa, las responsabilidades, su relación con el sexo, sus placeres y sus miedos. Tan agradable fue el encuentro que, al revés de lo que sucede habitualmente, al finalizar la cena era yo el más interesado en que nos fuéramos a la cama. Aunque (como soy un profesional) dejé que fuera él quien tomara la iniciativa. Y también lo hizo con elegancia y sutileza.

- Esto está demasiado concurrido... Te invito a continuar la charla en otro sitio.

Y ese "otro sitio" era su piso de Retiro, sobre la Avenida Libertador, una de las zonas más conchetas de Buenos Aires. Entonces fue la primera vez que vi el Audi blanco.

El hecho de que me llevara a su hogar me resultó llamativo. en este tipo de relaciones siempre es prudente no mezclar los tantos: la vida privada debe ser preservada (yo, por ejemplo, jamás revelo a mis clientes mi domicilio). Por mucho que su amigo pudiera haberle hablado de mí, él en realidad no me conocía y es un hecho que los casos delictivos relacionados con el comercio sexual están a la orden del día en esta ciudad tan convulsionada. Sin ir más lejos, él mismo me refirió la historia de un antiguo gerente de su empresa que fue asesinado años atrás por un taxiboy al que había contactado telefónicamente.

- Incluso el asesinato se produjo en este mismo edificio. -comentó- Era un buen hombre pero no supo elegir a la persona indicada.

El piso era de ensueño. Una muestra cabal del buen gusto de su propietario: lujoso pero sin caer en chabacanerías, de esas cuya única justificación es el alto precio que se pagó por ellas.

Fue particularmente gentil y, en el plano sexual, sencillamente perfecto.

Apenas entramos, Atilio sirvió un par de tragos "para distendernos", según sus propias palabras. Yo no suelo tomar alcohol y mucho menos ponerme nervioso en esas situaciones, pero la experiencia era tan ideal que no quise pecar de descortés y le acepté una copa de coñac. La charla continuó animadamente hasta el momento en que me tomó la mano y me atrajo hacia él. Me abrazó con sincera ternura. Me miró a los ojos, acarició mis labios y me besó. Hubo mucho sentimiento en aquel beso tan sencillo. Luego vino otro y otro más, pasión y calidez, edificando un escenario en el medio del cual quedó desdibujada la verdadera razón de mi presencia en aquel sitio. Demasiado tarde descubriría en ese paraíso la artera jaula de oro que me estaba preparando.

Ya en el dormitorio me desnudó en silencio y recorrió todo mi cuerpo con sus labios. En tanto, él mismo iba quitándose las ropas y develando un cuerpo firme y contundente poco acorde con sus años. Sus gestos seguros y elocuentes me invitaban a recibir con total pasividad el placer de sus deseos. Su lengua se deslizaba parsimoniosa sobre mi cuello y un impulso eléctrico me recorría de pies a cabeza. Haciendo gala de su maestría invirtió los roles entre nosotros y asumió el papel del profesional experimentado. Luego de sus labios, fue su verga turgente la encargada de cubrirme de caricias. Yo no podría haberlo hecho con mayor plasticidad. Y cundo estuvo enl a posición correcta, abrí la boca para engullirla al ritmo que él imponía. Por acto reflejo, también abrí mis piernas para permitir el descarado avance de su lengua y de sus dedos. Me hizo ver las estrellas con solo unas lamidas (talento que muy pocos hombres alcanzan a desarrollar) y cuando le llegó el turno a su pija, el camino estaba despejado de tensiones.


