domingo, 21 de marzo de 2010

El Abogado (2da parte)


- Si querés los llamo y nos armamos la fiestita en la parte de atrás...

El chico era insistente con eso de traer a sus amiguitos a la camioneta. Tal vez tenía miedo de no pasarla bien conmigo. Hasta el momento lo mío no había sido memorable. Se suponía que yo era el adulto y que debía saber de aquellas cosas, pero en los hechos había sido él el que había manejado la situación. Y gracias a Dios que lo hizo. De otro modo, el encuentro hubiera sido un fracaso. Tal vez yo no le gustaba. Sería comprensible. Un viejo de cincuenta no puede tener atractivos para un adolescente más allá de su dinero.

- No. Mejor quedémonos nosotros dos solos.

- Oki. Pero si algún día se te da por variar, solo tenés que decirlo, juas.

Era el chico más hermoso y simpático que había conocido en mi vida (lo había notado desde el primer momento pero sin admitirlo conscientemente). Huraño y solitario como soy, no era muy extensa la lista de las personas que había conocido y mucho menos en circunstancias tan particulares, pero desde aquella noche no he podido sacarme de la cabeza su sonrisa y el brillo de sus ojos a cada instante. Y ya van cinco años. Cinco años durante los cuales he aprendido a conocerlo y me he ganado su confianza. “¡Te enamoraste, boludo!” me dijo Juan cuando cometí el error de contarle lo que me sucedía. Pero yo no estoy muy seguro de que sea amor. Me inclino más hacia un cúmulo de frustraciones apiladas a lo largo de años y años de negar lo evidente, combinadas con su capacidad de hacer ver como natural incluso los deseos más oscuros de mis vísceras.

- Seguramente en otra oportunidad...

Me sonrió una vez más.

- Bueno... ahora, a lo nuestro... Tu mamada ya está en marcha, juas.

Hablaba con tanta desenvoltura que me hacía sentir a la vez incómodo y excitado. Una parte de mí deseaba que se detuviera, que se fuera, que me dejara seguir con la vida chata y mentirosa que había llevado hasta entonces. Pero otra parte ansiaba, con una fuerza inédita, que continuara y me mostrara ese mundo de sensaciones indescriptibles del que apenas tenía referencias a través del cine o la literatura. Obvio que él no se regía por el mandato de mis pensamientos y estaba enfrascado en cumplir con su trabajo a pie juntillas. Mientras mi mente se debatía entre el bien y el mal, sus manos se escurrían por mi cintura y desabrochaban mi bragueta. Mi erección era irreconocible. Nunca había sido tan potente. Un suspiro sonoro se escapó de mi boca y sus ojitos me dijeron en silencio que estaba complacido. Cuando sus manos aprisionaron mi pene sentí que el mundo desaparecía y un calor de infierno se apoderaba de todo mi cuerpo. Recién entonces y gracias a un movimiento accidental de mi cabeza, presté atención a su miembro. Estaba muy erecto y me pareció muy grande para un chico de su edad... aunque, si soy sincero, nunca he sabido demasiado de penes. Típico en mí, lo racional primó también entonces sobre lo sensible (aun a pesar de la dolorosa erección que me urgía) como una especie de boicot.

- Vos también tenés una erección –le dije.

Él se rió pero no dejó de masajear mi entrepierna.

- ¿Y qué tiene eso de raro? Ya te dije que me cachondea que me metan los dedos en el culo.

Dudé qué responder y aproveché el instante para disfrutar calladamente de las caricias.

- De raro nada. Solo que tenía entendido que ustedes no eyaculan para poder tener más clientes en la misma noche. –lo había leído en internet.

- Algo de eso hay. Pero no acabar no quiere decir que no se te pare. La pinga se maneja sola y cuando alguien me gusta se despierta y listo...

- ¿Cuándo alguien te gusta? ¿Acaso me vas a decir que yo te gusto?

Me miró como extrañado y yo le creí o quise creerle.

- ¿Por qué no? Sos un tipo pintón. No serás un pendejo pero tenés...

- Plata. Tengo plata.

Hizo un silencio y estuve a punto de perder la erección al suponer que mi exabrupto lo había molestado.

- Supongo que la tenés, sí. De otra manera no tendrías este coche... Porque es tuyo ¿no?