Me cogió como pocos lo han hecho (lo cual no es poco mérito), combinando suavidad y violencia en su punto justo. Tanta pericia me dio confianza y me dejé llevar. Sin dudas ese fue mi primer error. En cada embate de su verga se generaba en mi interior una sensación muy parecida a la felicidad. Él poseía la suficiente sensibilidad como para percibir mi estado y supo aprovechar esa ventaja. Cuando ya no pude controlar la ebullición de mi semen también mis ojos estallaron de plenitud. Fue algo inusual e impensado. Las lágrimas humedecieron la almohada y la sonrisa más luminosa nos marcó a fuego. Sin embargo, a pesar de la extraña emoción, en ese instante fui consciente del peligro por primera vez y mi segundo error fue el de no prestarle mayor atención a mis presentimientos. Atilio se retiró de mi interior, se quitó el preservativo mientras se recostaba a mi lado y bastaron tres o cuatro sacudidas para que su pija estallara en la eyaculación más descomunal que yo hubiera visto jamás. La leche blanca y espesa se alzó unos 60 centímetros por sobre su cuerpo y cayo como baldazo formando tres soles blanquecinos sobre su pecho.

Ambos estábamos extenuados pero, a pesar de lo gozado, la cogida había tenido gusto a poco y una hora más tarde repetíamos la escena con la misma intensidad.

Eran las tres de la madrugada cuando Atilio se quedó dormido. "Error" pensé. Nadie debería rendirse al sueño en su propia casa compartiendo el lecho con un extraño, por más que ese extraño fuera un muchacho carilindo sin aspecto de malicia. Por mi parte, me quedé tendido a su lado luchando contra el cansancio. Cualquier persona sabe que tampoco es prudente dormirse en la cama de un extraño, por más que ese extraño le brindara la confianza de descansar sin reparos.

Desde aquella noche nuestros encuentros se produjeron cada vez con más frecuencia. Durante el primer mes solía llamarme una vez por semana. El sexo era igual de intenso y debo confesar que en alguna ocasión fui yo el que deseaba verlo. Sin embargo, poco a poco, empecé a notar algo en su actitud que despertó mi desconfianza y mi recelo. Algo que no podía precisar entonces. Disfrutaba de su cuerpo y de sus atenciones y, cuando regresaba a casa, me invadía un malestar de duda incomprensible. Era la primera vez que me sucedía algo semejante y no supe manejarlo adecuadamente. Sobre todo a medida que los llamados comenzaron a repetirse con mayor frecuencia. En la semana previa a mi último viaje a Madrid, los contactos fueron diarios.

Todo comenzó a aclararse a mi regreso.

Nunca llevo el celular cuando viajo y fue así como durante mi ausencia recibí treinta y seis llamadas perdidas de Atilio. Todas en el término de una semana. No le di mayor importancia al hecho. Me limité a esperar que volviera a comunicarse. Y no tuve que esperar demasiado. Apenas cinco horas después de que yo aterrizara en Ezeiza la voz de Atilio se hizo presente en mi móvil.

- Pensé que no querías atenderme...

- ¿Y por qué debería hacerlo?

- No sé. Vos sabrás. Te llamé mil veces y nunca te dignaste a responder...

El reproche era por completo improcedente y empecé a ponerme de mal humor. Sin embargo, como en esta profesión más que en ninguna otra el cliente siempre tiene la razón, me tragué la rabia y le di las explicaciones del caso con mi mejor vocecita de quinceañero sorprendido. Finalmente quedamos en encontrarnos esa misma noche en el mismo restorán de la primera vez.

¿Vale la pena detenerme en los detalles? No lo creo. Baste decir que la cena estuvo estupenda y la pasamos muy pero muy bien... Hasta el momento en que la conversación empezó a tomar un cariz más... personal. Atilio dio algunas vueltas para poner sus ideas en palabras. Es evidente que sospechaba mi reacción:

- Desde hace tiempo estoy pensando -dijo- en modificar algunos aspectos de mi vida que me desagradan. No es una tarea sencilla y mucho menos tomar una decisión sabiendo que se tiene un 50% a favor y otro en contra. Pero como soy un hombre de negocios, sé que el que no arriesga no gana. Por eso ya lo he decidido: te venís a vivir conmigo y abandonás este trabajo que no está a tu altura.

La frase fue tan sorpresiva que no atiné a reaccionar de inmediato.

- ¡Te quedaste mudo! -se admiró.

Y era cierto: creo que por unos instantes entré en una especie de estado catatónico. ¡Es que no podía creer en lo que acababa de escuchar! Inútil fue tratar de hacerle entender que se estaba equivocando, que yo estoy muy bien como estoy, que no tengo intenciones de cambiar mi estilo de vida y que, si algún día decidiera hacerlo, lo haría en base a mis propios criterios.

- Es que un chico tan inteligente y delicado como vos no es para esto. -insistió.

Entonces, de nuevo me puse a exponerle mi punto de vista, que difería diametralmente del suyo. Estuvimos discutiendo por más de una hora sin que el tipo entrara en razones. ¡Tercer error grave! ¿Por qué tenía yo que discutir con él si debía o no debía tomar mis propias decisiones? Yo soy un hombre libre y defiendo esa libertad a capa y espada.

Más allá de todo, esta es una situación típica por la cual todo aquel que ponga precio a sus favores eróticos ha de pasar tarde o temprano. Gajes del oficio, que le dicen. En algún momento, todos nosotros terminamos topándonos con algúncliente que pretende "redimirnos", preservar la pureza que aun subyace en el fondo de nuestros corazones y salvaguardar lo bueno que escondemos bajo la fría coraza del sexo cotizado. O sea: pura mierda de buenas intenciones.

Aquella fue la única vez en que dejé plantado a un cliente. No quise seguir perdiendo el tiempo y me fui del restorán, dejando a Atilio inexplicablemente desconcertado. Desde entonces suelo no atenderlo y no contesto nunca los innumerables mensajes que me deja en el buzón de voz. Pero todo es inútil: él nunca se da por vencido.

Aquella tarde del domingo negro, observé su auto estacionado frente a mi edificio durante más de dos horas sin percibir ninguna señal de su presencia, más que la del auto mismo. En un momento dado se me ocurrió apagar las luces y grande fue mi sorpresa al comprobar que, minutos después, el Audi se ponía en marcha y se alejaba por Avenida La Plata hacia el sur. Si alguien me tilda de paranoico es porque no ha leído atentamente o porque vive fuera de la realidad. Las pruebas eran irrefutables: Atilio había descubierto mi domicilio particular. ¿Cómo? No tengo la menor idea.

Me quedé francametne intranquilo (nunca tuve una sensación tan fea) pero al cabo de una hora, viendo que ya no había señales del Audi blanco, logré calmarme y decidí salir a cenar. Necesitaba tomar aire.

Estaba más tranquilo, sí, pero de todas maneras al salir del estacionamiento con el auto miré hacia ambos lados para asegurarme que el auto de Atilio no estaba al acecho. No sé cuál hubiera sido mi reacción si lo hubiera visto.


El restorán donde suelo cenar bastante a menudo está a cuatro cuadras de casa y de milagro pude hallar una mesa libre. Conozco muy bien el lugar y sé que comer allí es una garantía de sabor y buen servicio. Pedí lomo al champiñón con guarnición de papas a la crema y un buen beaujolais que me levantara el espíritu. En una mesa cercana cenaba (también en soledad) un caballero de cierta distinción y, a pesar de los nervios sufridos durante la tarde, mi alma de cazador se mostró irreductible. Bastó mirarlo fijamente durante algunos minutos para llamar su atención. Comprobé entonces que mi olfato no se había equivocado. Al saberse observado, el hombre también posó sus ojos en mí e iniciamos un divertido duelo de miradas en el que no valía distraerse. Pocos minutos después, los rostros de ambos lucían sendas sonrisas y la expresión típica del que está decidido a llegar hasta el final. Y estoy seguro de que yo hubiera ganado de no haber sido por otro inoportuno llamado telefónico.