Esta vez fui yo el que sonrió y le dije que sí con la cabeza.

- ¿Ves? Sos entonces el tipo perfecto para mí. Madurito, tierno, con guita y con ganas de gastarla conmigo... Y encima tenés una verga dura que me está llamando con impaciencia.

Y parecía cierto lo que decía. Por lo menos lo último que había dicho, pues el miembro había empezado a latir entre sus dedos y nuevas oleadas de calor comenzaban a agitar mi respiración. Quise decir algo más pero él no me lo permitió: puso su mano olorosa a sexo en mi boca y se inclinó sobre mi entrepierna, dando por terminada la conversación.

Fue sublime. La suavidad de sus labios alrededor de mi glande era algo que jamás hubiera siquiera imaginado. Las yemas de sus dedos acariciaban el resto del miembro arrastrando sigilosamente la saliva en el deslizamiento. Mi corazón bombeaba sin control y mi resuello se negaba a respetar los límites de la prudencia. Podría decirse que, a mis cuarenta y ocho años, estaba debutando sexualmente. Al menos en lo que al goce se refiere. Diecinueve años de casado, tres hijos adolescentes y una familia bien constituida perdieron el sentido tan vertiginosamente que, si el chico hubiera sido un avezado oportunista, habría podido obtener de mí lo que hubiera querido. Cuando su boca se tragó mi pene por completo abrí los ojos sin aliento y pensé que el mundo llegaba a su fin. Nadie me había felado en mi vida y había dado con el muchacho perfecto para mí.

- No te pregunto si te gusta porque está claro que sí, juas.

Me dio un respiro justo cuando sentía que no podría resistir más. Mi ritmo cardíaco retumbaba en mi cabeza.

- ¿Sigo? –preguntó.

Le hice señas de aguardar unos instantes, hasta que pudiera retomar el control de mi propio cuerpo y salir de ese vértigo que preanunciaba mi fatal caída.

- ¿Viste que me gustás? –dijo de pronto.

Yo lo miré incrédulo.

- ¡En serio! Tenés buena verga además.

- No tenés necesidad de mentir...

- ¡Y vos no tenés necesidad de ser tan pelotudo! –se enojó.

Sorprendido, no supe qué responder.

- ¿Por qué no te relajás, disfrutás y me dejás disfrutar a mí también? ¿No la estás pasando bien acaso? Cortala con la mala onda, chabón.

Hoy lo recuerdo y me causa gracia. Los roles se habían invertido por completo y el niñato adolescente me estaba dando una lección de vida.

- ¿Querés que siga o vas a insistir con tu sambenito del patito feo?

Se produjo un silencio pesado. Dos, tres, cuatro segundos. Una eternidad. Y al final mi carcajada estalló desinhibida como nunca.

- ¡Qué carácter! Sos demasiado chiquito como para ver las cosas con tanta claridad... pero qué bueno que me lo dijiste.

El chico se recostó contra la puerta derecha y se quedó así, con las piernas abiertas y el miembro erguido como un mástil. Volvió a sonreír, pero esta vez no vi la lucecita pícara en su mirada.

- ¿Seguimos entonces?

Asentí con la cabeza y no me importó su presunto malhumor. Contrariamente a lo que hubiera esperado de mí mismo, aquella reprimenda me había instalado súbitamente en otra realidad. Una en la que me gustaría vivir de allí en más. Sin embargo, demasiado tarde descubriría que aquel nuevo y deslumbrante entorno de concupiscencia tenía un defecto insalvable.


- Si no te molesta, me voy a poner cómodo. –anunció y, en tanto yo seguía con mis divagues, él se quitaba la ropa con envidiable eficiencia y me hablaba de no sé qué señor al que le gustaba hacer no sé qué cosa- ... A veces lo hago pero detesto coger con la ropa puesta...

Su cuerpo carecía de defectos evidentes. Tal como lo había sospechado. Aunque (como podrán imaginar) tampoco soy un experto en cuerpos de adolescentes. Hasta antes de conocerlo, hubiera dicho que era apenas un crío, que podía ser mi hijo. Jamás me hubiera permitido mirarlo con ojos de amante. Esa piel tan suave y blanca. Todo él conspiraba en contra de cada uno de los principios morales que me habían regido desde siempre. Sus brazos ligeramente musculados, el hueco profundo debajo de la nuez y la marcada sinuosidad de sus pectorales... ¡Juro que quise no verlo de ese modo! Pero una rara excitación me dominó al pasar mi mirada sobre sus tetillas, tan apretaditas y rosadas. Me hubiera gustado pellizcárselas pero no me atreví a tanto (todavía). Tampoco intenté rozar su abdomen como hubiera querido. Ni sus piernas, largas y moldeadas a la perfección. El nuevo mundo acababa de desembarcar en mi entrepierna pero necesitaba algo de tiempo para hacerme a la idea de que habría una vida después de aquel encuentro.

Yo no me animaba a tocarlo. Solo lo contemplaba casi con adoración. Él, en cambio, tenía por norte el hacer contacto con mi cuerpo a como diera lugar... Por asco que le diera la sola idea de posar sus suaves manos sobre la ajadura de mi piel... (“¡Cortala con la mala onda, chabón!” y tenía toda la razón con eso del sambenito).

La mirada pícara volvió a sus ojitos pardos y, asomando la lengua entre los labios, sus pies se arremolinaron en torno de mi pene (porque, a pesar de que había perdido toda conciencia de su existencia, mi erección seguía firme y sin renuncios).

- Hay muchas maneras de hacer una paja. ¿Lo sabías?

La perversión se había instalado en el arco de sus labios y (como si yo fuera definitivamente otro) me entregué a su llamado sin palabras ni sonidos.

- Te puedo hacer la paja con la planta de los pies... con los tobillos... Lo usual es hacerlo con las manos (y tiene su encanto, es claro) pero a mí me gusta investigar y hasta podría pajearte con los labios o con los cachetes del culo, jajajaja.

Y a cada mención me daba una muestra de lo que sería hacerlo de los diferentes modos. No sé cómo hizo pero se las arregló para acariciar mi pene con la mayor parte de su piel. Aunque terminó alternando boca y dedos, cubriendo todo mi miembro (y todo mi ser, en consecuencia) del más maravilloso y extenuante placer que jamás hubiera yo experimentado. Tanto que me vi obligado a detenerlo antes de que mi esperma surgiera despedido sin control.

- Chupámela vos a mí entonces. –propuso con tierno tono imperativo al recostarse una vez más contra la puerta izquierda de la camioneta.

Su pene seguía allí como una lanza. De más está decir que yo nunca lo había hecho con anterioridad. El pánico me congeló. Por eso, una vez más, el chico tuvo que tomar las riendas del asunto. Deslizó con exasperante lentitud su dedo índice alrededor de su glande para luego llevarlo a través del breve espacio que nos separaba hasta el borde superior de mi boca. La humedad estaba todavía cálida cuando se produjo el contacto y el más almizclado aroma a sexo que yo había sentido y sentiría en el futuro inundó mis fosas nasales para nublar irremediablemente mis sentidos. No sé cómo lo hice. Debo confesar que perdí por completo la noción de su presencia, con excepción de su falo. Por primera vez el deseo se liberó de mis entrañas y estalló convertido en manos, lengua, labios y cuanta porción de mi cuerpo pudiera dar y recibir placer. Si el tiempo puede medirse, no se dio esa situación aquella noche y, a medida que los minutos se estiraban como chicle para ser avasallados de inmediato por los ardores de la carne, aprendí que el universo puede resumirse en una sola gota de semen. Mi cuerpo reptó hasta su lugar y el chico supo acomodarse en el asiento para facilitarme la faena. Lo penetré sin miramientos y ni siquiera me di cuenta. Mis manos, toscas y velludas, apretaron su carne, mordisquearon sus tetillas como pinzas y fraguaron el calvario de su miembro hasta que el tapizado se manchó de blanco. Luego aconteció mi propio desenfreno y el grito visceral fue tan estruendoso que los vítores y los aplausos de los amigotes en la vereda no se hicieron esperar. Minutos después, cuando el chico procedía casi con gesto burocrático a desenrollar de mi pene el condón que yo nunca había percibido, tomé nota del paroxismo vivido y no pude menos que pensar en él.

- ¿Te dolió? –le pregunté con una voz que parecía perderse en el abismo.

- ¿Qué cosa?

Me avergonzaban los detalles.