Confieso que el sonido del celular me perturbó una vez más y mi gesto debió ser evidente, puesto que mi caballero contrincante también frunció el seño como muestra de preocupación. Pero mi corazón retomó el ritmo normal caundo el nombre de mamá apareció en el visor. ¡Me había olvidado por completo de ella y no le había llevado el dinero! ¡Y la muy turra llamaba para reclamarlo! Me tuve que tragar un "no sabés lo que significa la palabra responsabilidad", un "si yo no fuera quien soy hace rato que te habría desconocido como hijo" e incluso un "ni siquiera tu padre era tan desconsiderado". ¡Habrase visto las cosas que uno tiene que aguantar! Estuve a punto de enojarme pero, justo antes de que la ira me ganara, el caballero de la mesa cercana me guiño un ojo, levantó su propia copa de vino y brindó a mi salud. A juzgar por todos los insultos, reproches y pases de factura que se me cruzaron por la mente, él nunca se enteró de que con un simple gesto salvó a una mujer de mediana edad de morir envenenada por la ponzoña de su propio hijo. Es obvio que, cuando tomé mi plato, mi copa y me trasladé a su mesa, no le dije una sola palabra del asunto. Cualquier referencia a los pleitos familiares no es aconsejable en determinadas circunstancias.

Tal como había imaginado, se trataba de un caballero con todas las letras. Un hombre de mundo que desde el vamos comprendió que una noche de grata compañía tiene su precio. La idea de pasar la noche con ese señor tan bien puesto me hicieron olvidar a Atilio y a mi madre. Pero Atilio estaba decidido a convertirse en un azote para la tranquilidad de mis negocios.


Cuando salíamos del restorán vi el Audi estacionado en la vereda de enfrente y, antes de que pudiera llegar hasta el auto de mi nuevo cliente, el sicópata cruzó la calle a largos trancos y me increpó.

- ¿Por qué no respondés a mis llamados?

Ya junto a mí me tomó del brazo y empezó a gritarme como si yo fuese de su propiedad. Que yo no podía desperdiciar mi vida de esa manera. Que él me iba a ayudar a salir de ese mundo sórdido en el que estoy inmerso. Que contara con él. Que solo él sería capaz de comprenderme... Y demás estupideces del mismo tenor.

El caballero gentil, lejos de espantarse, me miró sonriente y volvió a guiñarme un ojo. Era su mejor manera de decir "Estoy con vos. Hacé lo que tengas que hacer". ¡Y lo hice! Tomé el brazo de Atilio con una fuerza inusitada y me tomé el tiempo necesario para elegir cuidadosamente las palabras. Entonces, mientras retorcía su brazo derecho contra su espalda, con tono firme y desafiante, le expliqué por última vez que no hay nada sórdido en mi mundo, que soy feliz tal cual soy, que no soy la persona indicada para él y, sobre todo, que no quería volver a saber de él por el resto de mi vida. Lo dejé de rodillas en la vereda, en una pose patética, entré al auto y me fui con el caballero elegante, quien se apresuró a tranquilizarme:

- Jamás emprendería una cruzada mística para liberarte de los fuegos eternos de la prostitución, ja ja ja ja.

El resto de la noche fue fantástica y el caballero ha cumplido hasta ahora con su promesa. Me llama de tanto en tanto, la pasamos bien, intercalamos buena charla entre polvo y polvo y hasta la próxima. Todo como debe ser.

Lamentablemente no puedo decir lo mismo de Atilio. A la mañana siguiente, cuando regresé a buscar el auto que había dejado estacionado en la cuadra del retorán, encontré una nota de él enrollada en una de las escobillas del limpiaparabrisas. Me suplicaba perdón y se deshacía en palabras cariñosas. Desde entonces sigue llamándome a diario sin que yo le responda. Se ha convertido en una versión patética del personaje de Glen Close en "Atracción Fatal". Es una ventaja que yo no tenga mascotas.

Tanto es así que, mientras tipeo este relato, mi celular vuelve a sonar. A que no adivinan quién es...




17 comentarios:

Anónimo dijo...