- La... penetración...

Me miró como si no comprendiera de qué le estaba hablando. Al instante se sonrió tímidamente, le hizo un nudo al preservativo que todavía sostenía entre sus dedos, bajó la cabeza y, al levantarla otra vez, se rió tan estrepitosamente que los muchachotes de la vereda volvieron a alborotarse. No había en su carcajada insolencia ni soberbia. Tampoco soy un experto en el tema pero puedo asegurar que mi pregunta le divertía.

- ¿Si me dolió?

El sí salió de mi boca fue prácticamente inaudible y me apresté a recibir sus burlas. Sin embargo, él depositó el condón en el cenicero de la puerta izquierda, tomó mi rostro entre sus manos, me dio el besito más tierno que jamás me habían dado y me darían jamás y me dijo casi en susurro al oído:

- Estoy acostumbrado.

Su cuerpo todavía desnudo se acurrucó junto al mío y allí se quedó durante vaya a saber cuánto tiempo.

- Ya es tarde. –dijo después- ¿Querés hacerlo otra vez?

No se había movido. No pude entonces ver su rostro pero me gusta pensar que su pregunta era en realidad un pedido. No obstante, siempre perdurará en mí una cuota de cobardía, esa enorme tenazas que solo me sirven para cercenar las testes de las mejores experiencias.

- Por hoy es suficiente.


De regreso a casa, mi mente trató de reconstruir cada instante de aquella noche frenética y, por más que lo intenté una y otra vez, mi memoria se atascaba en el momento en que el chico se sentaba a mi lado. Sin embargo, la sensación de que mi mundo había cambiado se hacía más patente a cada instante y se me instalaba en los pensamientos con tanta solidez que ya no lograba comprender una existencia tan inútil como la que había llevado hasta pocas horas antes. La nueva realidad arrasaba con los pilares de la otra reduciéndola a mero polvo, a casi nada. La nueva realidad había renovado los colores de la noche e inundaba mi cabeza de música y alegría. Pero yo sabía que no era perfecta aquella realidad. Por eso regresé a la esquina de Marcelo T y Azcuénaga; para invitarlo a pasar la noche en mi casa. Había descubierto que aquel nuevo y deslumbrante entorno de concupiscencia tenía un defecto insalvable: él no siempre estaría allí.

5 comentarios:

Z e t a . dijo...

_

guauu...
acabo de teminar de leerlo. quede helado.
no se parece a ningun relato de los anteriores.

calculo q lo escribiste efectivamente vos. pero es genial q lo hayas hecho desde el punto de vista el otro. realmente parece como si lo hubiera escrito el abogado. es fantastico.
me encanta leerte.

jaja no se q decir.
sos un grosso.
abrazoo!!

.

El Pensador dijo...

¡Bieeeeeenn! Estaba loco porque publicaras la segunda parte. No había escrito nuca en tu blog pero me encanta leer tus historias.

Esa pali de la que has tomado las imágenes está muy buena. La he visto y la tengo. ¿Ronda Nocturna? Sí, creo que así se llama.

Anónimo dijo...

Casi había olvidado la primera parte... Sería lindo poder vivir una historia como esa.

Disfruté el relato.

Un abrazo,

Josep

Unknown dijo...

Zeta:
De vez en cuando viene bien cambiar el punto de vista del narrador, juaS

Pensador:
Qué bueno que te hayas decidido a escribir. Últimamente no hay muchos comentarios. Será que quedan muy entretenidos después de leer, juas. Y sí, la peli es Ronde Nocturna, en la que un pendejísimo Gonzalo Heredia encarna a un trabajador del ramo.

Peace:
Me da gusto que lo hayas disfrutado. Ahora, para vivir una historia así lo único que hay que hacer es animarse

Fael Filter dijo...

ERA HORA QUE PUBLICARAS LA SEGUNDA PARTE LA ESTABA ESPERANDO CON ANSIAS, ME ENCANTARON LAS IMAGENES DE GON HEREDIA ES HERMOSO, ESPERO QUE TE PASES POR MI BLOG, NO HAY NADA NUEVO ME TENGO QUE HACER AL GO DE TIEMPO, YA QUE TAMBIEN TENGO HISTORIAS NUEVAS...-


CUIDATE...-

BESOS....----