Ten cuidado, esas personas pueden volverse mas peligrosas de lo que crees, cuanto mas se ama, mas se odia luego, yo de ti tomaria precauciones por si acaso, que la obsesion es muy peligrosa.
De kaos75

Lucho´s dijo...

Hola Zeky´s cuanto hace que no pasaba por aca!!!
Sos el Dan Gallagher gay mi querido amigo jeje.
No posta, debe ser un bajon tener que bancarse a un tipo asi.

Lindo relato...como ya es costumbre.

Beso enorme

Jorge dijo...

Hola Zeky,

La verdad que al tal Atilio es mejor perderlo que enontrarlo. Ese tipo me parece directamente loco.
Un abrazo,

Jorge

Desde el rincón dijo...

Pues de esos no es tan fácil librarse, se han metido en su papel de libertadores y primero tienen que entenderlo por si mismos, antes que otros logren hacerlos entender.

Te deseo suerte Chico, y mantén tu técnica de no contestar, eventualmente se cansará.

Un beso desde el rincón o en el rincón.

Unknown dijo...

Muy bien hecho. Esperemos que la situacion con el orate este no se torne como la pelicula y al final tengas que poner fin a su vida.

HOMBRESPARAHOMBRES dijo...

Este Atilio es peor que Glen Close en Atracción..., no hay que dejarse "salvar" por amantes "salvadores" tan desquiciados capaces de perder toda dignidad por conseguir lo que creen suyo, sin importarles que la otra persona no quiere que sea así. Como tú dices, son gajes del oficio...

Arquitecturibe dijo...

Me hacia falta venir....
Ya ni me recordaras, pero solia venir con mucha frecuencia... pero por cosas, que no son olvido, no habia podido regresar a "darte una sobadita con gusto"
Genial como siempre... aunque ahora en mi vida sinceramente busco un Atilio que me saque del caos que actualmente vivo.
Saludos desde mi lejana galaxia

semental dijo...

hola zekis!! tiempo sin comentar. la verdad es q me parece fastidioso escribir siempre lo mismo.
me dejaste perturbado,yo no sabria q hacer en tu lugar. ten cuidado!!

un abrazo.

semental dijo...

hola zekis!! tiempo sin comentar. la verdad es q me parece fastidioso escribir siempre lo mismo.
me dejaste perturbado,yo no sabria q hacer en tu lugar. ten cuidado!!

un abrazo.

Unknown dijo...

Cambio de registro, interesante, das más rienda al relato, anteponiendo la cotidianidad de las vivencias personales por encima de las sexuales, con lo cual el relato gana en intensidad, así como en una mejor visión del entorno.

Anónimo dijo...

Hace rato que no pasaba por tu BLoG, y de nuevo estoy aqui, aunque es la primera vez que escribo.

Abrazo y besos

Anónimo dijo...

zeky's
hace mucho que no posteas
andas bien?
actualizaaaaaaaaa

besote!

Unknown dijo...

no te conocia, saludossss de un chico virgen q seguro aprendera leyendote

Hector Felipe Villamizar dijo...

Este post me gusto y lo que más recuerdo es algo, tu mama y yo se parecen mucho jejeje, suerte.

P.D. ¿es ideas mías o no escribes desde el 25 de Julio?

Bruno Bimbi dijo...

veo que tu blog es más interesante que el mío jeje, gracias por tu comentario! abrazo

PibE rugBiER26 dijo...

HOLA AL DUEÑO DEL BLOG Y A TODOS LOS PIBES Q LO LEEN...HACE UN PAR DE DIAS LO LEO Y BEUH ME ANIME A ESCRIBIR...TOY ARMANDO ELMIO..SIMPLE Y SENCILLO...NARRATIVA DE UN PIBE PIOLA Y BI... EN NI-A-PALAZOS.BLOGSPOT.COM AGRADECERIA Q LO LEAN ASI RECE
ABRAZOOO LOCOO! Y VAMO LOS PIOOJOS!
FACU25

Z e t a . dijo...

_

cambiar el numero de tu celular
no te conviene no??

.